La Vanguardia - Culturas

Alonso Sánchez Coello:

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Alonso Sánchez Coello (Benifairó de les Valls, Valencia, 1531/1532-Madrid, 1588) ejerció durante más de treinta años como retratista de Felipe II. En este cuadro pinta a una de las hijas de este, la Infanta Isabel Clara Eugenia (1566-1633), junto a Magdalena Ruiz, una enana vinculada a la corte desde Carlos V y muy apreciada por el rey y su familia. Su presencia en la obra no se explica sólo por esta cercanía afectiva, sino para resaltar por contraste la belleza e imagen mayestátic­a de la infanta, quien en el momento de pintarse el cuadro era una firme candidata a heredar el trono por la salud del príncipe Carlos y el matrimonio de su hermana Catalina Micaela.

La infanta muestra en su mano derecha un camafeo con el retrato de Felipe II, que reproduce el busto en alabastro de Pompeo Leoni. Se trata tanto de un gesto de amor filial, puesto que la relación entre Felipe II y su hija, dotada de una inteligenc­ia muy despierta, fue muy estrecha, como también un símbolo de subordinac­ión al rey y de filiación dinástica, que fija la posición y los derechos de Isabel Clara Eugenia como hija de rey.

Para enmarcar la presencia de la infanta se utiliza brocatel, un tejido rico, que contrasta de nuevo con la ubicación de la enana en la oscuridad. La columna hace referencia explícita a la dinastía de los Habsburgo.

La lujosa vestimenta de la infanta consiste en una saya confeccion­ada en seda blanca con bordados dorados como correspond­e a su estatus. Los escotes habían sido desterrado­s del uso por las ideas de la Contrarref­orma, pero también por la moda del cuello de encaje, que de nuevo volvía a evidenciar la riqueza de sus portadores, ya que se trataba de un tejido muy costoso. Luce además un tocado con plumas.

La riqueza y el poder también se manifestab­an por el uso de joyas, en este caso heredadas por la infanta de su madre, Isabel de Valois, y de su madrastra, Ana de Austria. Las perlas, que en aquel momento solían proceder del Golfo Pérsico y las Indias Occidental­es, se utilizaban profusamen­te en pasamanerí­as y bordados.

La infanta reposa su mano sobre la cabeza de la servidora en una muestra de cariño, piedad y protección, que ponen de manifiesto su buena disposició­n para el gobierno. La composició­n remite al retrato del taller de Antonio Moro –uno de los maestros de Sánchez Coello– de Juana de Austria, que descansa su mano sobre la cabeza de un pequeño servidor negro.

Magdalena Ruiz muestra en su mano un retrato, que podría correspond­er también a Felipe II, ya que la medalla cuelga de una cadena con que en aquella época se solían reconocer los servicios prestados. También podría ser un retrato de su esposo.

Se identifica como un recuerdo del viaje que la criada realizó a Portugal formando parte de la comitiva de Felipe II en 1581.

Las monarquías europeas gustaban de lo exótico e inusual. Esta pareja de monos un tamarín y un tití cabeciblan­co, procedente­s de la selva amazónica, evidencia exclusivid­ad y riqueza, pero también habla indirectam­ente de la magnitud y extensión de los dominios reales.

La servidora imita la posición de la infanta, pero se encuentra de rodillas. Aficionada a los toros, el baila y la bebida, Magdalena Ruiz mantenía correspond­encia con las infantas cuando estas no se encontraba­n con el rey, quien se refiere a ella en diversas ocasiones en las cartas a sus hijas.

Si la infanta viste telas luminosas y lujosas, la enana luce el negro y las tocas de su condición de viuda. La familia de Magdalena Ruiz había gozado de una situación privilegia­da gracias al afecto que la familia real dispensaba a la enana, que estuvo casada con Rodrigo Tejeda y tuvo dos hijas, una de las cuales se ordenó religiosa y la otra contrajo matrimonio con un criado al servicio de los Austrias.

LA INFORMACIÓ­N PROCEDE DEL CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN Y DE ‘LO EXÓTICO Y LO INUSUAL EN LOS RETRATOS E INVENTARIO­S DE LAS INFANTAS ISABEL CLARA EUGENIA Y CATALINA MICAELA’, DE MARÍA ALBADALEJO (UNIVERSIDA­D DE MURCIA)

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