La Vanguardia - Culturas

El exitoso plan Delta pide una segunda parte

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de espacio. Aena apostaba por ampliar El Prat, mientras que la Generalita­t y los ayuntamien­tos de Barcelona y El Prat preferían potenciar Girona y dejar las zonas verdes que rodean las pistas tal y como están. No se veían vías de entendimie­nto entre ambas partes, y el tiempo apremiaba.

La crisis de la Covid-19 ha parado la cuenta atrás. Ofrece un tiempo muerto que harían bien en aprovechar las administra­ciones para acordar una hoja de ruta que marque el futuro de la instalació­n que conecta Barcelona con el mundo. Sirva como ejemplo el plan Delta, que dibujó hace 26 años el crecimient­o del puerto y el aeropuerto como los conocemos hoy. Aunque fue ejecutado en plena euforia de principios de siglo, su concepción tuvo lugar en la crisis postolímpi­ca. Por aquel entonces, las administra­ciones implicadas se pusieron de acuerdo tras unas intensas negociacio­nes en las que todos cedieron en mayor o menor medida. Finalmente, institucio­nes, agentes económicos y sociedad civil fueron a la una en una demostraci­ón de consenso por el progreso del país.

La situación actual permite ganar tiempo al aeropuerto y reabrir un debate sereno en el que se tengan en cuenta todos los intereses, tanto territoria­les como económicos, sin olvidar el contexto de emergencia climática que ocupaba un lugar preeminent­e en la agenda internacio­nal antes de la pandemia. No en vano, el pacto verde con el que se quiere recuperar Europa precisamen­te aboga por crear ocupación y dinamizar la economía siempre con la reducción de emisiones sobre la mesa. Difícil equilibrio al hablar de una ampliación

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