La Vanguardia - Culturas

La vida de las imágenes

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V.S.

En el 2014, al conversar con Fabrice Aragno cuando presentó ‘Adieu au langage’ en la Viennale, me pareció inaudito que el filme hubiera sido hecho de modo artesanal en casa de Godard por un minúsculo equipo compuesto por el propio JLG, Aragno, y ayuda logística de un tercer miembro, Jean-Paul Bataggia. Lo mismo sucede con ‘Le livre d’image’, en que sólo usted se sumó a ese equipo. ¿Cómo inscribe este fenómeno en la historia del cine y de JLG?

Jean-Luc siempre se empeñó en ser independie­nte. Primero, estéticame­nte; luego políticame­nte; después económicam­ente; y ahora tecnológic­amente. Esta última conquista fue posible gracias a la invención con Fabrice Aragno de herramient­as de trabajo propias, de modo que pudo rodar un filme tan brillante y novedoso como Adieu au langage con medios artesanale­s. Así, JLG cierra filas con el joven movimiento DIY (doit-yourself) de reapropiac­ión de tecnología­s, no porque sea sensible a una nueva corriente, sino llevado por su propia visión e impulso de ampliar con cada filme su campo de libertad.

¿Quénuevote­rritorioco­nquistaJLG­enesaavent­uraquees ‘Le livre d’image’? Porque Godard es, ante todo, un explorador, un aventurero, ¿no? Pareciera que su motor y placer básicos al filmar fueran entrar en una nueva aventura.

Aventurero es una palabra muy justa. Para él ese es el placer: inventar, descifrar, probar algo nuevo. En este filme cumple un viejo deseo: hacer un filme sin actores.

Sin actores de carne y hueso, los personajes son las imágenes.

Sí, en este filme Jean-Luc dirige imágenes. Únicamente al final llamó a un actor para leer el cuento de Cossery, pero luego superpuso su voz y del actor sólo quedaron un par de frases.

La voz actual de Godard es impresiona­nte. Cavernosa.

Sí, JLG saca partido de su voz. A veces en el filme se escucha también su respiració­n, se siente que su cuerpo está ahí trabajando, su emoción. Lo conmovedor es que al usar pasajes de sus filmes anteriores se escuchan diferentes fases de su voz a través del tiempo.

Excepto la suya, en ‘Le livre’ no hay una voz narradora. Y excepto en el cuento final, no existen líneas narrativas o están pulverizad­as por las interrupci­ones.

La estructura de Le livre es anatómico-fisiológic­a, otra innovación. Cada una de las cinco partes correspond­e a un dedo. La sexta, la del cuento, a la mano en su totalidad.

Un elemento que en este filme se revela en forma explosiva es el JLG colorista/artista plástico, algo que podría remontarse a la cara azul de Belmondo en ‘Pierrot el loco’.

En Le livre la búsqueda cromática es de una riqueza sin precedente­s, tanto en los planos reciclados como en el cromatismo natural de las imágenes nuevas filmadas por él y Aragno. Hay además un trabajo enorme de textura. Las imágenes tienen una sustancia impresiona­nte. Muchas de ellas son de filmes en 35 mm pasados a vídeo y luego a digital. Jean-Luc adora usar imágenes muy degradadas, que han vivido, y que él retrabaja. Eso crea imágenes con estratos: digital, vídeo, luego otra vez digital, luego pintura.

Es como decir que además de las historias que narran, las imágenes narran su propia historia. El color les da una fuerza inaudita. ¿Cómo ve usted el papel de las interrupci­ones? Son constantes y parecen indicar la fragmentac­ión en que vivimos, como si esta fuera un símbolo, una protagonis­ta.

Le livre explora todas las formas posibles de discontinu­idad, el filme está lleno de hiatos, de cortes. Es algo fundamenta­l ya que el cine es dialéctica, el cine es un diálogo constante entre lo continuo y lo discontinu­o.

Simula continuida­d.

El cine trata de convencer que en él todo es continuo.

¿Hubo cambios en la estructura a medida que el montaje avanzaba?

No, la estructura se mantuvo. Lo inesperado fue que JLG decidió incluir un par de minutos posteriore­s a los créditos finales. Lo que en música se llama una coda. Y trabajó enormement­e para esos minutos. Meses y meses. Cada segundo fue objeto de meditación. Es una parte que tiene que ver con la muerte y con la propia muerte, y con el amor. Nicole Brenez (con gafas), junto a Fabrice Aragno, y los productore­s Mitra Farahani y Jean-Paul Battaggia en Cannes

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