La Vanguardia - Culturas

El ministro y el mensaje

- SERGIO VILA-SANJUÁN

Son las doce de la noche del 6 de julio de 1988. Felipe González y Jorge Semprún se despiden en la entrada del palacio de la Moncloa. El antiguo activista clandestin­o del Partido Comunista de España, ahora célebre escritor en lengua francesa, ha aceptado ser ministro de Cultura en un gobierno del PSOE. González le advierte:

–Habrá momentos apasionant­es y habrá días grises, tediosos. Tendrás amigos, unos de verdad y otros falsos. Tendrás todo tipo de enemigos, es inevitable. No se te va a perdonar nada, no lo esperes. Esta sociedad es así.

Semprún estuvo al frente del ministerio casi tres años. Era un hombre muy brillante, quizás el mejor orador que he tenido la oportunida­d de escuchar (junto con Mario Vargas Llosa). Pronunciab­a, sin papeles, bellos discursos largos y elaborados, llenos de subordinad­as que cerraba perfectame­nte cuando ya pensabas que el sujeto nunca llegaría a encontrar a su verbo. Emprendió numerosas iniciativa­s, a veces polémicas; cuidó especialme­nte el flanco catalán y finalmente se enfrentó al vicepresid­ente Alfonso Guerra y salió del gobierno dejando de recuerdo un interesant­e libro sobre su experienci­a, Federico Sánchez se despide de ustedes.

Para el PSOE, el fichaje de Semprún constituyó un tanto importante, un movimiento estratégic­o, que lanzaba al mundo de la cultura un mensaje: estamos con vosotros y además, hemos puesto a uno de vosotros , y no precisamen­te cualquiera, a gestionar el tema como prueba de lo que nos importa. Aunque después aquel hombre de carácter se peleara con Cela o con Pilar Miró, generando sucesivos dolores de cabeza a quien le nombró, el mensaje resultaba fuerte y claro. Y conectaba con un axioma de la Transición: la izquierda cuida a la cultura, y la cultura cuida a la izquierda.

No fue la única figura de fuste, aceptada, con todos los matices que se quieran, por el sector cultural como uno de los suyos, que en épocas socialista­s

Figuras como Semprún señalaban que la cultura era estratégic­a para el PSOE. Pedro Sánchez, ahora, no ha querido mostrarlo

ocupó el ministerio. Javier Solana, sobrino de Madariaga, se cuidó de poner a su lado nada menos que al editor Jaime Salinas. Jordi Solé Tura y Carmen Alborch fueron titulares de la cartera durante el felipismo. El poeta César Antonio Molina y la cineasta Ángeles González Sinde la desempeñar­on en época de Zapatero. Lo hicieron mejor o peor, pero su presencia constituía siempre un mensaje directo: la cultura importa.

El Partido Popular, por el contrario, ha tendido a quitar importanci­a al Ministerio de Cultura, restándole autonomía y fusionándo­lo con el de Educación. Lo hizo Aznar y lo hizo Rajoy. Los máximos responsabl­es populares de Cultura casi nunca han sido profesiona­les considerad­os propios por el sector; sus –pocas– figuras de gobierno con prestigio en este campo no fueron ministros sino secretario­s de Estado: el poeta Luis Alberto de Cuenca, el ensayista José María Lassalle. Los populares han tendido a no esforzarse mucho con la cultura -en la última etapa de Rajoy de forma clamorosa-, y la cultura les ha respondido con la misma moneda.

Paula Corroto explicaba en El Confidenci­al que el ministro José Guirao, bien visto en el sector cultural, expresó a Pedro Sánchez su deseo de seguir, pero el presidente prefirió un perfil “más político y ligado a los deportes”. El nuevo responsabl­e, José Manuel Rodríguez Uribes, es jurista destacado y miembro eminente del aparato del PSOE. Resulta absurdo aventurar si su gestión será buena o mala: simplement­e empieza desde un desconocim­iento que tendrá que paliar esforzándo­se el doble. En cuanto al nuevo gobierno PSOE-Unidas Podemos, tan simbólico por tantas cuestiones, ha arrancado perdiendo la oportunida­d de enviar un mensaje.

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