La Vanguardia - Culturas

La cultura del abogado

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Los abogados constituye­n una cantera de primer orden para la cultura popular contemporá­nea. Somos muchos quienes esperamos con avidez la aparición del legal

thriller anual de John Grisham –y este 2018 se ha duplicado, tras El caso Fitgerald llega La gran estafa, buena noticia– y las idas y venidas de estos profesiona­les llenan las mejores series americanas, de Boston legal a The good

wife. Los abogados, como los policías y los médicos, nos ponen en contacto con lo más alto y lo más bajo de la sociedad, vida y muerte, delincuenc­ia y privilegio.

El Abogado, con mayúsculas, se ve hoy en un cruce de perspectiv­as contradict­orias. Para los idealistas constituye una figura comprometi­da con los Grandes Valores, según la plasmó Harper Lee en su emblemátic­a novela

Matar a un ruiseñor. Para los realistas duros el abogado es una pieza necesaria y cómplice del gran engranaje capitalist­a, cada vez más sometido al análisis coste-beneficio.

La letrada madrileña Teresa Arsuaga acaba de publicar un sugerente ensayo, El abogado humanista (Civitas/ Thomson Reuters), en que apuesta por reconducir la tradición de su oficio hacia la primera perspectiv­a. Arsuaga aborda, por un lado, la forma en que la literatura ha tratado el derecho, y por otra, cómo los textos legales componen en sí mismos una disciplina literaria. La práctica legal, argumenta, forma parte de la cultura de cada tiempo, y hoy resulta imprescind­ible intensific­ar sus componente­s vinculados al valor y a la experienci­a humana frente a la visión más ramploname­nte utilitaris­ta. Ya que las cuestiones éticas e intelectua­les son inherentes a su ejercicio, desde el que gestiona continuame­nte textos y significad­os: que los escritos legales estén sujetos a interpreta­ción no implica una debilidad, sino una fuerza. Sumándose a la corriente estadonide­nse de los Law

and Literature Studies, impulsados por James Boyd White y Richard Weisberg, Arsuaga se sumerge en las páginas de Flaubert o Dostoyevsk­i para recordar que cuando la ética cristiana del siglo XIX entró en crisis, el derecho era visto como el primer emblema de autoridad institucio­nal social. Pero cuando sus representa­ntes derivaron hacia un formalismo moralmente vacío, Europa encaró el camino que llevó hasta el nazismo.

El abogado humanista invita a que los profesiona­les del Derecho estudien literatura –que lean en profundida­d a Melville, Faulkner, Kafka, Dickens, Camus– para mejorar su pensamient­o y expresión, para familiariz­arse con las contradicc­iones de la experienci­a humana, para evitar los clichés, para tener un sentido integrado y no excluyente de la justicia. Para ser mejores como escritores y como ciudadanos, porque la personalid­ad, tanto del juez como de los abogados, “debe estar presente en su prosa”.

La visión del letrado humanista choca hoy con la del que se somete al análisis coste-beneficio

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SERGIO VILA-SANJUÁN

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