Apariencias incendiadas
Narrativa Peter Buwalda opta por el realismo para armar una novela de campus y hablarnos del miedo al otro, de la sensación de amenaza constante
ADA CASTELLS
Las apariencias engañan. Es un hecho incontestable que se va asimilando a base de años y sustos. Cuando las apariencias retratan una familia instruida, perfecta, modelo de virtudes, aún engañan más. Es lo que demuestra Peter Buwalda con su primera novela, Bonita Avenue,
traducida del holandés por Julio Grande. El autor nació en Bruselas en 1971, pero se crió en Venlo, en los Países Bajos. Ha sido editor y periodista, y fundó la revista musical Wah-Wah.
El título de esta primera obra, traducida a una decena de idiomas, alude a una calle de Berkeley, California, donde el profesor Siem Sigerius empieza una carrera académica de éxito y un matrimonio prometedor con una artesana de muebles que le aporta dos hijastras, Janis y Joni. Atención, Joni es nombre de chica, un hecho que puede despistar al lector en las primeras páginas y aún más cuando la voz de este personaje es curiosamente muy masculina.
A lo largo de la novela sabremos que Sigerius fue campeón de judo, y al abandonar las artes marciales, se convirtió en un genio de las matemáticas. En el tiempo presente de la narración, ya lo tenemos convertido en el carismático rector de una universidad de los Países Bajos y sobre la mesa le hierve la oferta de convertirse en ministro de Educación. Todo lo sabemos a partir de flashbacks, entradas que Buwalda nos ofrece a raíz de las conversaciones que mantienen los personajes. Son como pequeños cuentos que van conformando la amalgama de la narración, mostrándonos sus vidas de una manera fragmentada. No profundiza en nada. Pasa de un lugar a otro, como si estuviéramos navegando. Los capítulos están protagonizados alternativamente por Sigerius y por otros dos elementos clave: su hijastra Joni, que esconde más de un secreto; y su yerno, Aaron, un fotógrafo enamorado de la figura del suegro brillante y que será la principal víctima de haber olvidado que las apariencias engañan. Uno de los puntos álgidos de la novela son los episodios en que este personaje cae en la locura y no sabe hasta qué punto ha traspasado los límites en su comportamiento.
Buena parte de la historia de la familia transcurre en una granja de Enschede, ciudad que en el 2000 sufrió la explosión de una fábrica de fuegos artificiales. Buwalda utiliza este hecho real para mostrarnos el incendio particular de la familia Sigerius, sobre todo cuando el hijo biológico del rector enciende la mecha. Wilbert es violento, maleducado, impresentable, pertenece a la chusma, se nos dice. Lo tiene todo para cargarse, no sólo las apariencias, sino los fundamentos de una familia ilustrada, amante del jazz y de las conversaciones civilizadas en la mesa.
Todos los personajes acomodados y lustrosos, los que nos habían enamorado por su superioridad, tratan al chico como un estorbo, como si el hombre de éxito que es Sigerius no tuviera ninguna responsabilidad paternal hacia él. Entre estas actitudes frías, distantes y detestables destaca la del policía del campus que se pasa el día citando a Hitler, la guinda del pastel en un mundo contaminado que quisiera preservar la pureza.
No es casual que Buwalda haya optado por hacer una novela de campus. Un mundo cerrado e inaccesible es ideal para explicarnos el miedo al otro, la sensación de amenaza constante. En este sentido está a las antípodas del gran autor de novelas de campus, el canadiense Robertson Davies, que despliega erudición, o del Philip Roth de Indignación y la Zadie Smith de Sobre la belleza, que entran con bisturí en la psicología de los personajes. Buwalda nos brinda un thriller. Opta por un realismo que es tan realista que no se quiere poner al servicio de la contención narrativa. Es lo que quiere hacer, en apariencia. Lo consigue.
El título alude a una calle de Berkeley, donde el profesor Sigerius empieza una carrera de éxito
Peter Buwalda
Bonita Avenue
SALAMANDRA. TRADUCCIÓN: JULIO GRANDE. 496 PÁGINAS. 25 EUROS