Prohibido dormirse en los laureles
importante de un tenaz trabajo de Barcelona en busca de contactos y de proyección internacionales.
Los rankings mundiales de ciudades acostumbran a situar a Barcelona en una posición destacada. El Global Power City Index, que elabora el Instituto de Estrategias Urbanas de la fundación japonesa Mori –recogido porelForoEconómicoMundial–,colocaba en el 2019 a Barcelona en el puesto 22.º, por poner un ejemplo reciente. No es algo obvio para una ciudad que no es capital de Estado y que no tiene las dimensiones de las grandes urbes norteamericanas y asiáticas. Hoy, que el diario francés Le Monde arranque con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, una serie de entrevistas con los gobernantes de 14 “ciudades-mundo” de todo el planeta para hablar del futuro tras la pandemia de Covid-19 nos parece de lo más natural. Pero no lo es. Hace cincuenta años era impensable. Y ese lugar Barcelona se lo ha ganado con un trabajo de largo alcance de los poderes políticos y la sociedad civil.
El éxito de los Juegos Olímpicos de 1992 fue el exponente más visible de esa estrategia, y la imagen que Barcelona mostró al mundo fue crucial para su proyección exterior. Hay un antes y un después de los JJOO. Pero el trabajo internacional de Barcelona no empezó entonces. Ni se acabó ahí.
Fruto de eso, Barcelona cuenta hoy con una importante red de relaciones exteriores, donde su nombre goza de gran reconocimiento. La capital catalana es la sede central de la organización mundial de ciudades –Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU)–, de la que Ada Colau ocupa una de las copresidencias, así como de otros organismos urbanos como