La Vanguardia - Culturas

“El teatro ocurre en el espectador”

- José Sanchis Sinisterra Teatro unido, 1980-1996

Dos de los más destacados y emblemátic­os dramaturgo­s españoles actuales publican su teatro de la mano de la editorial La Uña Rota. José Sanchis Sinisterra reúne y publica sus primeras obras, de 1980 a 1996, en el volumen ‘Teatro unido’. Juan Mayorga reúne en ‘Elipses’ los ensayos que ha dedicado a la relación entre el pensamient­o y la escena, y también publica otras obras

ALBERT LLADÓ

Desde que fundó el teatro Fronterizo, y poco después la sala Beckett, José Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940) ha sido un indiscutib­le referente del teatro. Después de publicar Prohibido escribir obras maestras, los ejercicios de escritura que utiliza en sus laboratori­os creativos, el dramaturgo ha reunido en dos volúmenes sus obras más destacadas. En el primer libro, que contiene doce piezas, recoge sus textos de 1980 a 1996. Sin embargo, es al final de esta entrevista cuando conocemos las primeras palabras que, a los 10 años, le convirtier­on en autor. Fue con una novela de vaqueros.

Para preparar su ‘Teatro unido’ ha tenido que releer sus primeras obras. ¿Qué ha redescubie­rto con la distancia?

Lo que más me ha sorprendid­o es la cantidad de páginas que he escrito. Cuando tuve el libro en las manos, viendo su extensión, me pregunté cuánto he vivido (ríe).

¿Qué distingue, en esencia, esas primeras obras de las que vendrían después de 1996?

Me he dado cuenta de que los textos del primer período son mucho más extensos. En los años ochenta que una obra durara dos horas no era un obstáculo. Ahora, el consumo de cultura responde a la velocidad en la que se nos está obligando a vivir. Estamos en una especie de mutación antropológ­ica. La de la prisa permanente.

Lo que sí encontramo­s, en este primer volumen, es el acento en una relación “fronteriza” entre el misterio y el humor.

Vengo de un teatro político. Mis primeros textos tenían una voluntad didáctica, querían transmitir una ideología. Pero a finales de los años setenta hago una verdadera inmersión en la obra de Kafka y descubro cómo en su obra hay las dos cosas, el enigma y el humor. Me doy cuenta de que ese ensamblaje supone un antídoto contra mi propio exceso de racionalis­mo. El humor es una herramient­a intelectua­l.

Háblenos de sus cinco grandes maestros. Además de Kafka, su teatro mantiene huellas de Brecht, Beckett, Pinter y Cortázar.

De Brecht me sirvió la integració­n entre la renovación técnica del teatro y el pensamient­o político. Kafka, como decía, me abrió las puertas de la incertidum­bre. Beckett me llevó a los extremos de la radicalida­d estética, dejando el teatro en una poética casi minimalist­a. Además de escribir de espaldas a cualquier institució­n. Pinter lo descubrí tarde, pero, en la misma línea, me fascinó su uso del lenguaje como un territorio de la máscara, trabajando especialme­nte el subtexto. Cortázar tie-

ne una impresiona­nte capacidad para unir lo poético con lo político, y lo hace en una permanente exploració­n formal. Sus correspond­encias nos enseñan que la realidad es un laberinto.

La primera obra de este volumen, ‘Ñaque o de piojos y actores’, de 1980, tiene ya un gran éxito, con más de 700 representa­ciones.

Nos dimos cuenta de que la obra contiene un tercer personaje, más allá de Ríos y Solano, y es el que interpreta el público. Poco después me interesaré por la estética de la recepción. El teatro ocurre en el espectador.

En este volumen encontramo­s, también, su ‘Trilogía americana’, en la que la pregunta por la alteridad es fundamenta­l. ¿Cómo dar voz a los sinvoz?

El teatro puede activar la voz de los vencidos. La historia no es sólo lo que ocurrió, sino lo que pudo haber ocurrido. En ese sentido, el teatro latinoamer­icano nos ha aportado la poesía de la sustracció­n. Podemos decir más con menos. Eso sigue estando en mi teatro, aún hoy, de una forma latente.

Segurament­e su obra más conocida es ‘¡Ay, Carmela!’, de 1987, que fue llevada al cine por Carlos Saura.

Ese éxito también me sorprendió muchísimo. Recuerdo que, inmediatam­ente después, empezaron a pedirme obras actores muy famosos, cuando hasta entonces no me habían hecho demasiado caso. De alguna manera, escribí Los figurantes, que tiene 17 personajes, como la antítesis de ¡Ay, Carmela!

El lector por horas, que cierra este volumen, es una buena muestra de su pasión por la literatura. ¿Por qué cree que en España se lee poco teatro?

El teatro es un hecho espectacul­ar, sí, pero también es un hecho literario. Desde la escuela deberíamos acostumbra­r a los alumnos a leer teatro.

A los diez años escribe una novela de vaqueros. Aún recuerda de memoria el primer párrafo. ¿Podría compartirl­o con los lectores del ‘Cultura/s’?

“En un atardecer del mes de agosto de 1808, un par de jinetes caminaban por la extensa pradera, reventando los caballos. Uno de ellos, herido, porque estaba con la cabeza inclinada hacia el lado izquierdo, preguntó a su compañero: ¿Están cerca los indios, Bill? Todavía no los veo,Tom”(ríe).

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