JEAN-LUC GODARD SE PASA AL ‘HECHO EN CASA’
‘Le livre d’image’, la irreductible última aventura del eternamente joven y casi nonagenario cineasta de la nouvelle vague, hecha de modo artesanal, encierra como un ‘Aleph’ ráfagas de imágenes del mundo y del cine, y se interroga sobre la relación que ti
A SUS 88 AÑOS EL CINEASTA SIGUE EXPERIMENTANDO Y BUSCA FORMAS INÉDITAS EN ‘LE LIVRE D’IMAGE’, REALIZADA DE FORMA ARTESANAL
VICTORIA SLAVUSKI
En el Festival de Cannes en mayo del 68, con más de una quincena de excelentes largos a sus espaldas –incluida La chinoise maoísta–, JLG se colgó de las cortinas del teatro junto a Saura y Geraldine Chaplin para interrumpir el festival. “Os hablo de solidaridad con estudiantes y obreros –había dicho al público– y me habláis de travelling y primeros planos. Sois unos imbéciles”.
Exactamente medio siglo después, en el Festival de Cannes 2018, su último filme, Le livre d’image, ganó la Palma de Oro especial. JLG envió a su trío de estrechos colaboradores a recibir el premio, pero ofreció en paralelo una insólita conferencia de prensa vía FaceTime, respondiendo a los periodistas desde el móvil que su camarógrafo y sonidista, Fabrice Aragno, sostenía en alto. “El cine es como una pequeña Catalunya, a la que le cuesta existir”, contestó a uno de ellos.
JLG fue el más osado de los directores de esa nouvelle vague que desde fines de los cincuenta revolucionó la manera de hacer y ver cine, y sigue hasta hoy, a sus 88 años, en la cresta de la ola de experimentación, buscando nuevas formas y ópticas, inéditas relaciones entre sonido e imagen, entre el cine y el mundo. Creó también una estirpe de cine político distante de la propaganda y el panfleto, siempre atento al oleaje social, al estado del mundo, y al mandato desde el siglo XX de que el arte cuestione su identidad y redefina sus límites.
¿Cómo abordar la textualidad de Le livre d’image, un tejido fino y continuo de ejércitos de citas –luminosas o terribles– de imprescindibles de la cultura francesa como Victor Hugo, Rimbaud, Montesquieu o Baudelaire, figuras menos conocidas como De Maistre o Péguy, y otras de reconocimiento azaroso en función de la memoria y campo de intereses de cada espectador, y demakes hasta de declaraciones propias de humor y amor como la de “con Cannes iré hasta la muerte, pero no daré un paso más” (en Le livre se reemplaza “Cannes” por el original “los comunistas” de uno de sus filmes)?
¿Cómo permitirse entrar en este microcosmos godardiano? Primero: Lasciate ogni speranza de ver un filme como cualquier otro. Segundo: dejarse llevar por el torrente y soportar constantes interrupciones, aban- >
A sus 88 años sigue experimentando, busca formas inéditas entre sonido e imagen, entre el cine y el mundo
donarse al velocísimo caleidoscopio como a un sueño despierto. Dejarse llevar por el turbulento, entrecortado y a veces estroboscópico río de imagen, sonido, texto y color como si fuera música, un concierto visual, textual y auditivo, un poema estéticopolítico-histórico-filosófico en el que nada es, ni literal ni metafóricamente, blanco y negro. Aceptar lo fragmentario de un filme-bola de disco que invoca a un espectador con ojos en los poros. Montado con la forma aleatoria de la técnica de cut-up de William Bourroughs, pero con poco librado al azar. Imágenes y textos reconocibles –manos de JLG montando, bailarines de El placer de Max Ophüls, Buster Keaton ferroviario–, imágenes anónimas por su grado de deterioro, guerras reales yuxtapuestas a guerras ficticias. Una banda de sonido desconectada de la imagen. Todo unificado por estar pintado (¿tatuado?) por Godard con un viejo aparato de vídeo de tratamiento de señal analógica.
¿Una memoria artificial construida por el cineasta con fragmentos de filmes y textos memorables que duran menos que la luz de un fósforo? Le
livre es una gigantesca apropiación de imágenes y fragmentos de secuencias, sonidos y textos (escritos o leídos por JLG mismo) que se constituyen como una nueva criatura mucho mayor que la suma de sus componentes y en que innumerables imágenes y sonidos se acumulan o superponen creando una espesura misteriosa que comunica más que una visión, una emoción o respiración del mundo en que lo único continuo es la discontinuidad y lo fragmentario, y en que la ausencia general de progresión narrativa provoca una ilusión de simultaneidad en que todas las imágenes parecen verse al mismo tiempo como en el inefable
El Aleph deJ.L.Borges.
Hay que dejarse llevar por el turbulento río de imagen, sonido, texto y color como si fuera un concierto visual