El arte de hacer hablar a los escritores
entre otras hazañas), fue amigo del clan Kennedy, hizo sus pinitos como actor (hizo un papel en El indomable Will Hunting, actuó en varios capítulos de Urgencias…) y escribió una notable “biografía oral” de Truman Capote. Los otros dos eran Harold L. Humes, que se pasó con el LSD y acabó convertido en una suerte de gurú de campus universitario y al que Paul Auster, que lo conoció siendo estudiante de Columbia, describió como “hipster visionario y neoprofeta”, y Peter Matthiessen (autor después de buenos libros de viajes como El leopardo de las nieves), que era agente encubierto de la CIA y utilizó la revista como tapadera. Esto nos lleva a la financiación de la Paris Review :el primer promotor fue nada menos que el Aga Khan y está bastante demostrado que, de manera directa o indirecta, la publicación contó con financiación de la CIA dentro de su plan cultural en la guerra fría, aunque al parecer Plimpton y Humes nunca lo supieron.
La revista tuvo su primera sede en las oficinas de la editorial francesa La Table Ronde, después en una gabarra amarrada enelSena,yunasaladereunionesoficiosa en el Café Tournon. En 1973 Plimpton decidió trasladarla a Nueva York, donde la primera sede fue… el salón de su casa.
Anecdotario aparte, ¿por qué es relevante la Paris Review? Porque decidió restar importancia a la crítica, que era el eje de la mayoría de revistas literarias, y apostar por la creación –dando cancha a jóvenesescritores–yporlaslargasentrevistas, y con esto último dio en la diana. Las conversaciones con autores se iniciaron con E.M. Forster interrogado en sus aposentos en el King’s College sobre los secretos de su modo de trabajar, y eso marcó la pauta. Tituladas Writers at Work, las entrevistas tienen vocación de repaso global a la obra de un literato, conceden especial relevancia a los métodos creativos y huyen de la actualidad inmediata, del titular sensacionalista y de la encerrona (los escritores son invitados a repasarlas y pulirlas). De hecho, muchas de ellas se hacen en varias sesiones en días sucesivos (como las de Isherwood, Murakami, Delillo o Eco) o en encuentros a lo largo de los años (caso de las de Vonnegut o McEwan). Este mimo hace que funcionen casi como ensayos dialogados, tengan mucha enjundia y envejezcan estupendamente como un buen vino. Son un modelo excelso del arte de la conversación (lo cual no quiere decir que de tanto en tanto no se cuele alguna pregunta idiota o haya alguna entrevista un punto delirante, como la de Kerouac, con una notable cogorza y compartiendo pastillas –no precisamente para la tos– con el entrevistador).
Hasta ahora se habían publicado algunas antologías en castellano –en Kairós y El Aleph–, pero ninguna tan exhaustiva, apetitosa y digna de aplauso como esta selección llevada a cabo por Acantilado de un centenar de entrevistas –realizadas entre 1953 y 2012–, que conforman un auténtico canon literario del siglo XX. Hay un poco de todo: desde los norteamericanos de la generación perdida –Faulkner, Hemingway, Dos Passos, Steinbeck– hasta Carver y Auster, pasando por los beats; poetas –Eliot, Pound, Frost, Lowell, Auden, Bishop, Milosz, Brodsky, Bonnefoy….–, ensayistas –Steiner, Sontag, Didion–, grandes voces femeninas –una elusiva Dinesen, Yourcenar, Murdoch, Toni Morrison, Atwood…–, autores policiacos –Simenon, Greene, P.D. James–, de ciencia ficción –Bradbury–, de humor –Wodehouse–, de aventuras –O’Brien– y hasta un cineasta –Billy Wilder–; malcarados como Naipaul, malditos que juegan a malditos como Céline o Houellebecq; genios conscientes de serlo como Nabokov… Y hay seis latinoamericanos –Borges, Paz, Cortázar, Cabrera Infante, Vargas Llosa, García Márquez– y tres españoles: Cela, Semprún y Javier Marías. El estuche con dos libros (más de 2.800 páginas) barato no es, pero les aseguro que no se arrepentirán de la inversión: es una de esas obras queacompañantodalavida.
The Paris Review (1984-2012) (2 vol.)
