Bocaccio
Se rinde homenaje a la mítica sala de fiestas y club social, situado en la calle Muntaner de Barcelona, que fue foco de antifranquismo y de la ‘gauche divine’ durante la década de los sesenta
El miércoles 15 de enero se inauguró una exposición en el Palau Robert: “Bocaccio, temple de la gauche divine”, en la que se muestran una serie de fotografías, documentos y objetos relacionados con la célebre boîte del 505 de la calle Muntaner; un material cariñosa y celosamente pillado y conservado por el periodista Toni Vall, autor de un libro sobre la misma boîte –Bocaccio, donde pasaba todo/ On passava tot (Destino/Columna)– que fue presentado por Teresa Gimpera, Enrique Vila-Matas y Toni Vall aquel mismo miércoles, antes de visitar la exposición.
Al día siguiente, Sergio Lozano se preguntaba en la sección de Cultura
Un visitante observa diferentes materiales de los años del Bocaccio, en la exposición en el Palau Robert
de este diario: “¿Lugar de reunión de intelectuales o discoteca de niños pijos? ¿La Barcelona tardofranquista o un pedacito de Europa en la calle Muntaner? ¿Copeteo y promiscuidad o la búsqueda de una libertad que no existía en la calle?”. Las preguntas siguen siendo las de siempre, las mismas que más de uno se hacía desde que Bocaccio abrió sus puertas en 1967 hasta que las cerró en 1981, es decir, cuando Oriol Regàs se vendió el local (para mí, Bocaccio era el local de los hermanos Regàs, de Xavi Miserachs, de Teresa Gimpera y sus amigos). Las preguntas de siempre y las respuestas de siempre: para unos “reunión de intelectuales” y para otros “discoteca de niños pijos”, etcétera, etcétera. Por lo que a mí respecta, yo diría que en Bocaccio coincidían algunos intelectuales y algunos niños pijos, pero en modo alguno me atrevería a hablar de “reunión de intelectuales” y mucho menos de “discoteca de niños pijos”. Evidentemente, era un pedazo del tardofranquismo –en cuanto un 80% de los que frecuentaban la boîte
eran confesos antifranquistas–, pero también un “pedacito de Europa”, de la soñada Europa.
El miércoles, mientras escuchaba a mi primo Enrique Vila-Matas hablar del Bocaccio como de su “universidad” y a Teresa Gimpera de “nuestra comunidad”, una silla de ruedas hizo su aparición a mi izquierda: era el nonagenario Oriol Bohigas acompañado por su esposa,
Beth Galí. En aquellos años en que una noche sí y la otra también íbamos a Bocaccio a tomarnos una, dos, tres… copas (copas que a mí me salían gratis, a mí y a mis acompañantes), Oriol Bohigas era, además de muchas otras cosas, lo que hoy se conoce como un macho Alfa (con mayúscula). Recuerdo aquella noche en la que una moza del Bocaccio, una moza mal casada que se había encaprichado conmigo y me había entregado las llaves de su piso, me llevó a ver a Oriol. ¿Para qué? Pues para mostrar su presa al macho Alfa, al que la había desvirgado emocional e intelectualmente. Lleva razón Teresa Gimpera cuando dice que las mujeres eran algo más que las musas de aquella boîte. Bocaccio era, en cierto modo, un local feminista, de un feminismo inteligente, en el que las mujeres, dice Teresa, “vam guanyar llibertat, independència i valentia”.
Pero Bocaccio era muchas más cosas. Recuerdo una noche en la que sentado en la barra junto a mi amigo Terenci Moix, este me mostró a un tipo que acababa de entrar en la boîte. Era, me dijo, el alférez que se tiraba a mi amigo –quieras no quieras– cuando Ramon (luego Terenci) hacía la mili. Y recuerdo también la noche en que llegó X, uno de los accionistas de Bocaccio, y el maître no más verle ordenó que encerrasen a Z, un joven y guapo camarero que le había robado el corazón a X. X era de lo mejorcito de la sociedad barcelonesa, un tipo culto, especialista en bailes de disfraces, que a la hora de ligar no se andaba con remilgos.
Yo no formé parte de esa “comunidad” de la que hablaba Teresa Gimpera, pero conocía a los Regàs –su madre, Mariona Pagès, una mujer extraordinaria, hermana de mi
Era un local feminista donde las mujeres ganaron “libertad, independencia y valentía”, dice Gimpera
querido y añorado tío Víctor Alba, me tuvo en brazos recién nacido, en el París de 1938–, y con Xavi Miserachs, un año mayor que yo, habíamos coincidido de niños en el Institut Tècnic Eulàlia. Cuando yo llegué, la señorita les dijo a Xavi y a sus compañeros: “Tracteu-lo bé. És el fill del poeta”. Y Xavi, al regresar a su casa, le preguntó a su madre: “Mare, què és un poeta?”.
Yo era un periodista que iba al Bocaccio a pillar material para mis “Rumbas” (así llamaba yo a mis articulitos de un día sí y el otro puede que también que escribía en el Tele/ eXprés) y de paso conversar con los amigos, la mayoría de los cuales ya no pertenecen a este mundo. Me refiero a gentes como Jaime Gil de Biedma, Jaume Perich, Cargenio Trías (Carlos y su hermano Eugenio), Terenci Moix y su hermana Anna Maria, la Nena; el fotógrafo César Malet, Víctor Mora, el psuquero más heterodoxo que he conocido en mi vida –recuerdo una noche estupenda en la que coincidimos en Bocaccio con el entonces corresponsal de Le Monde en Moscú–, Marcelet Vergés, y el poeta Josep Elias, muerto joven, un año después que Oriol se vendiese el Bocaccio; Josep Elias, pariente de los Regàs y los Pagès, que se sabía todos los poemas de Baudelairedememoria… |
Con atuendos más discretos que nuestros reconocidos visitantes a pedales, a Girona acuden especialistas cuyo objetivo es acercarse a un objeto único conservado en el Museo de Arte de la ciudad. Son vidrieros, historiadores del arte, conservadores de vidrieras, especialistas en técnicas medievales… Desde 1986, cuando la supervivencia de una tabla de vidriero fue expuesta al mundo por Joan Vila-Grau, la importancia de Girona para entender el funcionamiento de los talleres de vidriera medieval se ha convertido en un reclamo. Y el pasado 23 de diciembre Girona puso una nueva carta sobre la mesa. La catedral no solo conserva el conjunto de vidrieras medievales realizadas sobre la célebre tabla (1346). No solo el mayor conjunto conservado del maestro Guillem de Letumgard (1357). No solo las grandes vidrieras de Antoni Tomás de Tolosa (1437) o de Joan de Burgunya y Gil Fontanet (1520). No solo el ventanal contemporáneo de Sean Scully (2011). También la vidriera figurativa más antigua de Catalunya y gran parte del sur de Francia.
La vidriera estuvo allí siempre, olvidada detrás del retablo renacentista de Antoni Coll. A mediados del siglo XVI, una vidriera medieval con sus deterioros y sus pequeñas pérdidas, era un objeto con valor claramente cuestionable. La vidriera había pasado de moda, la simbología de la luz vinculada al gótico se desvanecía, y se buscaban elementos para actualizar el templo. Los retablos fueron los grandes substitutos de las vidrieras de las capillas, >