Dioses, afroditas y héroes de Platja d’Aro y Barcelona
Los personajes de Miquel de Palol (hombres intrigantes y poderosas mujeres) toman el sol, salen de noche, hacen el amor, filosofan y especulan sobre un generador cuántico de interferencias selectivas de la mente: una arma definitiva de control social
Cuando empiezas a leer una novela de Miquel de Palol (Girona, 1953) que no es una de les principales (El jardí dels set crepuscles, Ígur Neblí, El Troiacord, El testament d’Alcestis) siempre tienes la impresión de entrar a ver una película empezada. Y lo está: te has perdido los otros libros que, desde hace treinta años, Palol ha ido construyendo, con papel mascado, com si fuera un panal: un panal con forma de dodecaedro, la forma geométrica pura, el sólido platónico, que sirve de modelo, y a veces de plantilla, para muchas de las cosas que escribe.
Las primeras cincuenta o sesenta páginas sirven para situarse. ¿Quien es Mònica Mir? ¿Tiene algo que ver con la Banca Mir de El jardí dels set crepuscles? ¿Por qué dice tan poco de la banca? Cuando escribe “per què no vas despullada, pel mateix preu?” ¿es la hija quien se lo dice a la madre, o la madre a la hija? Palol escribe con una gran seguridad, torrencialmente, no piensa mucho en el lector y éste ha de atar cabos y zurcir para entender, hasta que la trama se forma en su cabeza: Esther es una mujer madura muy guapa que tiene una hija que se llama Mònica, de veinticinco años. La chica se ha liado con Hipòadoptivo lit, un chico que a la madre no le gusta nada. Mònica tiene su pandilla, van a la playa, en barco y a un bar muy puesto que se llama Premium. Allí nace la idea de poner celosa a la madre para que deje en paz a la hija: meterle en la cabeza que el padre
de Mònica se lo monta con una gran belleza, Midoissa, que tiene nombre de espada mítica y que, como la mayoría de los personajes de Palol, no es de este mundo: medio diosa griega y medio estatua de látex. Esta primera parte tiene ritmo, Palol disfruta explicando guarradas, los personajes afinan su ingenio para ir a la cama con éste o aquel, o para conseguir que otros se acuesten entre ellos. Más que Platja d’Aro parece el Olimpo. Se inventa una historieta con sentido argumental: la del amante ofendido o despreciado que escribe sobre el cuerpo del otro (culo o pito) un mensaje con tinta indeleble. Cuando se disponen a masturbarse o a rematar la jugada, aparece el grafiti corporal. Palol es muy guarrindongo y estas historias las escribe con muchísima gracia. Es un mundo de sexo hipertrofiado, como si los personajes no pudieran pensar en otra cosa. En un momento del libro se dice que el sexo es una actividad del alma.
Esto es el aperitivo del banquete con todos los grandes platos de la literatura del autor de El jardí dels set crepuscles: una multinacional que utiliza presos de las cárceles para manipular materias peligrosas con la idea de construir una arma secreta e ilegal. Tienen untados a los poderes locales –que no pintan nada– y a la Comisión Europea. Un grupo de ecologistas, que tiene información de esta componenda pretende pasar a la acción. Uno de los activistas es un guapetón, se lía con Midoissa y con Mònica Mir. La madre de Mònica, Esther, reacciona como Era, cuando le pidió a Zeus que le regalara la ninfa Io transformada en vaca blanca: como una bruja.
Es el pretexto para un largo coloquio, que va ocupando el centro de la historia , a medida que el libro avanza hacia el final: sobre los textos de literaturización débil, sobre la modernitat desplatonizada, sobre las consecuencias de haber construido una democracia a la baja, sobre la incapacidad de regeneración de la sociedad a partir del Estado, sobre el uso legítimo de las armas, sobre la explotación y la fragmentación social, sobre superhombres y superdirigidos y, en la última parte, sobre los valores y el sacrificio. Dedica un fragmento a hablar del paso de la cultura de la ira a la cultura de la queja. Desde hace años Palol és un símbolo de esta segunda: de los Imparables a Borja Bagunyà. El otro día Silvana Vogt tuiteó que no hay libros que se puedan recomendar a todo el mundo. No puedo estar más de acuerdo con ella. Palol no es un jarabe universal. Si le siguen y admiran, este libro es de los mejoresylesgustará.
La literatura de Palol no es un jarabe universal. Si le siguen y admiran, este libro es de los mejores y les gustará