El inconformista ante su espejo
Memorias El escritor y crítico del ‘Cultura/s’ Juan Antonio Masoliver Ródenas, lúcido intérprete de la propia vida, revisita los recuerdos y sensaciones de una existencia marcada por la literatura –en tanto que lector, escritor y crítico–, disolviendo la
En su vertiente creativa, en la que ha abordado casi todos los géneros o, si se quiere, uno exclusivo, Juan Antonio Masoliver Ródenas (Barcelona, 1939) ha venido ampliando los alcances de un solo libro en varios tomos, en su carácter memorioso a contrapelo, en el tono de sus obsesivas imágenes cuya entrega reciente fue el celebrado compendio Un ciego en la ventana. Dicho carácter no es el de un “estilo” impuesto, sino orgánico conjunto de estilemas como síntomas de la herida que dejaron unos cuantos materiales. Su obra ocupa un lugar otro en las letras no ya catalanas sino españolas, tan cicateras; y así se refirió Juan Goytisolo a la poesía de Masoliver: “Cuando un hombre crea un mundo propio, se convierte en un cuerpo extraño contra el que apuntan todas las leyes: gravedad, comprensión, reputación”.
Desde mi celda, cuyo título alude a las cartas de Bécquer, es de
“Cuando regreso a mi infancia estoy de nuevo allí, no he perdido nada porque lo que cuenta es la memoria”
ese conjunto fractal su anunciada conclusión (“aunque sé que la poesía está siempre al acecho para que no cumpla con mi palabra –con que este será su último libro–”), y también una suerte de coda: “memorias” muy concisas, compendiosas, a ratos bosquejadas pero siempre fieles a su arbitrio, espacio de libertad como la infancia, el sexo y la escritura, gozosas y acerbas; que buscan concentrarlo todo en el presente (2016) del recuerdo vertido a medida que se va redactando: “Cuando
catedrático, los mismos años en que ha sido crítico literario en el singular sistema cultural de estas páginas, y desde la capital inglesa las frecuentes excursiones a México, a Buenos Aires; sin que falten los matrimonios, los momentos de amistad, los amigos ausentes en el olvido y los finados presentes en la página, hasta el retiro a una torre, ya incluso abolida en su octogésimo aniversario, de vuelta al pequeño Masnou, como impaciente ciudadano dilecto, más o menos ajeno a los circuitos y hábitos intelectuales reconocibles de la actividad literaria en España (sus afinidades electivas: Gamoneda, Gimferrer, Segovia, Janés, Barral, Sánchez Robayna, García Valdés, Casado, Molina, por citar a poetas contemporáneos de su elenco) aunque no así en América Latina, donde ha encontrado amplios horizontes y activas complicidades (Paz, Girri, Gola, Milán, Montejo y Cisneros, entre otros poetas): Masoliver como uno de los referenciales poetas hispanoamericanos.
El autor, en plena disolución y despojamiento, no se mira en la página para reconocerse. Es consabido que la identidad es el recuerdo, pero los escombros de las mil cosas que nos integran mientras los vamos contando y reacomodando ponen en entredicho incluso a ese homúnculo interior que nos mira contemplarnos con asombro. Eso es este libro, el aluvión del tiempo. Memorias que dan cuenta del “regreso al pasado para maldecirlo. El fracaso de un fracasado”, acechado por la desmemoria y la muerte que debe seguir, no puede seguir, seguirá. Y aunque el epígrafe de Quasimodo nos recuerde que de pronto anochece, para San Juan allí está escondida la viva fuente, aunque sea de noche. Mientras Masoliver espera, a sus lectores nos queda la persistencia del tono ejemplar. |
ACANTILADO, 294 PÁGINAS. 20 EUROS
El autor, en plena disolución y despojamiento, no se mira en la página para reconocerse