La alargada sombra del ‘giallo’
Al se le puede acusar de ultraviolento, misógino, sensacionalista, escabroso… Pero su influencia va más allá de sus argumentos macabros y sanguinarios. Porque genera una propuesta estética –cromatismo exacerbado, estridencias, ángulos de cámara inusuales– que ejercerá un influjo rastreable en generaciones posteriores de cineastas.
La influencia argumental y formal se notó enseguida en el cine norteamericano: los truculentos psicokillers del serán el germen del taquillero (literalmente “acuchillador”) que arrasó en los ochenta, terror para público adolescente que dio series como o
Después de algunas tempranas obras pioneras como (1974) de Bob Clark, el gran precursor del género fue John Carpenter con la seminal
(1978), convertida después en franquicia de la que nos acaba de llegar la última entrega, con la adolescente Jamie Lee Curtis de la primera aventura convertida en abuela, que sigue enfrentada a Michael Myers, el psicópata enmascarado.
Pero más allá del cine de consumo masivo, la estética del es rastreable en obras más elaboradas: el británico Peter Strickland es quizá quien con más inteligencia ha manejado el referente en
(2012) con un impresionante Toby Jones, y tras juguetear con otro género setentero –el porno softcore– en la sublime
(2014), vuelve a guiñar el ojo al en
(2018), vista en Sitges. También allí se estrenó del siempre desmesurado Gaspar Noé
que utiliza el baile como parte de un ritual sangriento. Hay guiños al género en De Palmayen de Tarantino; Hélène Cattet y Bruno Forzani han elaborado un trabajo casi abstracto recreando las texturas del en (2009) y
(2013) y Panos Cosmatos también ha explorado los cromatismos extremos en la lisérgica (2010) y en (2018).