La Vanguardia - Culturas

La cultura en la tierra de Trump y los caimanes

- BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ

Hay una escena en El irlandé sde Martin Scorsese en la que Jimmy Hoffa (Al Pacino) y Frank Sheeran (Robert De Niro) quedan con el líder sindical y rival de Hoffa, Tony Provenzano (Stephen Graham). Provenzano llega tarde, una cosa que Hoffa no puede soportar, y encima entra en el salón, forrado en los colores pastel del art nouveau de Miami, vestido con pantalones cortos blancos, mocasines también blancos y una camisa estampada desabrocha­da. Accesorios: un puro y unas gafas de sol.

–¿Así te vistes para una reunión? –le increpa Hoffa.

–¿Así te vistes tú en Florida?, ¿con un traje? –responde Provenzano, haciendo que el espectador se eche atrás y suelte un “wooow”, porque el espectador ha visto muchas películas de Scorsese y sabe exactament­e lo que les pasa a los que se pasan de listos.

Antes de abalanzars­e sobre él para apalearlo, Pacino le deja clara una cosa: sí, él se pone traje gris abrochado y con corbata para una reunión, en Florida y en Tombuctú.

Tiene gracia oír a Pacino decir eso porque todo el mundo recuerda al actor con un atuendo igual o más extravagan­te que el de Provenzano en otra película que destila esencia de Florida, El precio del poder. Tony Montana con camisa hawaiana ensangrent­ada, Tony Montana con traje blanco y camisa granate con menos botones aún que la de Provenzano. Una combinació­n de sastrería masculina que precedió en una década al uniforme de Miami en los ochenta, el traje suelto con mangas arremangad­as llevado con camiseta debajo que usaba Don Johnson en Corrupción en Miami.

Piense lo que piense Hoffa, aquí el que lleva razón es Provenzano. Uno no va con un traje gris y corbata por Florida.

El llamado sunshine estate lleva unos años ocupando banda ancha. A nadie le sorprendió cuando el pasado octubre Donald Trump anunció que dejaba de ser residente oficial de Nueva York. Aunque nació en Queens y construyó su imperio de pan de oro en Manhattan, el presidente ha pasado a empadronar­se en Florida, donde está el famoso Mar-a-Lago, una mansión de 126 habitacion­es (o 118 según donde se consulte; normal, a partir de la noventa uno se descuenta). Trump la compró en 1985 y más tarde la transformó en un club privado. Es decir, cuando se retira allí, cosa que hace muy a menudo (ha pasado allí más de cien días desde que es presidente, frente a los veinte que ha pernoctado en la torre Trump de Manhattan), no está en un retiro privado de invierno, como los que han tenido otros presidente­s también en Florida –Richard Nixon en Cayo Vizcaíno, Harry Truman en Cayo Hueso, John Kennedy en Palm Beach– sino que se aloja en una especie de hotel de lujo, compartien­do la piscina y el spa con cualquiera que pueda permitirse los 70.000 dólares de matricula y 4.000 dólares anuales de cuota que pagan los socios. Mar-a-Lago es más que el sitio de su recreo, es, según le contó a Francesc Peirón en La Vanguardia Laurence Leamer, el autor del libro Mar-a-lago, inside the gates of power at Donald Trump’s presidenti­al palace, “el lugar donde lo aprendió todo”. Allí se enfrentó a la aristocrac­ia de Palm Beach a base de dólares y perfeccion­ó eso de ser a la vez élite extrema y el mayor antisistem­a.

Trump, que también celebró en Florida el mitin en el que anunció que se presentarí­a a la reelección, se ha hecho residente por una cuestión de impuestos. Allí no se tasan las herencias, de manera que sus cinco hijos se ahorrarían darle al estado el 16 por ciento de su fortuna cuando fallezca. Pero aun así hay algo narrativam­ente apropiado en este movimiento, porque Trump se convierte así en el über-hombre de Florida, el Florida Man definitivo. Ese meme, el Florida Man, se popularizó a partir del 2013, cuando surgió la cuenta de Twitter @_FloridaMan, dedicada a postear noticias protagoniz­adas por tipos de ese estado atropellad­os por su perro por pisar el acelerador, o arrestados por dar cerveza a un cocodrilo, o por suplantar la identidad de un policía para tener descuentos en McDonald’s. Según una investigac­ión del periódico Miami Herald, no es que allí sucedan cosas más extrañas que en, pongamos, Ohio, sino que existen leyes más laxas que permiten a los periodista­s obtener informacio­nes de la policía que en otros lugares están protegidas. Whatever.

Lo cierto es que, sobre todo desde que en el año 2000 se dirimió en Florida la disputa entre Al Gore y George Bush jr. por culpa de unas papeletas mariposa –la teleserie Recount de HBO llevó aquello a la ficción ocho años más tarde–, el estado se convirtió en una presa fácil para los humoristas estadounid­enses, que lo han convertido en su running gag, en su chiste continuo más fiable. El cómico John Mulaney explicaba así en el programa de Seth Meyers por qué a los humoristas les cunde tanto: “Nunca montarías Florida adrede. Nunca organizarí­as una cena y dirías: vamos a invitar a un montón de judíos mayores, unos cuantos gays cool de South Beach, un grupo de cubanos conservado­res, una zarigüeya, un caimán, doce asesinos en serie y a la gente más rica del mundo intentando no pagar impuestos. Y al final de la cena entre todos deciden quién es presidente”.

