Barcelona: un elogio de la ciudad falsa
además, la ciudad ha dejado de aspirar a organizar grandes campeonatos internacionales, ante el aparente beneplácito –ni que sea por omisión– de la ciudadanía.
Para acabar de completarlo, su museo principal, el MNAC, ocupa un edificio que en realidad es un decorado de feria indultado cuando ya iba a actuar la piqueta.
En fin, la Barcelona cosmopolita con bajo nivel de idiomas ha sabido presentarse al mundo como una ciudad de ciencia, tecnología y cultura, y eso a pesar de la fragilidad e infradotación de sus apuestas en estos sectores. Siempre ha aparecido alguien, ya fuera en la administración o en la sociedad civil, que ha sabido disfrazar de solvencia lo que eran meros proyectos voluntaristas. Con buenos resultados para todos.
Pero el reto es ahora hercúleo para una metrópoli que ha visto declinar su tejido industrial y que ha perdido por culpa de un virus su principal fuente de riqueza, el turismo. A Barcelona la pilla además la nueva era pandémica con el pulmón económico deteriorado. La burguesía que fue motor de cambio durante los siglos XIX y XX ha perdido definitivamente fuelle. Salvo excepciones, las empresas catalanas o pertenecen a fondos extranjeros o tienen sede en València o en Madrid. El éxodo masivo de sedes empresariales del 2017 fue, se mire como se mire, una debacle. Y las consecuencias se empezarán a pagar ahora, cuando haría más falta que nunca que los centros de decisión de las compañías estuvieran en la propia ciudad.
Sin soluciones mágicas a la vista, cualquier opción de futuro debería basarse en la creatividad acreditada