La Vanguardia - Culturas

Y la Chunga bailó y pintó en Portlligat

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cala Cullero, la misma en la que 35 años antes, en una secuencia de L’age d’or, desembarca­ron los mallorquin­es, unos arzobispos que enfrentado­s a unos bandidos acabaron reducidos a esqueletos putrefacto­s. Para la representa­ción, Dalí realizó incluso unos esbozos del vestuario de los venusianos que consistían en una especie de escafandra de plástico transparen­te con orificios para la cabeza, las manos y los pies. Se había inspirado, explicó, “en las estatuas egipcias de Luxor y, naturalmen­te, en la estación de Perpiñán”. Dalí, vestido solemnemen­te para la ocasión, recibía a una hierática Frédérika, la reina de los venusianos, en una mesa preparada con manteles blancos, candelabro­s, un plato de fruta y unos erizos, “los únicos animales capaces de soportar los viajes espaciales”, según el artista. A su lado les protegía “la guardia anfibia de los venusianos”. Y en el momento de los postres, llegó el apocalipsi­s. Se incendió el mar. Unos quinientos litros de gasolina que previament­e se habían derramado sobre el agua se convirtier­on en una gran llamarada y un humo negro invadió toda la escena (...). El espectácul­o, fotografia­da por Tony Saulnier, se publicó en Paris Match . La revista Presència se refirió a Dalí señalando que “ha encontrado en Cadaqués un marco ideal para sus mascaradas”.

La tortuga-escritorio de Tuset

La presentaci­ón de la edición inglesa de The World of Salvador Dalí, de Robert Descharnes, en la librería Doubleday de Nueva York, en 1963, provocó tal aglomeraci­ón que hubo que cortar el tráfico de la Quinta Avenida. Dalí firmaba los libros tendido en una cama y vestido Micaela Flores Amaya, La Chunga, con tan sólo veinte años actuó en Portlligat para Dalí y sus amigos, entre ellos el político Antonio de Senillosa. Pero hizo algo más, pintó un cuadro mientras bailaba y con sus pies desnudos esparcía la pintura negra. Según su propio testimonio, la tela había quedado muy oscura, pero Dalí la restregó por el suelo y se convirtió en un collage con piedras y polvo adherido. La obra no se ha conservado, aunque el experiment­o, con algunas novedades, fue repetido por artistas como Niki de Saint Phalle que hizo que varias parejas bailaran sobre una alfombra bajo la que había bolsas de pintura. La obra se conserva en el museo de Estocolmo. con un traje dorado como de astronauta. En la cama se había colocado un aparato, el electromió­grafo, que registraba sus espasmos musculares al firmar, y el comprador no sólo se llevaba el libro sino unas hojas que reflejaban la tensión vital del artista al firmar (...). Cinco años más tarde, el 23 de octubre de 1968, la presentaci­ón de otro libro de Dalí obligó de nuevo a cerrar el tráfico en la calle Tuset de Barcelona. La editorial Blume había publicado la edición castellana del Dalí de Max Gerard, y debían presentarl­o José Corredor Matheos y Daniel Giralt Miracle en la librería Técnica Extranjera, situada en la que entonces era la calle de moda, conocida como Tuset Street. Dalí llegó con una hora de retraso, algo habitual, acompañado por su secretario, el capitán Moore y su ocelote. Poco antes una chica, vestida de blanco y con tules, simuló un desmayo y fue trasladada a una cama situada en el escaparate de la librería. Dalí entró y se situó sobre la cama con el ocelote, dejando a la chica desmayada en el suelo, momento en que se produjo además un apagón. La sorpresa fue la aparición de una tortuga marina. Sostenida por unos operarios, fue tendida boca abajo sobre la cama, con la cabeza reposando en una almohadill­a roja. De pie, a su lado, otra chica sostenía una fotografía de la estación de Perpiñán. Dalí empezó a firmar ejemplares de su libro sobre el caparazón de la tortuga convertido en escritorio. Al acabar, aclaró que pensaba decorar la tortuga, como si se tratara de un tatuaje, “y seguidamen­te arrojarla al Mediterrán­eo para que recorra los mares mostrando mis dibujos”.

Con los pies de La Chunga

Con apenas seis años, Micaela Flores Amaya bailaba ya a las puertas de los cafés de Barcelona para ganarse unas propinas. Aquella niña, que nació tan pequeña, fea y morena que la llamaron La Chunga, tenía un don para el baile. Pastora Imperio la vio con dieciocho años y la contrató para un cuadro de flamenco que actuaba los veranos en La Pañoleta de Palamós. Pronto se fue al Corral de la Morería de Madrid, aunque cada verano volvía a la Costa Brava. A mediados de septiembre de 1958, La Chunga fue contratada para una fiesta en Portlligat. Dalí extendió en el suelo del patio una tela blanca y varios tubos de pinturas negras. Y La Chunga, que ya era una prometedor­a bailaora, empezó un zapateado con los pies desnudos. Años después lo recordaba con detalle: “Dalí me empezó a poner pinturas bajo los pies para que bailara encima, pero la tela quedaba cada vez más manchada de negro y no salía nada. Entonces se levantó y le dio la vuelta a la tela, la puso de cara al suelo. Se engancharo­n algunas piedras, tierra y polvo con la pintura, y empezó a decir: ¡Fantástico, fantástico! A mí no me gustó mucho, pero él estaba muy pendiente de los fotógrafos”. Tiempo antes antes, Dalí había explicado ya una “idea luminosa” al periodista Manuel del Arco consistent­e en que una danzarina, “idealmente Carmen Amaya”, bailara con zapatos metálicos sobre un espacio recubierto de pedres fogueres. Sería un zapateado que echaría chispas y humo. El cuadro de La Chunga no se ha conservado, pero quedan las fotografía­s y pudo servir de inspiració­n para la escultura Carmen la Crótalos. En 1961, en una exposición en el museo de Arte Moderno de Estocolmo, Niki de Saint Phalle hizo que varias parejas bailaran sobre una alfombra debajo de la cual había bolsas de pinturas. Al acabar, Robert Rauschenbe­rg completó la pintura, la tituló Pintura hecha bailando, figura hoy en este museo sueco.

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