La Vanguardia - Culturas

El fin de una era

Ensayo Los politicólo­gos Ivan Krastev y Stephen Holmes, en una extraordin­aria obra de sociología política, reflexiona­n sobre los estragos de la guerra fría, la expansión global de la cultura de consumo y el peso de las emociones tóxicas

- JORDI AMAT Ivan Krastev y Stephen Holmes

La historia había terminado. La profecía de Fukuyama pareció una descripció­n plausible del futuro. El artículo ¿El fin de la historia? capturó el espíritu de la época. El verano de 1989 se pudo leer primero en las páginas de la revista conservado­ra The National Interest. “Lo que podríamos estar presencian­do no es simplement­e el fin de la guerra fría o la desaparici­ón de un determinad­o periodo de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universali­zación de la democracia liberal en occidente como la forma final del gobierno humano”. Esa victoria de los Estados Unidos, cuya concreción más evidente fue la implosión de la Unión Soviética, no era solo política, decía Fukuyama, estaría interrelac­ionada con la expansión global de la cultura del consumo; buen ejemplo de ello eran “los televisore­s en color omnipresen­tes en toda China”. No parecía haber otro proyecto. Y lo bueno, bonito e inevitable, al constatar que no existía alternativ­a, era que los perdedores iban a asumir la alternativ­a victoriosa como el único modelo a imitar.

Sobre los errores y las trampas de esa Era de la Imitación, que empezó entonces y fue hegemónica durante dos décadas, reflexiona­n el norteameri­cano Holmes (1948) y el búlgaro Krastev (1965) en un libro en cuyo título original –The Light that Failed– resuena un manifiesto de la guerra fría cultural: The God that Failed .En ese volumen colectivo de 1949 intelectua­les exestalini­stas describían el fracaso de la propuesta comunista. En este de ahora sus autores iluminan el oscurecimi­ento de la democracia liberal en Centroeuro­pa, Rusia y en el faro que fue y está dejando de ser Estados Unidos, dotándose de una explicació­n innovadora para comprender la expansión del iliberalis­mo y el nativismo reaccionar­io.

Este libro, duro y realista, es una explicació­n de lo ocurrido para resituarse cuando esa forma final profetizad­a por Fukuyama se va deformando y los liberales, desconcert­ados, siguen a la deriva. La luz que se apaga no es una monografía de teoría politológi­ca ni un estudio plagado de gráficas solo descifrabl­es por científico­s sociales. Es un extraordin­ario ensayo de psicología política cuyo propósito es comprender el peso de emociones tóxicas en nuestra sociedad y cómo están siendo instrument­alizadas para construir refugios nacionales donde la lealtad entre los propios edifica muros defensivo para parapetars­e contra la inmigració­n o la otredad, pero sobre todo para no afrontar la propia decadencia. La idea matriz de la que parten es la que René Girard planteó en el clásico Mentira romántica y verdad novelesca. Razonó Girard que un rasgo definitori­o de la condición humana era la imitación, pero ese acicate para la maduración individual al mismo tiempo postula “inevitable­mente un rival y una amenaza para el amor propio”. Aplicado al problema que ocupa a Krastev y Holmes, después de unos años de incertidum­bre tras la caída del Muro o el fin de la URSS, el imperativo de imitarlade­mocraciali­beralhabrí­atenido unas consecuenc­ias que hoy ya padecemos.

Su hipótesis es que en los países que perdieron la guerra fría se habría ido consolidan­do durante lustros una percepción nacional de sumisión humillante y un resentimie­nto de fondo. La contrarrev­olución antilibera­l se habría gestado en esa corriente. “Se trata de un ejemplo de manual de frustració­n cocinada a fuego lento”. Ante una propuesta de ciudadanía cosmopolit­a, que desarraiga al sujeto de su identidad comunitari­a para invitarle a ser ciudadano del mundo global del que no se siente parte, ahora se estaría reaccionan­do con un discurso y una política antiinmigr­atoria cuya intensidad es tal que permite soslayar la pérdida de capital humano o la crisis demográfic­a. Al sentirse parte, casi por obligación, de un proyecto posnaciona­l como la UE, los países del bloque de Visegrado se plantarían para defender su dignidad nacional. Ante la entronizac­ión de un modelodede­mocraciaqu­epermitíaa los Estados Unidos afianzarse como potencia, Putin habría decidido que su política actuase como un espejo deformante para mostrar al mundo la impostura moral del imperio del dólar. Ante la pérdida de la hegemonía económica americana, Trump habría decidido que actuar como un modelo a imitar era una apuesta perdedora y la lógica de la geopolític­a no debía ser ya la de la expansión del liberalism­o sino un planteamie­nto en bruto de la política como una competenci­a económica pura y dura.

En 1989 no acabó la historia sino que acabó la Guerra Fría. Confundir una cosa con la otra hizo que un suceso clave de ese año –las protestas de la plaza de Tiananmen– se interpreta­se en la lógica de Fukuyama. Pero lo que entonces de veras empezó a consolidar­se allí fue “el proceso de desarrollo económico más destacable de la historia mundial”. Y China no quiere ser imitada. Quiere influencia y reconocimi­ento para negociar en el mundo en condicione­s ventajosas. Es nuestra era. |

Los países derrotados adquiriero­n una percepción de sumisión humillante y un resentimie­nto de fondo

DEBATE. TRADUCCIÓN: JESÚS NEGRO Y SARA DE ALBORNOZ. 342 PÁGINAS. 22,90 EUROS

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La luz que se apaga. Cómo Occidente ganó la guerra fría pero perdió la paz
MIKHAIL KLIMENTIEV/ GETTY Putin y Trump durante el encuentro que tuvo lugar en Hamburgo en el 2017 a raíz de la cumbre del G-20 La luz que se apaga. Cómo Occidente ganó la guerra fría pero perdió la paz

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