Amigo antes que abusador
En una memorable crítica a El hilo azul,la escritora Marta Sanz partía de la loada novela de Anne Tyler para lanzar una brillantemente argumentada diatriba contra cierto consenso en torno a lo que es “escribir bien”, algo que, bajo su mirada combativa y siempre presta a revelar las perversas ideologías subyacentes a toda lectura, equiparaba a un ejercicio de orden, control y domesticidad que terminaba configurando un producto globalizado hermanable a la cadena de cafeterías Starbucks. Autores, en definitiva, de una técnica quizá impecable pero diseminadores de lugares comunes y representaciones uniformizadoras del mundo, donde no hay cabida para nada incómodo o transgresor.
Una manera de entender la obra de Mary Gaitskill (Lexington, Kentucky, 1954), equiparable a un jersey de angora que picara o una piedra preciosa en el zapato, es como antítesis de este modelo literario en el que las bellas palabras enmascaran muchas veces el conservadurismo de fondo, recipientes de una voluntad de concordia universal que excluyen todo lo que duele. Ya desde su debut con el libro de relatos Mal comportamiento, Gaitskill –que fue stripper y prostituta– se propuso explorar las zonas de sombra y los terrenos minados en las relaciones entre hombres y mujeres, saltar las vallas del decoro y cortar los alambres de espino de la represión en materias tabú, sentarse a la misma mesa que, pongamos,CatherineMilletoVirginieDespentes. La naturaleza compleja y esquiva de los deseos enterrados, el carácter insondable de las fantasías sexuales y el cuestionamiento de la etiqueta de “víctima” han constituido algunos de sus caballos de batalla (por cierto, la vinculación de las mujeres a equinos de la narradora de esta novela levantará ampollas) de una bibliografía que ha buscado cuestionar la simplificación consoladora y la imposición de relatos desprovistos de matices en las interacciones entre ambos sexos.
La irrupción de su voz incorrecta y agitadora en el contexto del movimiento Me Too tiene lugar por medio de Esto es placer, nouvelle en la que, a través de capítulos alternos, se reparten la voz una escritora, Margot, y un editor, Quin. Unidos por una larga amistad que ha perdurado gracias al establecimiento de límites y la aceptación de las imperfecciones mutuas, una demanda colectiva por abusos sexuales (nunca se habla de violación, solo de insinuaciones, provocaciones y tocamientos) contra el segundo enturbia las aguas y fuerza a sopesar explicaciones y lealtades. Contra la tendencia generalizada de abjurar de Quin y romper amarras, Margot se decanta por intentar averiguar –y analizar en consecuencia– lo que en realidad ha sucedido, sus posibles motivos, ir al fondo de la cuestión, escarbar en el contrarrelato, detenerse en los desencadenantes, los detalles y el contexto, en definitiva, pensar y construir con la mente en vez de apresurarse a demonizar en caliente. Asoman así preguntas que escuecen: ¿Un flirteo consensuado y sostenido inhabilita parcialmente a la parte acusadora? ¿Es recurrir a la posición de poder del hombre justificante suficiente para explicar la aceptación de los abusos? ¿Debe la rabia por el comportamiento estúpido de un amigo neutralizar todo el cariño demostrado durante años, negar sus virtudes? ¿Cabe destruir por completo a un individuo que es antes un provocador que un depredador?
A su vez, Quin expone su defensa revelando la falacia y la hipocresía que contaminan los juegos de seducción, nuestra sumisión a relatos sociales apaciguadores, al tiempo que recordando su incondicional y longevo apoyo emocional a su círculo femenino. El debate, los debates, están servidos, en bandejas ardientes y con tormentas cerniéndose. En tiempos de aparente pensamiento atrincherado y monocromático, Esto es placer nos recuerda que la literatura es un lugar privilegiadoenelqueabordarlos.
¿Cabe destruir por completo a un individuo que es antes un provocador que un depredador?