Los dilemas actuales de Cicerón
Parece que Ernesto Caballero hubiera escrito su obra pensando en la actualidad catalana. El lunes, durante el estreno de Viejo amigo Cicerón en el teatro Romea, resultaba difícil no extrapolar las ideas que sobre escena se estaban debatiendo. Confrontaciones abiertas, dilemas sin solución fácil: es el buen teatro que estimula pero no adoctrina. Aquí con dirección de Mario Gas.
Cicerón, gran orador y jurista, conspirador conspicuo, fue un personaje clave de los últimos tiempos de la República romana que acabó enfrentado a su viejo amigo César y también, lo que tiene mérito, a sus sucesores, lo que le costó la vida. De la bibliografía reciente sobre el personaje vale la pena consultar una completa biografía de Anthony Everett en Edhasa y las tres estupendas novelas históricas de Robert Harris en editorial Grijalbo.
Un Cicerón actualizado –que encarna el gran Josep Maria Pou– discute con su discípulo Tirón y su hija Tulia –Bernat Quintana y Miranda Gas, ambos también excelentes–. Algunas frases que entresaqué. Cicerón: “No puedo aceptar a ningún poder que pretenda estar por encima de las leyes”. “¿Y si son injustas?”, pregunta Tirón. “Se cambian”, responde Tulia. “La violencia siempre se vuelve contra quienes la propagan” (Tirón). De nuevo Tulia: “Solo se puede dialogar con quien está dispuesto a ceder. Y no se puede dialogar con quien ha violado la ley de manera flagrante”. Ante la mirada irónica del estadista, los jóvenes ventilan otras cuestiones enjundiosas: ¿No es cierto que los grandes avances solo se consiguen a través de las revoluciones? ¿No resulta justificado y legítimo desobedecer
“al despotismo de la mayoría”?
Teatro de la controversia intelectual, y de las ideas. Me hizo pensar en alguna situación, impactantemente teatral, que hemos visto por las redes sociales estos días. Un joven encapuchado se enfrenta a una rectora universitaria para exigirle que ordene el cese absoluto de actividad en el centro. Ella argumenta que la ley se lo impide. “No os amparéis en las leyes, que no sirven de nada”, responde envalentonado el muchacho, arropado por seguidores con la cara también oculta. Esta escena real, y tremenda, con claros ecos de la inquietud ciceroniana, daría para una representación ampliada en el Teatre Nacional de Catalunya, donde los espectadores, como en las obras de Ferdinand von Schirach, podrían acabar votando: ¿qué debe hacer la rectora, claudicar para evitar posibles males mayores? ¿O
“No puedo aceptar a ningún poder que pretenda estar por encima de las leyes”, nos señala el personaje de Josep Maria Pou
defender -con riesgos que no podemos precisar- la autonomía universitaria, vinculada a una cultura liberal tan rotundamente, y no solo aquí, puesta en duda?
El grupo Focus realiza desde hace tiempo una labor admirable, brindando a Barcelona dramaturgia de calidad como la de esta obra. En la función del lunes hablé con un importante gestor teatral de la ciudad, muy preocupado por las pérdidas que los recientes acontecimientos están causando al sector y rezando por el rápido retorno a la calma. En la obra, Cicerón ofrece dos conclusiones posibles para este artículo. La primera, de carácter positivovoluntarista: “La pregunta es, ¿qué podemos hacer todos juntos?” . La segunda de orden éticorealista: “Siempre me esforcé en enseñar a mis discípulos que los hechos tienen consecuencias”.