Puesta de largo en los bosques de Artemisa
En su debut, Violeta Richart imagina un mundo sin hombres
Mientras se fraguaban las leyes raciales del nazismo, Salvador Espriu escribió un
Quasi-conte alemany d’Ulrika Thöus, que reproducía una correspondencia erudita en torno al extraño comportamiento cromosomático de los tritones. La cosa era si el cromosoma Y era capaz de vencer la enérgica acción del cromosoma X y formar un testículo. Espriu acababa con una frase humorística magistral que venía a decir que si hay testículos, siempre acaban apareciendo.
Me lo ha recordado la primera novela de Violeta Richart (Abarán, Murcia, 1972), en la que el cromosoma Y, responsable de la masculinización del embrión, tiene un papel importantísimo, hasta el punto que da al libro su título enigmático.
Los testículos siempre acaban apareciendo podría decirlo la directora del colegio, Eurídice, que encabeza la persecución contra la protagonista, una chica de quince años. Le han hecho pruebas y han descubierto que tiene el cromosoma Y, que se creía extinguido.
El lector entra en un mundo que se ve que no funciona exactamente como el nuestro. Unas niñas hacen la comunión, que no tiene nada que ver con la fiesta social católica: es un baile en una discoteca para celebrar que una de las niñas de la escuela idílica i rural ha tenido la primera menstruación. Richart lo hace muy bien y caes en la historia de cuatro patas. El sincretismo de la Inmaculada Concepción con Artemisa es de una eficacia demoledora. Las profesoras de la escuela tienen nombres de heroínas, ninfas y diosas (Helena, Ariadna, Dafne, Casandra, Clio, Leda, Talia, Eurídice), el mes de María es el mes de Artemisa... Las niñas van pasando de la infancia a la adolescencia en un ambiente de encanto, floral, pagano, sexualizado: la utopía rutilante de un mundo sin hombres. También es muy buena la descripción de la carretera asfaltada con un poco de capa orgánica, integrada en el nuevo mundo. O la discoteca entre los limoneros como una estampa prerrafaelita de la ruta del bacalao. ¿Qué ha pasado? No lo sabremos hasta mucho más adelante. De entrada, Richart sitúa el foco en los amores de la protagonista, de manera que el mundo de la escuela, las profesoras y la civilización que describe no se pone en cuestión y va creando la atmósfera inquietante. En la tradición catalana, recuerda el Espriu lésbico de Miratge a Citerea, Viatges i flors de Mercè Rodoreda y algunos fragmentos distópicos de las novelas de Marina Espasa.
Richart describe un mundo renacido. De respeto a la naturaleza, de amor universal, sin tabúes. Un mundo que se ha recuperadodelacarbonización,elconsumo depredador y la especialización laboral. Un fragmento que me gusta especialmente explica que las artistas no pueden ser solo artistas: eso les alejaría de la gente. Todas tienen otras ocupaciones además de escribir o pintar, sin abusar. Es una especie de revolución cultural feminista.
El estilo acompaña y crea la atmósfera evanescente. Con unos cuantos giros arcaizantes, Richart da a entender que, aunque en la discoteca las chicas tomen cocacola y coman chuches, no estamos en un mundo normal. Toda la primera parte, en la que se plantea la historia, es de categoría. Después, como sucede a menudo con las novelas que te entran a fondo en un mundo inventado, se baja un escalón, y la historia cae a un segundo nivel menos deslumbrante y más resolutivo, en el que se desarrolla el conflicto y el drama.
Y, ¿es una crítica a una manera de entender el feminismo? Algo de ello hay, sí. ¿Es una metáfora sobre el individuo enfrentado al sistema? Sí: como muchas otras novelas de mundos felices. En cualquier caso se trata de un libro muy original, bien escrito y sostenido con interés hasta el final. Un primer libro excelente, que se inscribe en el palmarés del premio Roc Boronat junto a El llit dels altres d’Anna Punsoda, otra novela muy respetable. Hay vida más allá de las editoriales independientes.
¿Es una crítica a una manera de entender el feminismo? Es una metáfora sobre el individuo frente al sistema