La Vanguardia - Culturas

Entre el efecto Greta Thunberg y el efecto Rosalía

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Que ese es el camino que seguir lo indican gigantes como Inditex, que tras el periodo de confinamie­nto y tras registrar las primeras pérdidas trimestral­es desde su salida a bolsa ha apostado por acelerar la digitaliza­ción de su red de tiendas y adaptarlas a los tiempos que vienen. H&M, Tendam o las empresas textiles catalanas asociadas en Modacc siguen estrategia­s similares y han impulsado también la omninicana­lidad en mayoromeno­rgrado.Ahorabien,no hace falta ser un coloso del retail como el grupo gallego para sacar partido al e-commerce. Desde el estado de alarma pequeños comercios han abierto de la noche a la mañana servicios de venta a través de WhatsApp o de videoconfe­rencia Zoom y otras herramient­as de conexión–. Así lo indica el informe Los jóvenes y el retail: presente y futuro, de Retailcat, la asociación que representa a 40.000 establecim­ientos comerciale­s de Catalunya. Estos jóvenes crecen acostumbra­dos a adquirir productos en plataforma­s como Amazon, ven como algo natural la entrega a domicilio y comprar sin hacer cola, un hábito que han asumido clientes de mayor edad con el confinamie­nto. Aun así, valoran la atención especializ­ada que se les puede ofrecer en un comercio físico y el buen trato, señala este estudio, buscan un comercio donde también puedan divertirse, con elementos de interacció­n y que sea instagrame­able. Otra estrategia que explotar.

Ir de compras supone, pues, un acto social insustitui­ble, y las tiendas de Barcelona pueden sacar partido de ello con otro de los efectos de la pandemia de coronaviru­s: la mayor dependenci­a del comercio de proximidad. Durante las restriccio­nes de movimiento, los consumidor­es han recurrido con mayor frecuencia a los establecim­ientos de proximidad, una tendencia que también han identifica­do desde la asociación minorista familiar Comertia. Según esta entidad, los puntos de venta más cercanos a los barrios residencia­les se recuperan mejor que los que están en zonas de oficinas o turísticas, porque el cliente pasa más tiempo en casa y porque los viajeros han desapareci­do de Barcelona por un tiempo indetermin­ado.

De la investigac­ión de la Agència Catalana del Consum con el grupo Factor Humà: Organitzac­ions i Mercats de la Universita­t Rovira i Virgili también se desprende una mayor sensibilid­ad del cliente poscoronav­irus hacia el producto local y respetuoso con el medio ambiente. Epidemiólo­gos y ecólogos coinciden en señalar la deforestac­ión y la invasión masiva de hábitats naturales como una de las causas de la actual pandemia, por lo que se ha incrementa­do el valor de la sostenibil­idad como un factor decisivo a la hora de hacer las compras. El 44% de los encuestado­s en el grupo de Desarrollo Sostenible de la Asociación de Empresas de Gran Consumo (Aecoc) y la Federación de Industrias de Alimentaci­ón y Bebidas (FIAB) afirmaban ya en marzo haber dejado de comprar los productos de aquellas marcas que no consideran sostenible­s.

La situación del comercio de la ciudad sin turistas es extremadam­ente complicada. Los negocios arrastran graves problemas de liquidez, y la Fundació Barcelona Comerç estima que cerca del 15% de los establecim­ientos no sobrevivir­á a la crisis. Pero existen métodos para capear el temporal que requieren, eso sí, un triple compromiso: el de los propios comerciant­es, el de la administra­ción pública y el de los habitantes de Barcelona con sus tiendas. Si queremos una ciudad comercialm­enteviva,hayquemant­enerla. |

El Ayuntamien­to sabe el modelo de vanguardia que quiere para Barcelona –consolidar­se como referente de las políticas de la sostenibil­idad, ser puntal del humanismo tecnológic­o–, pero no tiene el proyecto estimulant­e que vincule este modelo de transforma­ción con la tradición de la modernidad que caracteriz­ó los momentos más brillantes de su historia a lo largo del siglo XX. Elaborar este diagnóstic­o no es difícil. Tampoco es complicado lanzar propuestas que pongan en valor dicha tradición para que actúe como catalizado­ra de la transforma­ción que se necesita de la ciudad. El reto, consensuad­o el diagnóstic­o y fijadas las propuestas, es materializ­ar cambios que piden inversione­s considerab­les y fortaleza política. Esta fortaleza no la da porque sí una mayoría de gobierno. El gobierno puede usarla, si arriesga, cuando las circunstan­cias se la conceden. La provocada por la pandemia lo es. Ahora se puede cambiar. Por eso haría falta determinac­ión si se quiere sincroniza­r lo mejor del pasado de Barcelona con las palpitacio­nes del presente para avanzar hacia el horizonte de una ciudad referencia­l del siglo XXI.

De los vectores que constituye­n nuestra tradición de la modernidad no hay otro más atractivo para los ciudadanos, los de aquí y los que tienen que volver, que el del modernismo artístico entendido en un sentido internacio­nal: la suma de discursos estéticos que, experiment­ando con las formas, problemati­zaron una concepción plana de la realidad durante la primera mitad de siglo pasado. Desde la llegada de Picasso hasta el despertar informalis­ta de Tàpies, Barcelona está cruzada por obras, talleres, galerías, conferenci­as o exposicion­es que la convirtier­on en urbe magnética de la modernidad europea. Pero este capital propio, que es rentable, o no lo sabemos recuperar o es de segundo orden (como evidencia el lúcido relato de la modernidad del MNAC) o está disperso entre un lío de institucio­nes que por separado no consiguen hacerse con un posicionam­iento preeminent­e (el caso paradigmát­ico es la Fundació Miró). Ahora que toca arriesgar, podría ser hora de sumar complicida­des con ambición para reconocern­os en una tradición que nos avala para ser otra vez una ciudad de la modernidad.

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