ACANTILADO. 2.832 PÁGINAS. 85 EUROS
Imaginar el mundo. Conversaciones en el Hay Festival
DEBATE. 252 PÁGINAS. 18,90 EUROS
La publicación de la antología The Paris Review nos lleva a interrogarnos sobre la raigambre del género de la entrevista literaria entre nosotros. Dos veteranos periodistas de La Vanguardia que lo han cultivado a menudo intercambian aquí sus experiencias, a partir de preguntas elaboradas por la redacción de Cultura/s.
¿Cómo hay que preparar una entrevista literaria?
SERGIO VILA-SANJUÁN. Lo primero, claro, es leer al autor, no solo el libro que acaba de publicar sino lo máximo que uno pueda de su producción. Yo subrayo mucho y luego paso a limpio ideas clave que he ido remarcando. A las entrevistas suelo llevar un cuestionario largo bastante elaborado pero me doy margen para repreguntar e introducir nuevas cuestiones. Las que mejor me funcionan como lector, y por tanto intento realizar a mi vez, tanto con novelistas como con ensayistas o historiadores, son aquellas en las que el entrevistador se lo pone fácil al autor para que se muestre. Otro tema: uno puede centrarse exclusivamente en cuestiones literarias o intentar, a partir del texto, iluminar la trayectoria personal del autor y su visión del mundo. Pero el diálogo siempre debe surgir de la obra, no me convencen aquellas que se quedan en el plano abstracto de las grandes ideas generales pero sin referencias concretas al trabajo publicado del escritor.
XAVI AYÉN. La entrevista no es solamente un género más del periodismo sino que también es un componente de otros: las hacemos para las noticias, reportajes, crónicas… En estos últimos casos, si te sale mal una, no pasa nada, la ignoras e incluyes otras. Pero cuando vas a encontrarte con un escritor importante para hablar de sus libros, más te vale ir preparado. Lo más probable es que, en la redacción, te esté esperando un generoso espacio para ser rellenado. Y la mejor manera de halagar a un autor no es decirle que escribe bien, sino demostrarle que conoces su obra, nada estimula más su locuacidad que eso. Hay que prepararla leyendo sus libros, esencialmente. Por supuesto, también consultando internet, leyendo otras entrevistas que haya concedido, reseñas… Y, si se puede, hablar con gente que lo haya tratado. Para entrevistar a los premios Nobel, siempre llevaba cuatro largos cuestionarios: uno sobre su último libro, otro sobre el conjunto de su obra, otro sobre vida privada y cuestiones personales, y otro más social, sobre cuestiones políticas o del país o lugar donde vivía. ¿Qué referencias has tenido en este campo? XA. Yo tuve la suerte de crecer en el área de Cultura de un diario importante como La Vanguardia, con Llàtzer Moix y contigo, Sergio, siempre atentos a lo que hacía, era como ser alumno de un taller que nunca se acababa. Recuerdo una entrevista de Moix con Antoni Tàpies sobre el proyecto de instalar un calcetín gigante en el MNAC o la vez en que tú juntaste a conversar a los dos hermanos Pániker, tan distintos. En ese entorno se me inculcaron muchas cosas que todavía aplico, como que la amenidad no supone insultar la inteligencia del lector. También aprendí mucha técnica y trucos de Carles Sentís, a quien ayudé, ya nonagenario pero con una cabeza clarísima, con el primer tomo de sus memorias. Él había vivido todo el gran periodismo de la República, las turbulencias de la Guerra Civil, una época en que los periodistas, si se tenían que disfrazar para llegar a alguien, lo hacían sin problemas. He leído muchos libros de entrevistas, las de The Paris Review, pero también conservo las de Elena Poniatowska, Federico Campbell, Luis Harss, Inés Martín Rodrigo o las del Hay Festival. Hay una obra maestra, De cerca nadie es normal, del peruano Julio Villanueva Chang, una antología de perfiles basados en entrevistas y seguimientos a fondo de personajes. ¿Entrevistas que recuerde? En prensa escrita, las de Rosa Montero, Bru Rovira, Arturo San Agustín, Josep Pernau, Manuel Díaz Prieto… En televisión, Joaquín Soler Serrano, Josep Maria Espinàs, Bernard Pivot, Jesús Hermida, Julia Otero, Mireia Sentís…
