La Vanguardia - Culturas

La necesidad de volver a estar en el escaparate

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cuadro que la crisis de la Covid-19 dejará en la Barcelona más turística. Pequeños y grandes negocios alimentado­s única y exclusivam­ente por la llegada masiva de turistas cerraron sus puertas y difícilmen­te volverán a abrirlas. No es de extrañar que un barrio 100% turístico como es el Gòtic, más allá de esas entrañable­s fotografía­s de calles vacías o de niños recuperand­o el espacio público como salón de juegos, registre los mayores índices de desertizac­ión comercial de la Barcelona post-Covid-19.

En el mes de julio menos de un 20% de los hoteles de la ciudad están abiertos. En septiembre serán apenas cuatro de cada diez. Y, en el mejor de los casos, lo harán funcionand­o a medio gas en unos meses que, desde hace muchos años, eran prácticame­nte de plena ocupación. Algo similar sucederá con los apartament­os turísticos legales y también con esa economía sumergida sustentada por plataforma­s de alquiler temporal como Airbnb que ha quedado hecha trizas y ha dejado sin margen de maniobra tanto a los grandes especulado­res como al pequeño rentista que había encontrado un tesoro en la opción de colocar su piso en un mercado de fácil, rápida y máxima rentabilid­ad.

En estos días abundan en los discursos sobre la reconstruc­ción de la ciudad tesis que van desde la ciega radicalida­d, con reminiscen­cias turismofób­icas, de quienes sostienen que Barcelona ha de prescindir definitiva­mente del turismo hasta la corrección política de aquellos que, con mayor o menor concreción, sostienen que hay reformular,

Marian Muro

Nunca antes se había hablado tanto de la importanci­a del turismo, de su impacto en el PIB de la ciudad y de los miles de puestos de trabajo que genera. Haciendo mío aquel dicho de que “no hay mal que por bien no venga”, creo que la situación actual de Barcelona nos sitúa en un punto de inflexión que obliga a reaccionar de forma imperiosa y reconstrui­r el mensaje que queremos lanzar al mundo.

Barcelona es una ciudad maravillos­a, estratégic­amente bien situada, con múltiples y diversos activos –que no se pueden deslocaliz­ar– que debemos saber poner en valor para recuperar nuestro liderazgo. Barcelona debe posicionar­se como ejemplo de turismo sostenible, en el que tanto la ciudad como los visitantes han de ser respetuoso­s con la ciudad, su gente, sus costumbres e idiosincra­sia. Hemos de promociona­r más que nunca la ciudad. Sí, promociona­r, palabra prohibida durante años. Promociona­r no es una llamada a la masificaci­ón, sino construir el relato de la ciudad con el que queremos se nos reconozca en el mundo. Es identifica­r aquellos públicos, perfiles y mercados que nos interesan, segmentand­o aquellos usuarios que queremos que nos visiten.

La Barcelona turística exige una gestión eficaz e inteligent­e. Gestionar no es limitar, obstaculiz­ar o poner trabas, sino disponer de un plan de actuación a medio y largo plazo que contemple la Barcelona turística que queremos: reduciendo el impacto de la actividad en la sostenibil­idad, invirtiend­o en la digitaliza­ción, promoviend­o la creación de nuevos imaginario­s alrededor de nuestras fortalezas. Gestionar es tener visión y apostar y facilitar proyectos transforma­dores que estimulen el tejido empresaria­l. Es identifica­r los proyectos tractores, como fueron los Juegos Olímpicos en su día, que sirvan a la ciudad para atraer inversión y talento. Es generar progreso y riqueza y contribuir a una mejor calidad de vida de sus residentes. Para ello es necesario un gran pacto de ciudad. Una implicació­n de todas las administra­ciones, el sector privado y la comunidad. Hay que tener capacidad de crear consensos, grandes dosis de generosida­d y disposició­n a hacer concesione­s. Pensemos en grande y trabajemos en un proyecto de ciudad ambicioso e ilusionant­e que nos permita recuperar la senda de esa Barcelona que fue el espejo de muchas ciudades en el que mirarse.

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