Mapa del desarraigo
Serés explica una historia de drogas, dinero y poder en la Garrotxa
La pell de la frontera (2014) representó un giro en la obra de Francesc Serés (Saidí, Baix Cinca, 1972). La trilogía con la que se dio a conocer se titulaba De fems i de marbres, que venía a ser como el oro y mierda que, según Eugenio d’Ors, eran los colores de la catedral de Vic pintada por Josep M. Sert: el arte monumental. Después de una etapa barcelonesa que un escriptor sénior (autor de un libro de cuentos sobre el Empordà) calificó de “realismo socialista”, Serés descubría la piel de las cosas: una piel ajada, esforzada y reseca de trabajador manual, pero piel al fin y el cabo. Hablaba con la gente y aportaba una visión humana coral. Fue un gran cambio positivo, las consecuencias del cual llegan hasta La casa de foc.
A medio camino entre la ficción, el documento y la reflexión sobre el mundo contemporáneo, el nuevo libro de Serés parte de los seis años y medio que vivió en Can Mau, una casa de campo en Sallent de Santa Pau, en la Garrotxa. Llegó huyendo de una crisis personal. Allí estableció una relación con una familia singular. El abuelo, Jordi, era zahorí. Ganó mucho dinero negro en los años del boom de la construcción y de las obras públicas, buscando pozos y filones de agua. La nieta, Mar, es una chica con problemas. También los tiene la madre, liada en una historia oscura de drogas y desmanes. Jordi pide al narrador, profesor en una aula de acogida, que se ocupe de la adolescente.
Serés dedica las dos primeras partes de lanovelaalevantarungranfrescodelacomarca: granjeros aislados y solitarios, toda la gente que se ha refugiado allí huyendo de fracasos y dramas diversos. Y la trama incierta de los campos de marihuana escondidos en el monte y del tráfico de drogas que permite el desarrollo argumental de la tercera parte con la reflexión sobre el dinero, el poder, la justicia y la felicidad. El personaje de Jordi recuerda un poco al Palanca del reportaje sobre Tor de
Carles Porta y a Dos taüts negres i dos de blancs de Pep Coll, con más entidad literaria. La chica, Mar, es otro personaje fascinante. A su alrededor hormiguean vecinos, inmigrantes gambianos y sijs, hippies ricos y colgados. Me parece que a Serés le gustaría que se comparase La casa de foc con las grandes novelas rusas, en las que gente y paisaje se funden en una continuidad fluvial. Se lo tiene bien ganado. Cuando le interesa, introduce cuñas que son como reportajes de La pell de la frontera, sobre los cazadores de jabalíes, las enfermedades provocadas por productos químicos de las fábricas de embutidos o sobre un tipo que ganó un pastón especulando y que lo perdió todo en el 2008: le llamaban Lehman Brothers.
El protagonista es un zahorí que sabe encontrar rápidamente el filón. El narrador forastero da muchas más vueltas y en este rodeo rico nos ofrece un retrato vivísimo de lugares, de gentes, de formas de vida, de miedos y fobias ancestrales. Serés narra una historia de supervivencia, como otras veces, pero Jordi no es un titán de hierro: es una buena persona, con sombras complicadas. Y aquí entra un tema que, para mí, es fundamental. El narrador llega al Sallent de Santa Pau huyendo de algo que no sabemos exactamente qué es. Toda esa inmersión en el mundo de los demás – “explica’m històries” es una frase que dice a menudo– le ha de servir para escribir un libro que es una cura. En el único momento en que se deja ver, explica que cuando tenía seis o siete años le hicieron bullying. No sabemos nada más y la historia no resuelve nada de sí mismo, más allá de haber aprendido a ayudar y de escribir un libro. Falta una pieza. Quizás Jordi es una transposición del padre ausente, quién sabe. En cualquier caso, La casa de foc es un gran retorno después de seis años, que permite muchas horas de buenalectura.
Francesc Serés La casa de foc
PROA. 587 PÁGINAS. 20,90 EUROS
Narra una historia de supervivencia, pero Jordi no es un titán de hierro: es una buena persona con sombras complicadas