Diccionario en llamas
Hace un año, durante la Feria del Libro de Buenos Aires, los poetas Jaume Pont (Lleida, 1947) y Josep Piera (Beniopa, 1947) desayunaban juntos en el restaurante del hotel. Me impresionó su fragilidad física y la manera cómo, en un ambiente de escritores, pasaban casi desapercibidos. Para mi, han sido dos poetas muy queridos y una especie de hermanos mayores. Pensé que, en el proceso de laminación al que nos lleva la literatura actual (el lector de intereses universales prácticamente ha desaparecido: la gente lee por afinidad de edad, de género o de tema), la generación de los setenta ha quedado un poco desplazada. Hace años, Albert Manent llevó a cabo una cruzada para conseguir que gente que no tenía un interés especial en hacerlo escribiera sus memorias. Alguien debería animar a escribirlas a los escritores de la generación de Pont y Piera. Buenas noticias: Josep Piera ja ha escrito y publicado la primera parte de las suyas.
Es un retrato estupendo de la revolución poética de los años setenta en el País Valenciano, Andalucía y Madrid. Piera era hijo de un exportador de frutas y verduras de Beniopa, cerca de Gandia. Entre los diecisiete y los diecinueve había estado enfermo y había perdido comba en los estudios. Entró en el mundo del teatro independiente y de allí saltó a la poesía en castellano. Les memorias retratan los inicios de la València contracultural, con los bares Capsa 13 y Chistopher Lee, la irrupción de figuras como Rafa Ferrando, Lluís Fernàndez Calpena o Amadeu Fabregat, el impacto de las nuevas librerías (con un retrato inesperado de Terenci Moix en Gandia para inaugurar la librería Concret Llibres).
En el plano estrictamente poético, Piera conoce a Vicente Aleixandre en Madrid y empieza a establecer conexiones, con Juan Gil-Albert, representante de la València republicana, que vivía un exilio interior, Francisco Brines, y los jóvenes Marc Granell, Pere Bessó, Eduard Verger, José Luis Parra, Paco Segui o Jaime Siles. El libro termina con la aparición de la antología de poetas valencianos Carn fresca (1974) y con la creación de los Premis Octubre. Quedamos en
Es un retrato estupendo de la revolución poética de los años setenta en el País Valenciano, Andalucía y Madrid
puertas del paso a la poesía en catalán y de la conexión con los autores de Llibres del Mall.
Piera retrata un País Valenciano y una España grises, en que la cultura es una forma de resistencia. Traza retratos muy buenos de sus mentores: Joan E. Pellicer, cómplice y amigo, la pedagoga Ra
quel Payà y el pintor Pastor de Velasco. Son emocionantes las palabras que dedica a su compañera Marifé, con la que Piera formaba una pareja andrógina. En Xània, vestidos con un poncho sudamericano y un suéter rojo, no se sabía quien era el chico y quien la chica. Son espléndidas las páginas sobre el descubrimiento de la sexualidad, la homosexualidad y cómo, en un mundo en que las grandes conquistas de los sesenta eran inalcanzables (Piera habla de una fantasía pop, porque en la España de los setenta la contracultura sólo podía ser una fantasía), para muchos el cuerpo era la única vía de expresión y de realización personal.
Los poetas de los setenta rompieron con el realismo de la generación precedente. Es muy ilustrativa la escena en la que Piera aparece en la redacción del diario Las Provincias junto a Vicent Andrés Estellés y Consuelo Reyna, la directora: le fichaban para escribir artículos sobre poesía. Otra imagen potente es cuando compra un diccionario Fabra quemado de la librería Ausiàs March de València, incendiada por la ultraderecha. Piera ha vivido y ha escrito conesediccionarioenllamas.