La Beckett espera a Godot
Teatro La Sala Beckett cumple treinta años, los mismos que han transcurrido desde el fallecimiento del autor de quien lleva el nombre. Un doble aniversario para el que han preparado un ciclo dedicado al dramaturgo que incluye una nueva versión de la que e
Un árbol. Una piedra. Y Vladimir. Y Estragón. Y Godot, que no está, pero a quien se espera.
Vladimir y Estragón, ambos con bombín, ambos desarrapados, quizás harapientos, vuelven a compartir escenario con un árbol y una piedra, todos anclados en un camino que no se sabe a dónde va ni de dónde viene. Están tal y como Samuel Beckett reclamó, ahora hace setenta años, cuando Europa aún aguardaba a quien pudiera cicatrizar las heridas de aquella Guerra Mundial que había dejado países y personas sin esperanza, sin saber dónde buscarla ni cómo encontrarla. Sólo que aquella guerra ya no es casi ni memoria y las esperanzas y las desesperanzas viajan por otras carreteras sin salida. Aunque quizás sean las mismas, sólo que con otros nombres.
El árbol es árbol: sin hojas, sin flores, sin frutos. Y la piedra, piedra. Vladimir es Pol López (1984). Y Estragón, Nao Albet (1990). Y a Godot se le espera en la Sala Beckett, porque el teatro que lleva el nombre del dramaturgo, por primera vez se ha lanzado a producir el título que dio fama al dublinés. Ha decidido hacerlo cuando se cumplen treinta años de su muerte (el 22 de diciembre de 1989, en París) y treinta años, también, de la inauguración de esta sala que parieron José Sanchis Sinisterra y Luis Miguel Climent en Gràcia y que ha crecido al abrigo de su nueva sede en Poblenou. Y la Beckett ha encomendado la tarea a Ferran Utzet (1977), quien durante años ha sido segundo de a bordo de Oriol Broggi y que ya demostró maneras con aquella Dansa d’agost que triunfó en la Biblioteca de Catalunya en 2016.
Admite Utzet que la tarea (que él ya perseguía antes de que Toni Casares, director actual de la Beckett, se la propusiera) es de aquellas que se viven como un reto: Esperando a Godot no es una obra, es la obra, porque ningún dramaturgo ha podido librarse de la influencia de lo que Beckett hizo en ella y con ella. Pero ¿qué hizo? Prescindir de la acción, porque nada pasa entre Vladimir y Estragón más allá de la espera; sepa
rar gesto y palabra, voz y cuerpo, que parecen avanzar por sendas dispares; llevar la tragedia hasta el límite de convertirla en comedia o estirar la comedia hasta que se hace trágica, siempre con el absurdo en la línea del horizonte. Pero a los retos, Utzet se lanza de cabeza y, además, retira redes y trampolines. “Nadie en el equipo la hemos visto sobre un escenario”, advierte el director para desligarse de antemano de la memorable versión que hizo Lluís Pasqual con Anna Lizaran a finales del pasado siglo o de la que propuso Joan Ollé en el Grec del 2011. Y, en la misma línea de dejar atrás cualquier posible lectura aprendida, Utzet encargó una nueva traducción de En attendant Godot al poeta Josep Pedrals, que lanza su primer aviso a navegantes ya desde el título: ahora es Esperant Godot sin el Tot que abría fuego en la que firmó Joan Oliver a finales de la década de los cincuenta.
Por la singularidad de la pieza, y en contra de su manera habitual de trabajar, Utzet decidió empezar el trabajo sobre Godot alejado de los escenarios y en torno a una mesa, leyendo, releyendo y explorando de nuevo el texto, junto al resto del equipo, para encontrar entre todos cuáles son los ecos de aquella espera, junto a un árbol y una piedra, setenta años después; unos ecos en los que algunos han querido oír palabras sobre la religión, la fe, la esperanza, la desesperanza .... “Nos ayudó mucho para descubrirlo cómo Sanchis Sinisterra describe el trabajo de Beckett: dice que lo que le propone al espectador son metáforas flotantes, metáforas abiertas”, explica Utzet, que defiende así la idea de que Beckett dejaba a criterio del espectador no tan sólo el desentrañar el significado de la metáfora sino también decidir sobre qué estaba metaforizando el dramaturgo irlandés.
Y, bajo esta premisa –con la complicidad del escenógrafo Max Glaenzel, que concibió una especie de paspartú para enmarcar el escenario y la acción–, Utzet decidió concebir la puesta en escena de Esperant Godot como si se tratara de “un universo cerrado, de un espacio de observación de lo que es el ser humano; como una especie de terrario en el que observar a unos seres humanos condenados a vivir y a revivir la misma escena, tal y como le pasaba a Sísifo”. Y la referencia de Utzet a Sísifo, aquel rey al que la mitología griega condena a cargar con una piedra colina arriba para, antes de llegar a la cima, ver cómo vuelve a caer rodando, no es baladí: Albert Camus planteó en El mito de Sísifo (1942) la filosofía del absurdo, pocos años antes de que Beckett engendrara el teatro del absurdo con Godot.
Pero si Utzet tiene como objetivo
“mantener viva la metáfora”, también es muy consciente de que quiere “despegar” su puesta en escena de la solemnidad, de ese peso filosófico o intelectualizante que muchas veces acarrea. Y la prueba irrebatible de que es así es su elección de los actores: junto a Nao Albet (actor habitual de Àlex Rigola o Magda Puyo, que también es director: Los Esqueiters o Falsestuff) y Pol López (Hamlet, El curiós incident del gos a mitjanit o Sopa de pollastre amb ordi, también dirigida por Utzet), completando el cuarteto como Pozzo y Lucky, aparecen Aitor GalisteoRocher (habitual de La Calòrica) y Blai Juanet (recordado por Be God Is). Los cuatro actores jóvenes, de gesto endiablado, cuerpo dúctil y mirada cargada de ironía. “Le haría un flaco favor al texto que hubiera optado por actores muy serios que pronunciaran palabras muy profundas”, aclara Utzet.
“No se trata tanto de potenciar la comicidad sino el juego. Intentar que la obra vuele, que no pese, que sea ligera… Nos hemos preparado mucho, hemos investigado mucho, pero para poder olvidarnos. Porque la palabra debe tener fuerza y peso, pero el dispositivo escénico tiene que permitir que llegue liviana al espectador”, explica Utzet, que añade que “el humor, profundo y abundante”, llega con unos gags que Beckett sirve en bandeja y marca en sus férreas acotaciones. “Cuando no sabemos cómo resolver una escena, tenemos un mantra: creo en Beckett. Y es que, si haces lo que él dice en las acotaciones, el texto funciona solo”.
Y mientras, sentado sobre la piedra, al lado del árbol, Estragón se pelea con su bota. Estira para sacársela. Se retuerce para arrancársela en un slapstick que desata la carcajada entre todos los que siguen el ensayo. Y, cuando logra quitársela, se la lanza a Vladimir que la coge al vuelo, como las réplicas que escribió Beckett para un diálogo imposible entre dos seres que esperan sin, al parecer, desesperar. ComoSísifo. |
Utzet ha querido “despegar” su puesta en escena de la solemnidad, del peso filosófico que acarrea
“Cuando no sabemos cómo resolver una escena, tenemos un mantra: creo en Beckett”
SALA BECKETT
DEL 27 DE NOVIEMBRE AL 4 DE ENERO DE 2020