S.V. Creo que hay dos modelos principales de entrevistas literarias, que podríamos definir como goyescas y velazqueñas. En las goyescas el entrevistador deja una huella de fuerte personalidad y busca que del encuentro salga un texto con valor expresivo en sí mismo; en las velazqueñas se pone al servicio del entrevistado para que este exponga de la forma más
Ayén: “Para entrevistar a los Nobel llevaba cuatro cuestionarios: sobre su último libro, su obra, vida privada, y política”
clara posible lo más relevante de su obra y de su figura. En el terreno de las entrevistas goyescas, las de Baltasar Porcel en Serra d’Or y Destino fueron modélicas, era corriente en ellas que Porcel polemizara con el entrevistado, a veces con dureza. En el campo de las velazqueñas, me impactó mucho en mi adolescencia la magnífica serie 24 horas de la vida de que publicaba Ana Maria Moix en Tele/eXpres, con la autora acompañando a lo largo de un día a su personaje y combinando sus ideas de fondo con la cotidianidad. Ambas series son producto de la Barcelona de los años sesenta que cada vez apata
Vila-Sanjuán: “La autora de ‘El informe Hite’ se ofendió con mis preguntas, me gritó, se levantó y se fue”
rece más reivindicable como una edad de oro cultural. Las recogidas por The Paris Review, en sus distintas versiones españolas desde 1979, son obligatorias. Me gustaron mucho las que reunió el francés Guy Sorman en Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo, así como tantos perfiles publicados en The New Yorker. En la España democrática Juan Cruz ha hecho un gran trabajo entrevistando a la plana mayor del mundo literario. También Antón Castro desde Zaragoza, en televisión y prensa. En los últimos años son indispensables las tuyas, Xavi, con scoops como la de García Márquez. Y destacaría también las de Inés
Martín Rodrigo y Karina Sainz Borgo.
¿Hasta qué punto hay que contar con la colaboración posterior del entrevistador, revisándola y rehaciéndola, como hace a menudo
SV. En general es un sistema que evito pero en algunos casos lo he practicado. Con Stephen Vizinczey, el autor de En brazos de la mujer madura, que pasaba una temporada cerca de Sitges, estuvimos varias semanas intercambiando páginas por fax. Era un perfeccionista que modificaba, ampliaba y matizaba a discreción. ¡Incansable! Al final quedó un texto casi programático. Carlos Ruiz Zafón, con quien llegamos a ser buenos amigos y al que entrevisté en varias ocasiones, a partir de la segunda o tercera vez me pidió revisarlas y corregirlas. Así salieron algunas de las entrevistas en las que, creo, más ha revelado de sí mismo, en especial sobre su niñez y adolescencia.
XA. Esos son casos muy concretos, claro, y redunda en beneficio del contenido. Como norma, a mí tampoco me gusta hacerlo porque temo que suceda al revés, que el entrevistado elimine opiniones jugosas para no meterse en líos. Cuando me lo piden, me hago el despistado. A veces no puedes negarte: Gabriel García Márquez me lo puso como condición, y recuerdo el temor con que le envié un fax a Los Ángeles con el texto. Pero no me tocó ni una coma, llegó el fax de vuelta con la palabra ‘ok’.
¿Cuáles son las mejores, las más raras y las peores que has hecho?
XA. La que ha tenido más repercusión, la de García Márquez, porque anunció al mundo que había dejado de escribir, y se hicieron eco The New York Times, Le Monde, la CNN, Al Yazira… La más emocionante, tal vez con el poeta Tomas Tranströmer en su casa de Estocolmo, porque al saber que yo era catalán, había ensayado unos temas de Mompou al piano, que me tocó con la mano izquierda, la única que le funcionaba. A causa de la enfermedad, emitía solamente lo que para mí eran unos sonidos guturales, que me iba ‘traduciendo’ su mujer. Fernando Arrabal, en un hotel de rambla Catalunya, se me levantó indignado a la primera pregunta: “¡Esto jamás se lo habría preguntado usted a Cervantes!”, se fue con aspavientos y ahí se acabó la entrevista. Yo le había dicho que si no creía que aparecer el día de la salida de su libro en el programa de desaparecidos Quién sabe dónde de Paco Lobatón podría ser visto como una maniobra publicitaria, ya que la desaparición de su padre se remontaba nada menos que a la Guerra Civil.
