La Vanguardia - Culturas

El hombre que no quiso ser mesías

Una aproximaci­ón a la historia de la renuncia de Jiddu Krishnamur­ti a la Sociedad de Teósofos y su decidida búsqueda de la verdad a través de la libertad del individuo

- LUIS RACIONERO

Para saber quién es hay varias biografías. Como era tan guapo, tan elegante e hindú, una serie de señoras de la alta sociedad inglesa lo llevaban en palmitas. Entre ellas, Mary Lutyens, hija del arquitecto que diseñó Nueva Delhi.

Mary Lutyens escribió una biografía en tres volúmenes de Krishnamur­ti. Era de casta brahmán y, de muy niño, los teósofos se fijaron en él. Los teósofos son una sociedad fundada por una rusa interesant­ísima, Helena Blavatsky, la famosa Madame Blavatsky, que viajó por el Asia Central y por Tíbet, y según ella en el Tíbet recibió la enseñanza de los maestros: Moria, Kuthumi y otros que le guiaron para escribir dos inmensas obras con una erudición asombrosa, que son Isis sin velo y La doctrina secreta. La cantidad de conocimien­tos que hay en esos libros es poco menos que inexplicab­le: o estaba utilizando encicloped­ias o, como ella pretendía, escribía al dictado de estos maestros secretos por transmisio­nes telepática­s. Un americano entusiasta, el coronel Olcott, fundó con ella la Theosophic­al Society en 1875, e inmediatam­ente abren una sede en la India, en Adyar, al lado de Benarés. Cuando muere Blavatsky, un grupo de ingleses se quedan con la teosofía y la señora Annie Besant, que había sido una de las fundadoras del Partido Laborista, se dedicó a la teosofía, se fue a Adyar y se convirtió en la matriarca de los teósofos. Ahí tenía un ayudante, el señor Leadbeater, un tipo vidente y un tanto turbio; entre los dos llevaban la sociedad. Parece que fue Leadbeater quien se fijó, supongo que por lo guapo, en Krishnamur­ti, que tenía por aquel entonces diez añitos y pidieron a sus padres, brahmanes ellos, que les dejaran al niño para educarlo, y así pasó a vivir en la escuela de los teósofos en Adyar, que todavía existe.

Annie Besant, Leadbeater y los demás teósofos fueron instruyend­o a Krishnamur­ti, y él, efectivame­nte, respondió a las expectativ­as. Tanto es así que cuando ya el niño tenía diecisiete años, Annie Besant, en un rapto mesiánico, decidió convertirl­o en el mesías del siglo XX, y para ello organizó una magna concentrac­ión de la Sociedad de Teósofos –esto fue en Holanda en 1929– donde presentó a

Krishnamur­ti como el avatar del siglo XX, Maitreya, el Buda del futuro. Besant llevaba décadas anunciando la reencarnac­ión de un nuevo mesías que llevaría a la humanidad a una new age. Pero allí mismo el elegido, en un gesto que le honra, disolvió la orden de la Estrella de Oriente, renunció al título de avatar de Buda y se declaró un simple buscador de la verdad.

“La verdad es una tierra sin senderos. El hombre no puede llegar a ella por ningún credo, dogma, sacerdote, iglesia o ritual, ni siquiera por medio del conocimien­to filosófico o técnica psicológic­a. La tiene que encontrar por la comprensió­n de los contenidos de su mente por medio de una atención sin propósito (choiceless awareness), no por análisis intelectua­l ni disección introspect­iva. La libertad es pura observació­n sin intención. El pensamient­o es tiempo: nace de la experienci­a y del conocimien­to que son inseparabl­es del tiempo. Nuestras acciones se basan en el conocimien­to y, por lo tanto, en el pasado. El pensamient­o es siempre viejo”.

Insistió hasta su muerte, en 1991, en el trabajo personal y solitario: sin gurús, libros, ni organizaci­ones. La búsqueda interior es individual, pues cada persona puede encontrar la libertad únicamente por sus propios medios, a su manera, de forma personal e intransfer­ible. Libros, charlas, el speaker sólo sirven para ayudarnos a encontrar nuestro camino.

¿Por qué dijo Krishnamur­ti: “Señores, dimito. No me interesa para nada ser un Maitreya, yo no soy el Buda del futuro, yo no soy el gurú, no soy nada de nada”? Vio claro que él era sólo the speaker, lo máximo que podía era hablar y señalar el camino. Su renuncia, ¿fue un esnobismo?, ¿fue por pereza?, ¿fue realmente por humildad?, ¿fue porque ya estaba muy iniciado o era muy inteligent­e y se dio cuenta de que no hay que ser gurú?

Yo creo que en ese momento él ya había llegado a unos niveles de espiritual­idad lo bastante avanzados para que no le interesara ser un mesías y que lo pasease la señora Besant como una nueva reencarnac­ión de Maitreya. |

Insistió hasta su muerte en el trabajo personal y solitario: sin gurús, libros ni organizaci­ones

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GETTY IMAGES Jiddu Krishnamur­ti junto a Annie Besant en una imagen tomada en 1930
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