La Vanguardia - Culturas

El príncipe Baltasar Carlos, a caballo, 16341635

- INFORMACIÓ­N ELABORADA CON LOS TEXTOS DEL CATÁLOGO Y DEL MUSEO DEL PRADO IMÁGENES © MUSEO NACIONAL DEL PRADO

El príncipe Baltasar Carlos (16291649) estaba destinado a suceder a su padre, Felipe IV, y como tal fue retratado por Velázquez, pintor de la corte. La majestad con que es tratada la figura del niño, acentuada por el carácter ecuestre del retrato, no es sin embargo la principal caracterís­tica de la pintura, sino el tratamient­o del paisaje, que no es un escenario abstracto, sino plenamente reconocibl­e cercano a los sitios reales.

1. EL CABALLO.

El retrato ecuestre gozaba de gran prestigio en la corte, por lo que fue practicado en diferentes ocasiones por Velázquez. En 1634 se hizo cargo de la ejecución de cinco retratos ecuestres destinados al Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, para tres de ellos se sirvió de ayudantes y se reservó la ejecución personal de los de Felipe IV y el príncipe.

2. LA PERSPECTIV­A.

Este retrato estaba destinado a ser colocado entre los retratos ecuestres de sus padres encima de una puerta en uno de los lados menores del Salón de Reinos. La altura a la que el pintor pensaba que iba a verse explica su peculiar perspectiv­a, en la que parece que el caballo vaya a saltar sobre el público, con un vientre y pecho en extremo prominente­s.

3. LA EXPRESIÓN.

El joven príncipe mira fijamente a los ojos del espectador, y aunque sus rasgos son infantiles, su semblante muestra la circunspec­ción que se asocia a la

imagen de los reyes. La posición del caballo en corveta, levantado sobre sus patas traseras, muestra que el niño es capaz de controlar su cabalgadur­a, metáfora de su capacidad de controlars­e a sí mismo y de ejercer el mando sobre sus súbditos.

4. LOS ATRIBUTOS.

Las insignias militares que porta el pequeño, la banda sobre el pecho, la bengala y una pequeña espada definen su posición y dan idea de continuida­d, de las obligacion­es militares que le esperan en la edad adulta.

5. EL TRAJE.

El príncipe viste un coleto tejido de oro, un calzón verde oscuro recamado en oro, sombrero de fieltro negro adornado con una pluma, botas altas de ante de montar y guantes.

6. LA ILUMINACIÓ­N.

El cielo ‘velazqueño’, intensamen­te azul, aporta luminosida­d, igual que el cabello rubio del niño y los dorados que viste y que adornan al caballo, el correaje o la silla. Todo contribuye a centrar el foco de luz en la figura del príncipe como la esperanza dinástica que es.

7. LA ESTACIÓN.

La nieve en la cumbre de las montañas y la hierba verde de las tierras sitúan el cuadro en el inicio de la primavera.

8. EL PAISAJE.

A diferencia de lo que era habitual en las pinturas de la época, el paisaje no es aquí un mero acompañami­ento del cuadro o un simple fondo, sino que Velázquez sitúa al príncipe en un escenario plenamente reconocibl­e para sus coetáneos, no son lugares abstractos, sino concretos, el piedemonte de la sierra de Guadarrama, a las afueras de Madrid, en la zona donde el monte de El Pardo limita con las laderas herbáceas de la cuenca del Manzanares.

9. LAS MONTAÑAS.

En el fondo de la composició­n se distinguen la montaña Maliciosa y el inicio de la Cabeza de Hierro; ante ellas, el cerro que cierra Manzanares el Real por el sur. El monte que se aprecia a la izquierda es probableme­nte el extremo de la sierra de Hoyo.

10. LA PROFUNDIDA­D.

La figura del príncipe se recorta nítidament­e sobre el paisaje, lo que acentua la sensación de profundida­d.

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