Cuestión de honor
El oficial y el espía La última película de Roman Polanski, sobre el caso Dreyfus, Gran Premio del Jurado en el último festival de Venecia, se estrena el 1 de enero sin poder eludir las polémicas judiciales que envuelven a su director
La condena y destierro del capitán del ejército francés Alfred Dreyfus (1859-1935), falsamente acusado de espionaje y alta traición, conmocionó a la sociedad francesa de la época, protagonizó el debate político entre 1894 y 1906, tuvo consecuencias de toda índole y marcó un hito en la inacabable crónica del antisemitismo. Como no podía ser de otro modo, el llamado caso Dreyfus ha frecuentado el cine, a veces de manera tangencial, como en La vida de Émile Zola (William Dieterle, 1937), y en ocasiones de un modo más directo, como en Dreyfus (F.W. Kraemer y Milton Rosmer, 1931) o en la estimable Yo acuso (José Ferrer, 1958), entre otras, aunque siempre soportando el lastre de ese academicismo formal que suele acompañar a las recreaciones históricas convencionales. No es este el caso de El oficial y el espía, la última y ganadora apuesta de Roman Polanski, que empequeñece a todos estos precedentes y que sobrepasa los habituales límites de la ilustración de época para acogerse a una puesta en escena sobria y de raíces clásicas –como es usual en el cineasta– pero radical en su tono incisivo, en sus drásticas e inteligentes elipsis, en su manera de concluir cada secuencia tan pronto como ha mostrado aquello que pretendía expresar, adhiriéndose así a una dinámica irrefrenable, ágil, capaz de agarrar al espectador mínimamente interesado por la trama y no soltarle hasta el final.
Uno de los grandes aciertos del filme reside en su lograda combinación entre lo general y lo particular, entre lo histórico, lo social y lo íntimo. Tras arrancar con un dilatado y amplísimo plano general del lugar en el que Dreyfus (un irreconocible Louis Garrel) es públicamente degradado, entre los gritos de una plebe desinformada y hostil y la complacencia de la jerarquía militar, la película pasa a centrarse en la figura del coronel Georges Picquart (Jean Dujardin), un reconocido antisemita que ha colaborado en la instrucción del proceso contra Dreyfus y que no siente ninguna simpatía por el joven capitán. Sin embargo, y a medida que sus sospechas en torno a la inocencia de Dreyfus se incrementan y finalmente se confirman, Picquart no vacila en aparcar sus filias y sus fo
Uno de los grandes aciertos del filme es su lograda combinación entre lo histórico, lo social y lo íntimo
Antonio Machado fotografiado en la galería del chalet Villa Amparo, en Rocafort, cerca de València, seguramente a principios de 1938, donde estuvo antes de ir a Barcelona
“En esa egregia Barcelona –hubiera dicho Mairena en nuestros días–, perla del mar latino, y en los campos que la rodean, y que yo me atrevo a llamar virgilianos, porque en ellos se da un perfecto equilibrio entre la obra de la Naturaleza y la del hombre, gusto de releer a Juan Maragall, a mosén Cinto, Ausiàs March, grandes poetas de ayer, y otros, grandes también de nuestros días. Como a través de un cristal coloreado y no del todo transparente para mí, la lengua catalana, donde yo creo sentir la montaña, la campiña y el mar, me deja ver algo de estas mentes iluminadas, de estos corazones ardientes de nuestra Iberia”. Con estas palabras iniciaba el poeta Antonio Machado uno de sus artículos en La Vanguardia, en plena Guerra Civil.
Cuando empezaron los bombardeos de la aviación franquista sobre València, Machado, que residía en Villa Amparo, en Rocafort (Valencia), se trasladó a Barcelona en compañía de su madre, Ana Ruiz, su hermano José, su cuñada Matea Monedero y sus tres sobrinas. No se sabe con exactitud cuando Machado llegó a Barcelona, pero el 27 de marzo de 1938 La Vanguardia lo saluda ya como fichaje. “Con don Antonio Machado nos llegan un escritor y un hombre. Bien venidos ambos”, decían las últimas líneas de un breve escrito editorial. El trato era el de una gloria nacional. “Don Antonio, cargado de años, de laureles y de achaques, ha renunciado a su derecho al descanso y mantiene vivo, juvenil y heroico el espíritu liberal que informó su obra y su obrar”.
