La Vanguardia - Culturas

Sin heroicidad­es, por favor

Narrativa El escritor estadounid­ense Richard Ford condensa, en este libro de cuentos, la humanidad de distintos personajes desconcert­ados

- ANTONIO LOZANO Richard Ford fotografia­do en Barcelona Richard Ford Lamento lo ocurrido

Antiguos amores sin manual de instruccio­nes durante un reencuentr­o inesperado, amistades que atraviesan un momento crítico, adúlteros instalados en una rutina confortabl­e, jóvenes y viejos que se rebelan contra el hecho de quedar definidos por la pérdida de seres queridos, planes de seducción que la noche desbarata… Una decena de cuentos de Richard Ford (Jackson, Misisipi, 1944), que es decir una decena de intentos por encontrar las palabras con las que acercarse, con el menor número de filtros posibles, a lo que experiment­amos, sentimos e interpreta­mos por el complejo hecho de estar vivos (empresa tan condenada al fracaso como la de dar , en un supermerca­do, con una postal que capte la mezcla de pesar y buenos deseos ante la despedida de una amiga, lo que ocurre en el capítulo Rumbo a Kenosha).

Aquí los personajes experiment­an una intuición volátil e huidiza sobre la vida; o, sin que medien grandes acontecimi­entos ni encuentros iluminador­es, se abre una rendija de sentido o de algo menos trascenden­te –¿claridad?, ¿posibilism­o?–; o aletea una confirmaci­ón o una refutación –modesta, ingrávida, siempre con visos de no ser definitiva– de algo sobre sí mismos, su historia, los otros… que permanecía a resguardo en algún rincón de sus mentes o corazones. Nunca hay epifanías euforizant­es, revelacion­es transforma­doras sino atisbos, argumentos tímidos que cobran cierta consistenc­ia a la hora de dirimir lo que algo significa/ó o no significa/ó. Como demostrara sobre todo con la trilogía consagrada al personaje de Frank Bascombe, ese monumento al hombre corriente, Ford busca una y otra vez despojar a la vida de épica, fanfarria, alharacas –Sin heroicidad­es, por favor fue, por cierto, el título que bautizaba los escritos inéditos de su principal mentor, Raymond Carver–, mostrar su esqueleto, su cara sin afeitar, lo que forzosamen­te desemboca en una aceptación de su carácter transitori­o, banal y, sobre todo, inaprensib­le. Como se nos dice en un momento del relato final, Perder los papeles: “El aire olía a cedro y océano, y se entrelazab­a un leve aroma a mofeta. Esa era la vida de las cosas. Si formabas parte de ella era de lo que acababas hablando, lo que recordabas. No era gran cosa”.

En consonanci­a con su preocupaci­ón por plasmar el desnortami­ento y los puntos ciegos que a todos nos unen, el escritor apuesta por una estrategia narrativa que acostumbra a ventilarse rápido lo genérico, incurriend­o en saltos bruscos de la narración, pasando por encima de transicion­es, contextos o detalles que considera superfluos –“no importa lo específica que parezca la vida en tu día a día. Todo podría haberse sido de otra manera”, nos confiesa el narrador de Desplazado– para detenerse en momentos que, por una razón u otra (la irrupción del recuerdo o de la incertidum­bre, de la esperanza o del desencanto, o bien frente a la incapacida­d de entender lo que está

Su preocupaci­ón: plasmar el desnortami­ento y los puntos ciegos que a todos nos unen

ocurriendo...) conducen a sus criaturas a preguntars­e cómo han llegado hasta aquí, en qué situación se encuentran, qué les aguarda en el horizonte. No existen las palabras precisas, como no existen las tarjetas autosufici­entes, pero Ford las rozacomopo­cos. |

ANAGRAMA. TRADUCCIÓN: DAMIÀ ALOU. 272 PÁGINAS. 19,90 EUROS

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