Una vida de novela
El madrileño Javier Montes recrea la historia de Dora Vivacqua, vedette conocida en los escenarios como Luz de Fuego, pionera del nudismo, naturista y feminista que revolucionó el Brasil de los cincuenta; un retrato de vida bohemia
Ensayista y narrador, Javier Montes (Madrid, 1976) es autor, con Andrés Barba, de La ceremonia del porno, Premio Anagrama de Ensayo 2007, y también con Barba, de After Henry James (2009), donde se recrean los proyectos de relatos que James anotó en sus Cuadernos de notas y que nunca llegó a escribir. Como narrador me permito destacar La vida de hotel (2012), reseñada en estas páginas, en las que un crítico de hoteles descubre a una pareja en una habitación practicando un ritual erótico. Y si la destaco es porque en ella hay planteamientos que veremos de nuevo en Luz de fuego. Especialmente, por lo que tiene de indagación y porque más que el desenlace lo que le interesa es lo que va ocurriendo.
A Luz del Fuego “al final la matan: mejor dejarlo dicho desde el principio”; “Su asesinato impone un final forzado a la historia y le da a la historia un simbolismo aparente que es lo que lo que yo querría desactivar”. Y que desactiva, porque a lo largo del libro se nos dice que la mataron, en una clara crónica de una muerte anunciada. Crónica y biografía de un personaje real y que la fuerza del narrador lo convierte en novela, que es como hay que leerla. Lo que interesa no es su muerte sino su singular vida. Nacida en 1917 y fallecida en 1967, fue una bailarina, naturista y feminista brasileña, la penúltima de los quince hermanos de la respetada familia Vivacqua. Apenas es mayor de edad se va a Río de Janeiro a probar la gloria. Poco agraciada físicamente, disimula su metro cincuenta con un fular colorido como un turbante y con sandalias de plataforma, imitando a la popularísima Carmen Miranda, la cantadora de samba, también bajita. Luz del Fuego causa furor al aparecer en escena desnuda con una gran boa, convencida de ser realmente Eva. Su filosofía de vida es el nudismo. Su nombre real es Dora, que para Montes es nombre de abuela, de tía soltera, como si las abuelas no hubiesen sido niñas y las solteronas (solteronas, ¡Dios mío!, las llama, tal vez recogiendo el espíritu de la época) tuviesen nombres que la marcaban, olvidando a