La Vanguardia había publicado unos meses antes un texto suyo: El poeta y el pueblo, que era el discurso que pronunció en València en la clausura del Congreso Internacional
de Escritores. Aunque Machado llegó a Barcelona con una salud quebradiza, su actividad periodística fue relativamente importante. Además de los 29 artículos que aparecieron con su firma en La Vanguardia, publicó otros en Hora de España ,enel Servicio Español de Información y en Nuestro Ejército; hizo un prólogo para La Corte de los Milagros, de Valle-Inclán, y otro para Los españoles en guerra, de Manuel Azaña, e incluso escribió un poema dedicado al general Enrique Líster.
Desde noviembre de 1937 el director de La Vanguardia era el socialista cordobés Fernando Vázquez Ocaso, que había sido secretario de Juan Negrín, y a él cabe atribuirle el encargo a Machado, aunque probablemente siguió una recomendación de las altas esferas. El diario, incautado a la propiedad, estaba controlado por un consejo con representantes del Ayuntamiento, la Generalitat y el propio comité de empresa. Y aun así existía un control externo, como lo acredita que los días 17, 18 y 19 de agosto de 1938 el Ministerio de la Gobernación lo suspendiera “por contravenir las disposiciones del Gobierno y no pasar sus galeradas por la censura”.
Los biógrafos de Machado sitúan su llegada a Barcelona a principios o mediados de abril, pero podría ser incluso anterior, dado que su primer artículo barcelonés es del 27 de marzo. Los periódicos del 24 de marzo informaban ya de una suscripción popular “en favor de las víctimas de los bombardeos de València”. Y si bien es cierto que Machado escribió el soneto Amanecer en Valencia (Desde una torre), relacionado con un bombardeo en Rocafort ,y lo fechó el 26 de marzo, no está de más
recordar su confidencia a Max Aub: “Yo escribiré versos sobre Valencia cuando ya no esté aquí. Yo no puedo escribir nunca sobre lo que me rodea y sucede. Escribo con el recuerdo”.
Machado residió casi diez meses en Barcelona, antes de partir hacia un exilio que resultó trágico. Era su segunda estancia en la ciudad. La primera, en 1928, fue para el estreno de Las adelfas, momento en el que concedió una entrevista en la que dejó esa curiosa afirmación: “[Barcelona] es una ciudad magnífica, la primera de España sin ningún género de dudas. He notado también una cosa curiosa: que Barcelona se parece mucho más a París o a Sevilla que no a Madrid (…) Puede decirse que Madrid es una capital, mientras que Barcelona es una ciudad de veras”. Lo cual no quita que en el momento de la discusión del Estatut de Catalunya
expresara sus temores hacia unas reivindicaciones que consideraba maximalistas y que temía pudieran poner en peligro la República.
En su segunda estancia se instaló con su familia en el hotel Majestic, del paseo de Gràcia, también incautado, en el que había otros intelectuales como León Felipe, José Bergamín, el hispanista Waldo Frank y Max Aub, que preparaba el guion de L’espoir, película de Malraux.
Machado vivió bastante aislado en Barcelona. Firmó varios manifiestos pero no asistió ni a mítines ni actos públicos. El periodista José Tarín Iglesias dijo haberlo encontrado en una ocasión en la calle, charlando con Álvaro de Albornoz. Lo describe “descuidado en su indumentaria, con su sombrero negro y su inseparable bastón”. Tampoco hay constancia de que durante este tiempo visitase la redacción o los talleres de La Vanguardia, de la calle Tallers. No lo recordaba Joan Saura, uno de los trabajadores más longevos, que entró a trabajar el 1 de abril de 1938, con quince años y permaneció otros 58 en el área de contabilidad y pagos. En su memoria estaba que a Machado se le pagaban 250 pesetas por artículo.
El ajetreo del Majestic molestaba a los Machado y un mes después logró que los trasladasen, a él y a su familia, a la torre Castanyer, en el paseo de Sant Gervasi, un antiguo >
Tras su llegada a Barcelona, los Machado fueron instalados en el hotel Majestic. Al cabo de un mes pudieron trasladarse a la torre Castanyer, en el paseo de Sant Gervasi
Machado, con la salud muy delicada, vivió casi diez meses encerrado entre el Majestic y una torre de Sant Gervasi