Los desastres del cuerpo
Bárbara Blasco, premio Tusquets de novela
Bárbara Blasco (València, 1972) ha ejercido tantos y tan diversos trabajos que ha dado un nuevo significado al concepto de multitasking. Ha sido dependienta, teleoperadora, ayudante de mago, empleada de gasolinera, bailarina de cabaret, actriz secundaria y vendedora de enciclopedias, lo que no le ha impedido adquirir una sólida formación. Licenciada en Periodismo, ha estudiado dirección cinematográfica en el Centre d’Estudis Cinematogràfics de Catalunya y guión de cine en la Escuela de Cine de los Baños, Cuba.
Pero es, por encima de todo, novelista, y de la misma forma que ha realizado diversos trabajos, en cada novela hay enfoques distintos. Su primera novela, Suerte (2013), gira en torno a un profesor de literatura francesa pedante y obsesionado con las citas. Su mujer es un ama de casa harta de la vida que lleva. La acción se desarrolla en València, pero apenas si se nos habla de la ciudad. Caben aquí tanto el drama como el humor, sobre todo en clave paródica. Blasco rechaza sistemáticamente los lugares comunes, de forma que lo más normal tiene algo de excepcional. El sexo tiene una fuerza dominante porque, como dice la autora, “el deseo es, sin duda, una de las grandes fuerzas que mueven el mundo”. Su segunda novela, La memoria del alambre (2018), es una historia de adolescentes, de pasión y de música, en la que la memoria tiene una fuerza determinante: “El alambre tiene memoria, una vez se ha torcido, por más que trates de enderezarlo, vuelve por inercia a su posición maleada, como una metáfora del tiempo”.
Esta introducción tan larga me sirve para confirmar lo que hay de familiar y de nuevo en Dicen los síntomas. También aquí se concentra en unos pocos personajes. El espacio en el que se mueven es el claustrofóbico de un hospital. Las escenas de sexo son ahora escasas, pero tienen un enorme peso en el relato, donde se establece una relación entre sexo, enfermedad y muerte. La novedad aquí es la ausencia de humor sin que ello signifique que, a pesar del tema dominante, se caiga en la trascendencia. Es más bien la naturalidad con la que se nos relata lo más sórdido y dramático lo que nos impresiona.
La enfermedad que conducirá a la muerte es la gran protagonista. Vivimos la experiencia a través de la narradora, que está en el hospital acompañando a su padre en coma vegetativo. Su nombre, Virginia, no lo conoceremos hasta el final de la novela, como no conocemos el de la mayoría de los personajes, entre ellos el extraño con el que hará el amor la noche en que muere el padre, en un encuentro entre sexo, vida y muerte, pues quedará embarazada. Virginia insiste en que no es cierto que está obsesionada, su interés por las dolencias es porque le interesa reflexionar acerca de las patologías y sobre la muerte, “algo tan leve como la vida, algo incluso mejor que la vida”. Encuentra cierta poesía en la enfermedad y la única historia que le interesa es la de los cuerpos, “los desastres del cuerpo”. Y aparecen numerosos casos de enfermos: la diverticulitis de una amiga, la meningitis de su hermana Esther, la depresión, el síndrome de Asperger, la ciática de su madre, la muerte de Charles Olson, el autor de Las enfermedades inverosímiles, de hipo –y la de Pío XII, añado yo–, y hasta el tabaquismo de una orangutana. Y no hay mejor compañía que los libros que nos acompañan a lo largo de la novela, lecturas tan variadas como reveladoras, como lo es la de Dicen los síntomas.
TUSQUETS. 272 PÁGINAS. 18 EUROS