No hace mucho para destacar la perfección, por ejemplo, de una manzana decíamos: “parece de cera”. Ahora de algunas imágenes de Instagram elogiamos: “es como un cuadro”. Instagram es un prodigio goloso, adictivo y de infinitas posibilidades. Y también con muchas perversiones que ahora no vienen al caso. La memoria instantes antes de serlo. Más imágenes que pensamientos lanzados, como la literatura nos dice que siempre han hecho los náufragos: el mensaje, la botella, el mar, y la incógnita receptora. La nube. En Instagram el sentido de pertenencia, sobre todo física, se diluye. Y de la otra, casi.
El tema tiene su intríngulis
¿Qué es lo que impulsa a una persona a congelar una imagen? ¿No es el rapto del creador, del artista que todos albergamos? ¿Por qué una figuración y no otra? No podemos evitar al hacer el clic substraernos de todo un encadenado cultural que nos ha hecho ser como somos. Y claro que no hablamos solamente del conocimiento visual. Detrás de cada Instagram se aletarga en el subconsciente lo ya escrito, pintado, fotografiado, asumido inconscientemente en nuestra memoria cultural. Qué es lo que nos forma en particular. Y el criterio y la sensibilidad. Cada uno con su carga emotiva individual. Una persona es eso y la voluntad de comunicarse.
Además es una terapia –¿es que no es terapéutico el arte?– y un elemento de autoayuda eficaz. Y de autoafirmación: “mira de lo que soy capaz de hacer”. Vamos por el mundo fijándonos, resiguiendo, buscando el encuadre que nos sirva, algo que nos produzca el cosquilleo creativo en el estómago. Y quizá encontremos el inicio de una historia o de una curación emocional. Fijamos una imagen para compartir, pero no es sólo eso. Incluso para darnos la razón. Captamos el instante, la luz, las sombras… algo que nos suponga algún tipo de revelación o que intuíamos. El agujero negro de tantas emociones inexplicables puede esclarecerse en una sombra captada en un suspiro. Brasas interiores, fuegos y cenizas al alcance de la cámara de un móvil. La democratización total de la creatividad. Sin la posibilidad de Instagram y su sistema comunicativo, iríamos por el mundo de otra manera más indecisa, quizá observando menos o en un estado de alerta más disminuido. Es decir: miramos para ver –lo otro es deambular– y para reconfortar angustias y obsesiones y darlo a conocer. O simplemente por el solo hecho de que nos gusta almacenar recuerdos. E imágenes que algunas se convertirán en signos. Y con suerte: en símbolos. Poesía visual liberada definitivamente de la especulación técnica y material. Pero no olvidemos: en cada clic la proeza humana de pervivir. La voluntad de entrelazarse con la tribu. El hilo de Ariadna digitalizado, la voluntad de comunicación. La cultura adquirida. O sea: puro arte.