SV. La peor quizás es la que hice a principios de los años 80 a Shere Hite, autora del célebre Informe Hite sobre sexualidad. Me ocurrió algo parecido a lo que te sucedió a ti con Arrabal. Estábamos en la cafetería de su hotel barcelonés y ella ya empezó cruzada, de mal humor por algo que yo ignoraba. Me iba contestando con mucha reticencia y a la tercera o cuarta pregunta se ofendió (y no era ofensiva), se puso a gritar, se levantó y me dejó allí pasmado. La más rara fue con Milan Kundera, en el hotel Colón. Hablábamos en francés, el mío no muy bueno; él aún no era famoso y acababa de publicar>
La Nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich charla con Xavi Ayén en la cocina de su casa de Minsk, ante la intérprete ruso-español, la periodista Catarina Andreeva, actualmente encarcelada
aquí El libro de la risa y el olvido. Formulé mi primera cuestión, pasaban los minutos y él no contestaba. Pensé que no me había entendido. Cuando iba a lanzar la segunda, empezó a contestar la primera. Y así siguió toda la hora que estuvimos juntos, respondiendo siempre con retraso mientras yo sudaba de nervios. Kundera se pensaba muchísimo lo que decía, estaba claro que no le gustaban las entrevistas y no me sorprendió nada cuando años más tarde anunció que ya no iba a conceder ninguna más. Eso sí, sus meditadas respuestas, una vez transcritas, eran muy brillantes.
¿Alguna anécdota llamativa?
SV. Me propuse reunir en un debate a los hermanos Salvador y Raimon Panikkar, porque me interesaba el pensamiento de ambos, con puntos en común y otros radicalmente contrarios. Era difícil porque llevaban años sin hablarse. Desplegué una intensa labor diplomática de varios meses con la ayuda de Agustín, hijo de Salvador. Finalmente accedieron, pero ¿dónde reunirlos? Ninguno quería ir a la casa del otro (en Pedralbes y Tavertet, respectivamente). Fijamos un punto a medio camino, un hotel funcional de cadena en Vic. En este espacio sin alma tuvo lugar el único intercambio de ideas público que ambos referentes de la espiritualidad mantuvieron. Otra: fui a ver a Alison Lurie a la Universidad de Cornell, Ithaca, un mes de abril; salí de Nueva York con buen tiempo y yo iba vestido de verano. Al bajar del avioncito de hélice, me hundí en medio metro de nieve.
XA. García Márquez no concedía entrevistas, así que entré en su casa de México como mensajero, trayéndole los regalos de Navidad de su agente Carmen Balcells, en una maleta que pesaba 45 kilos y que jamás abrí. Para convencerle de que, una vez allí, me recibiera, su esposa le dijo que, si no hablaba conmigo, en La Vanguardia me despedirían al no poder justificar el viaje. Otra: unos días después de que le dieran el Nobel a Doris Lessing, llamé al timbre de su puerta, en Londres (conseguí la dirección gracias a Marta Pessarrodona, que no debía de sospechar que la quería para eso), y me abrió la puerta en bata, así que las fotos de Kim Manresa quedaron estupendas. Lessing me hizo pasar al salón porque quería acabar de ver las carreras de caballos (ella dormía allí mismo, en el sofá, porque los dolores de espalda no le permitían subir la escalera hasta el dormitorio), y luego charlamos en la cocina.
¿Qué diferencia hay entre entrevistar para el diario y hacerlo en público para foros como el Hay Festival o presentaciones? XA. La entrevista en público no se puede editar y, por lo tanto, tiene que ser más perfecta: nada de grandes silencios, de conversación intrascendente, de off-therecords, de vacilaciones… El ingenio, la chispa, las anécdotas cobran una mayor importancia. Es un espectáculo, con público que aplaude. Cuando el entrevistado responde bien, te deja recuerdos indelebles, y pienso en Elena Poniatowska, Cees Nooteboom o Etgar Keret.
S.V. Editores y autores se empezaron a dar cuenta, yo creo que en los años noventa, que para presentar libros la entrevista resultaba más dinámica y entretenida que los discursos amistosos hasta entonces habituales. Una que no olvidaré fue la de Vikram Seth en 1995. Jorge Herralde me pidió que charlara con el autor en el Instituto Británico sobre su novela recién aparecida Un buen partido. Acepté sin tener en cuenta que la obra tenía más de 1.300 páginas. La fecha se acercaba y llevaba el libro por la mitad, pero por aquel entonces mi mujer tuvo que internarse por hiperemesis de embarazo, y yo dormía con ella en la clínica. Acabé el maratón de lectura encerrado por la noche en el lavabo de la habitación para no despertarla. He disfrutado entrevistando en público a Maria Kodama, Paul Auster, Vargas Llosa, brillantísimo, o Pérez-Reverte, apasionado y polémico.
¿Cómo ha modificado la covid la entrevista literaria?
