“Uno empieza a ejercer de padre cuando se queda a solas con el niño”
Alberto Olmos (Segovia, 1975), escritor y periodista, activo bloguero conocido por sus ácidas críticas literarias, mantiene en la actualidad una columna semanal, Mala Fama ,en El Confidencial. Su último libro, Irene y el aire (Seix Barral), recoge el embarazo de su pareja y todos los preparativos y vicisitudes hasta llegar al parto. Su trabajo coincide con una corriente de libros sobre el mismo tema escritos por autoras. Olmos radiografía las escenas como un reportero de campo y reflexiona sobre la importancia de dar un relato al momento fundacional de la vida. “Se diría que nacemos ya narrados”, escribe. Por eso plasma con detalle el recorrido de esa noche de parto para dejar constancia y celebrar la vida. El hombre, que con sigilo acompaña la maternidad, se estrena como padre.
¿Qué le lleva a escribir un libro centrado en el embarazo y el parto?
Por un lado, que fue muy impresionante y necesitaba verlo por escrito. Por otro, que nunca había leído sobre el asunto.
se lee como una novela, armadaconeldietarioqueensudíaescribió el narrador. ¿Lo es?
Sin duda es un testimonio preparado como una novela, es decir, pensado. No me gusta el narrar disparejo y fragmentario, de pura acumulación, y en este libro, aunque todo fuera real, quise seguir proponiendo una estructura narrativa de alguna solvencia. La idea de escribir a partir de notas tomadas en su día iba por ahí: pensar en qué creemos que pasó y en si anotar verdades –un poco como en Memento, la película– no es una forma de mentirse.
Usted señala que la mujer cambia nada más saber que está embarazada y ya entonces empieza a ejercer de madre, mientras que el futuro padre no “tiene tarea” en ese proceso y lo vive “como un rumor de la vida”. Es una confesión sincera y honesta. ¿Cree que esa es la actitud dominante de los hombres en los meses de gestación?
Bueno, habrá de todo. Lo que sí es cierto es que la verosimilitud del embarazo es instantánea para la madre, pues nota hasta el más mínimo cambio físico desde el primer momento; mientras que para el padre, hasta que no abulta la barriga y se perciben las patadas del niño, la cosa no acaba de ser apoteósicamente real.
Sin embargo, en algunas circunstancias –en la ecografía o en el parto– el protagonista se siente mero espectador y lamenta cierta “desconsideración hacia el padre”. ¿Cómo se explica esa ambivalencia? No veo contradicción en esto, si vamos a eso. En lo de la ecografía y la atención hospitalaria lo que vi fue un cierto desdén hacia el padre, quizá incluso hacia el acompañante, sea el padre o una amiga o lo que quieras. La noche en el hospital esa persona que va a ayudar a la parturienta tiene un sitio reservado en el suelo.
En la segunda parte del libro crece exponencialmente el ritmo del relato cuando se inicia el proceso del parto y surgen contratiempos. El lector acompaña nervioso al futuro padre y a Eugenia, su pareja, en sus hemorragias, monitorizaciones y contracciones. ¿Es ahí cuando el protagonista empieza a ejercer de padre?
No, ¡quizá empieza a ejercer de pareja! De padre realmente uno empieza a ejercer –por dar una respuesta que no sea: desde el minuto uno– desde el momento en que se queda a solas con el niño y tiene que cuidarlo. A mí me pasó después de la baja por maternidad, que me quedé solo durante meses con nuestra hija. Eso sí era ser padre: toda la responsabilidad.
¿Cómo valora la tendencia reciente de obras de autoras que abordan la decisión de la maternidad?
He leído algunos libros, pero en casi todos se aborda el asunto de forma negacionista, ¿no? Algo como: hay que librarse de esta condena. En ese sentido, siempre es interesante, pero comparado con contar lo que es traer una vida al mundo dentro de tu propio cuerpo –relato que no conozco, supongo que por culpa mía–, me parece una pequeñez.
“Hasta que no abulta la barriga y se perciben las patadas del bebé, para el hombre la cosa no acaba de ser real”