El propio Meyers hizo un segmento el octubre pasado en que trataba de resistirse a los cantos de sirena del chiste sobre Florida. “No voy a hacerlo, son demasiado fáciles”, repetía, pero al final se rendía a la evidencia y acababa contestand­o así al titular “un hombre de Florida fue arrestado ayer por bailar desnudo en un McDonald’s”: “Genial, ahora tengo que encontrar a alguien para cubrir su turno, dijo el gerente”.

Es probable que los residentes del estado estén empezando a cansarse de un estereotip­o que propagan personas con grado universita­rio caro que viven en Nueva York y Los Ángeles. Como señala el periodista de The Tampa Bay Times Craig Pittman, “la tragedia lleva la máscara de la comedia. No es que estés leyendo el parte de la policía, estás viendo el resultado de un estado que es el número 49 en gasto en salud mental”. 49 de 50. Pittman es autor del libro Oh! Florida, que lleva el subtítulo: Cómo el estado más raro de América influye al resto del país.

La reciente serie Llegar a ser dios en Florida, que acaba de emitir Movistar+, no esquiva casi ninguno de esos clichés. El marido de la protagonis­ta –una Kirsten Dunst que estuvo nominada a los Globos de >

Desde la disputa entre Al Gore y Bush Jr. en las elecciones del 2000, el estado ha sido presa fácil para los humoristas

Películas y series de televisión no se resisten a reproducir todos los tópicos y chistes sobre Florida

CAYO LARGO

Un clásico del cine negro dirigido por John Huston, con Humphey Bogart y Lauren Bacall como protagonis­tas

SPRING BREAKERS

Chicas adolescent­es, drogas, sexo, atracos... Una comedia cruda y delirante dirigida por Harmony Korine

MOONLIGHT Oscarizado drama dirigido por Barry Jenkins que muestra un Miami poco habitual en las pantallas cinematogr­áficas

EL PRECIO DEL PODER El Miami de los gángsters, en un guion de Oliver Stone dirigido por Brian de Palma, con Al Pacino y Michelle Pfeiffer

MAGIC MIKE Película de Steven Soderbergh sobre el mundo de los strippers masculinos en Tampa, protagoniz­ada por Channing Tatum

THE FLORIDA PROJECT Dirigida por Sean Baker. Una niña, un verano, en un motel barato en los arrabales de DisneyWorl­d. Entre drama y comedia

> Oro por su papel de empleada de parque acuático que acaba ganando millones con una estafa piramidal– muere en el primer capítulo tragado por un caimán en una ciénaga y ella acaba cazando al animal y arrancándo­le la piel a tiras. En el centro de la acción está FAM, una empresa fraudulent­a que tiene elementos de secta, se perciben las desigualda­des económicas y sociales del estado y todo está bañado por un sol radiante y una capa de humedad que se percibe hasta en el pelo frito de los actores.

Aunque tiene mucha menos carga dramática (y traumática), la serie, que en un principio iba a dirigir Yorgos Lanthimos –archivar en “proyectos televisivo­s frustrados por los que siempre suspirarem­os”– juega con contrastes parecidos a los de la película The Florida Project (2017). Si Llegar a ser... empieza en un parque de piscinas y toboganes, el filme de Sean Baker transcurre en los moteles cutres que se sitúan en la periferia del que se vende como “el lugar más feliz del mundo”, Disney World. Estos establecim­ientos, en los que se alojan por temporadas familias que han sido expulsadas del mercado inmobiliar­io, tienen nombres salpicados de magia Disney: Magic Castle, Futureland. En Magic Castle, precisamen­te, viven Halley, una madre soltera, bailarina y camarera intermiten­te, y su hija de seis años. La película, que se desinfló al llegar a los Oscars, recibió las obligatori­as comparacio­nes con el filme que sí se lo llevó –el Oscar– el año anterior, y que también contiene escenas de pobreza infantil en la soleada Florida, Moonlight. Los críticos locales destacaron de la película de Barry Jenkins que era la primera vez que veían ese Miami en el cine, uno muy distinto al de la miniserie Versace, por ejemplo. Los personajes, muchos de ellos negros cubanos, se mueven por los ruinosos complejos residencia­les de Liberty City (el barrio en el que creció Jenkins) y por

Sólo ‘Moonlight’, película ganadora del Oscar en el 2017, escapa a los clichés habituales

Más allá de la mediática Art Basel, algunos artistas intentan plasmar los claroscuro­s del lugar

la playa de Virginia Key, predominan­temente afroameric­ana.

Algunos artistas están empezando a plasmar panoramas similares en su obra, y muchos de ellos han sido finalistas en los últimos seis años al Florida Prize que entrega el Museo de Arte Contemporá­neo de Orlando, que exhibe cada año a diez creadores de la zona. Por ejemplo, los paisajes e interiores de Amer Kobaslija, nacido en Bosnia y residente en Orlando, que plasma en sus lienzos cómo los ciudadanos de su estado de adopción (llegó con su familia como refugiado tras la guerra de los Balcanes) domestican la naturaleza y la ponen a trabajar. Los árboles gigantesco­s sirven para enrollar en ellos decenas de flotadores de plástico. Más desoladora­s son las fotos de la fotoperiod­ista Lola Gomez, que retrata los estragos de los huracanes y de la crisis de los opioides en Florida. A pesar de los esfuer

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EFE El plátano presentado en la feria de arte de Miami por el artista Maurizio Cattelan con el título de ‘Comedian’ y a la venta por 120.000 dólares

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