XA. Ha impuesto la videoconferencia como sistema hegemónico. Si somos optimistas, diremos que es mejor que por teléfono, porque puedes ver la casa y el estado de ánimo del autor. Pero siempre es mejor que esté el periodista desplazado al lugar, el texto se impregna de muchas más cosas.
SV. Ha llevado a la apoteosis del e-mail, el zoom y otros sistemas auxiliares. Y ha funcionado notablemente bien dadas las circunstancias. El e-mail me sirvió en marzo para dialogar con Noah Gordon, el autor de El médico, que con 90 años estaba recluido con su mujer en su apartamento residencia próximo a Boston. Me lanzó un mensaje contundente: “Esta pandemia está tratando de matarme a mí y a las personas que amo. Por favor, manteneos a salvo. Lavaos las manos y ayudaos.Todosmerecemossobrevivir.”
Noruega resume muy bien las contradicciones con las que muchos están abordando las crisis medioambientales: mientras reivindica sus tierras vírgenes y la marca de nación verde comprometida con el cambio climático, una tercera parte de la inversión nacional se basa en el petróleo, multiplicando las perforaciones.
Una cara de esas tensiones es la ola de liternatura noruega que ahora llega a España con títulos como Senderos , de Torbjorn Ekelund, o El afán sin límite, de la estadounidense afincada en aquel país Hope Jahren, aunque la obra quizá más emblemática sea la novela Mengele zoo, que sobre todo transcurre en Latinoamérica
y firma Gert Nygardshaug, fan de la Amazonia.
Mengele zoo cuenta la historia de Mino, un niño cazador de mariposas en la selva brasileña que a diario asiste a la brutalidad de los militares, políticos y empresarios encargados de esquilmar los bosques. Como las protestas campesinas aumentan los castigos, Mino es testigo de exterminios. Pronto, conoce a un mago trotamundos que le ayudará a salir adelante y a perfilar su personalidad.
Nygardshaug consigue que magia, mariposas y naturaleza combinen bien con la violencia normalizada en la selva y en los pueblos remotos. Un triunfo inicial de la historia es presentar a la muerte violenta casi como un gaje de aquellas vidas, exponiéndola con cruda sencillez. Una presencia, eso sí, tan constante que empapa los caracteres y va cargando a Mino de odio.
La narración fluye luminosa y chispeante, muy gráfica en sus escenas, como si compartiera el desparpajo y la frescura del protagonista. La atmósfera y el maravilloso exotismo pueden recordar por momentos al Macondo de Gabriel García Márquez, aunque la asfixia de los oprimidos también proyecta a las Ciudades de sal de Abderrahman Munif, y aún es fácil pensar en otros libros de referencia en este cóctel emocionante y bien engrasado donde la prosa cabalga introduciendo modernidades como la descripción estadística, el equivalente literario a una mirada de dron: “Vio seiscientos sesenta millones de plataneros en hileras infinitas, más de noventa mil millones de arbustos de café en floraciones sin sentido, campos de algodón más grandes que el mar más grande...”.
La fórmula valió para ser elegida mejor novela noruega de los últimos cien años en el Festival de Literatura de Lillehammer en el 2007 y para convertirse en superventas... aunque trate sobre la construcción de un terrorista. Porque el libro va de eso. De cómo Mino procesa el horror, halla en la violencia el único modo de conseguir una reacción global y urgente, y de cómo va a aplicar la magia, la fantasía, para eliminar (con cerbatanas y veneno) a los causantes de tanta destrucción.
Ávido de conocimiento y explicaciones, Mino estudia incluso en la universidad a la vez que identifica a las empresas y personas que lideran los más escalofriantes abusos medioambientales. Junto a tres compañeros, forma el Grupo Mariposa, que liquidará a contrastados abusadores y a sus cómplices. Así que se trata de un libro abiertamente antisistema, porque resulta difícil no empatizar con Mino, en parte debido a que solo recibimos su versión, y no la de las personas asesinadas.
El libro vibra, sugiere, incita durante casi 300 páginas, mientras se desarrolla la formación de Mino y el Grupo. Pero, cuando empiezan los atentados, Nygardshaug desboca sus fantasías de venganza verde abocándose a una enumeración de acciones más o menos ingeniosas que trivializan el relato. Curiosamente, la historia es poderosa y verosímil cuando pone en el centro a la magia mientras que encoge al acudir a la “realidad” terrorista.Otraparadojamás.
Mino pasa de ser un niño cazador de mariposas a crear un grupo que se dedica a liquidar a abusadores y cómplices