La Vanguardia - Culturas

Los dilemas actuales de Cicerón

- SERGIO VILA-SANJU

Parece que Ernesto Caballero hubiera escrito su obra pensando en la actualidad catalana. El lunes, durante el estreno de Viejo amigo Cicerón en el teatro Romea, resultaba difícil no extrapolar las ideas que sobre escena se estaban debatiendo. Confrontac­iones abiertas, dilemas sin solución fácil: es el buen teatro que estimula pero no adoctrina. Aquí con dirección de Mario Gas.

Cicerón, gran orador y jurista, conspirado­r conspicuo, fue un personaje clave de los últimos tiempos de la República romana que acabó enfrentado a su viejo amigo César y también, lo que tiene mérito, a sus sucesores, lo que le costó la vida. De la bibliograf­ía reciente sobre el personaje vale la pena consultar una completa biografía de Anthony Everett en Edhasa y las tres estupendas novelas históricas de Robert Harris en editorial Grijalbo.

Un Cicerón actualizad­o –que encarna el gran Josep Maria Pou– discute con su discípulo Tirón y su hija Tulia –Bernat Quintana y Miranda Gas, ambos también excelentes–. Algunas frases que entresaqué. Cicerón: “No puedo aceptar a ningún poder que pretenda estar por encima de las leyes”. “¿Y si son injustas?”, pregunta Tirón. “Se cambian”, responde Tulia. “La violencia siempre se vuelve contra quienes la propagan” (Tirón). De nuevo Tulia: “Solo se puede dialogar con quien está dispuesto a ceder. Y no se puede dialogar con quien ha violado la ley de manera flagrante”. Ante la mirada irónica del estadista, los jóvenes ventilan otras cuestiones enjundiosa­s: ¿No es cierto que los grandes avances solo se consiguen a través de las revolucion­es? ¿No resulta justificad­o y legítimo desobedece­r

“al despotismo de la mayoría”?

Teatro de la controvers­ia intelectua­l, y de las ideas. Me hizo pensar en alguna situación, impactante­mente teatral, que hemos visto por las redes sociales estos días. Un joven encapuchad­o se enfrenta a una rectora universita­ria para exigirle que ordene el cese absoluto de actividad en el centro. Ella argumenta que la ley se lo impide. “No os amparéis en las leyes, que no sirven de nada”, responde envalenton­ado el muchacho, arropado por seguidores con la cara también oculta. Esta escena real, y tremenda, con claros ecos de la inquietud ciceronian­a, daría para una representa­ción ampliada en el Teatre Nacional de Catalunya, donde los espectador­es, como en las obras de Ferdinand von Schirach, podrían acabar votando: ¿qué debe hacer la rectora, claudicar para evitar posibles males mayores? ¿O

“No puedo aceptar a ningún poder que pretenda estar por encima de las leyes”, nos señala el personaje de Josep Maria Pou

defender -con riesgos que no podemos precisar- la autonomía universita­ria, vinculada a una cultura liberal tan rotundamen­te, y no solo aquí, puesta en duda?

El grupo Focus realiza desde hace tiempo una labor admirable, brindando a Barcelona dramaturgi­a de calidad como la de esta obra. En la función del lunes hablé con un importante gestor teatral de la ciudad, muy preocupado por las pérdidas que los recientes acontecimi­entos están causando al sector y rezando por el rápido retorno a la calma. En la obra, Cicerón ofrece dos conclusion­es posibles para este artículo. La primera, de carácter positivovo­luntarista: “La pregunta es, ¿qué podemos hacer todos juntos?” . La segunda de orden éticoreali­sta: “Siempre me esforcé en enseñar a mis discípulos que los hechos tienen consecuenc­ias”.

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