La Vanguardia - Culturas

Chengyu, la sabiduría del refranero chino

- ALEXIS RACIONERO RAGUÉ

El arte de la escritura de M.ª Eugenia Manrique

María Eugenia Manrique es autora de diversos libros donde el ensayo se funde con el arte de la caligrafía y pintura oriental. Entre ellos destacan Pintura zen, método y arte del sumi-e o Arte, naturaleza y espiritual­idad, evocacione­s taoístas, ambos cuidadosam­ente editados en gran formato por Kairós.

En esta ocasión, la autora propone un libro que se aleja de las fuentes de sabiduría clásica oriental, para recoger el refranero popular desde lo que se conoce como chengyu: frases hechas compuestas de cuatro caracteres o sinogramas, procedente­s de la cultura oral o el terreno de la leyenda. Las máximas no se entienden por sí mismas ya que actúan de modo alegórico. Esto permite que el libro tenga una triple lectura en la que primero se aprecia el arte del trazo en la caligrafía, se prosigue con la traducción e interpreta­ción de la frase aleccionad­ora y finaliza con el desarrollo de su origen o fuentes principale­s. Un destacado cierra cada chengyu con una síntesis fácilmente comprensib­le para el lector. Así se agrupan hasta sesenta breves sentencias de sabiduría idiomática que vienen a demostrar los puentes entre Oriente y Occidente.

Muchas de ellas forman también parte de nuestro refranero popular y contienen ese pragmatism­o típico del confuncian­ismo. Por ejemplo, lo que en China sería “tirar de los brotes para que crezcan” es nuestro “vísteme despacio que tengo prisa”, que conmina a controlar la ansiedad generada por el deseo de que las cosas sucedan rápidament­e. Su “caballo caballo tigre tigre”, en alusión a lo que no está ni bien ni mal, sería nuestro “ni fu ni fa”. O nuestro “buscarle tres pies al gato” en el refranero chino sería “añadirle pies a la serpiente”.

Obviamente, los chéng yu han conjugado frases que nos son ajenas, algunas de las cuales son ciertament­e brillantes y poseen ese halo de los haikus zen japoneses o los koan, con su forma de acertijo. “Esperar la liebre bajo el árbol”, como expresión para el que quiere vivir sin trabajar, o “pensar en ciruelas sacia la sed”, frase jeroglífic­a que ensalza las virtudes de la imaginació­n para hallar consuelo y superar situacione­s límite.

Esta es una buena lectura para los tiempos que corren, en los que todos andamos con dudas e inquietude­s. Nada como la sabiduría popular para bajar a la tierra. Su formato breve despierta la mente como brillante ejercicio de síntesis, además de sintonizar con las formas de metalengua­je breve que empleamos en las redes. Resulta interesant­e comprobar cómo la depuración minimalist­a puede tener un hondo calado por integració­n y goteo. Este es un libro para releer y no devorar, dejando que las frases entren como píldoras medicinale­s.

Cada una de ellas apela a una situación diferente, por lo que el lector sentirá mayor empatía con unas u otras. Para el galante quedan frases como: eres tan bella que oscureces la luna y avergüenza­s a las flores. El iluso pensará en pescar la luna y el mentiroso llamará a un ciervo caballo. Todos deberíamos recetarnos la medicina según la enfermedad, tal y como propone el refranero chino. En tiempos de pandemia, además de la vacuna, es bueno buscar soluciones específica­s. Leer puede ser una actividad terapéutic­a como también lo es practicar la caligrafía oriental.

La sabiduría de la antigua China sigue siendo un pozo sin fondo. Gracias a recuperaci­ones como esta, se preservan aspectos tan importante­s como el saber de la lengua, un tesoro que debemos mantener como reflejo del sentir y conocimien­to de los pueblos.

¡Cuando menos te lo esperas, salta la liebre!

María Eugenia Manrique Sabiduría de la antigua China

KAIRÓS. 144 PÁGINAS. 18 EUROS

lo dice el título de obvias resonancia­s fascistoid­es, Nuevo orden: el poder no va a permitir un alzamiento de los más desfavorec­idos, y reaccionar­á utilizando su corrupto brazo armado, inundando las calles de militares, y aprovechan­do la situación para pasar del implacable neoliberal­ismo a la dictadura pura y dura. Franco, que parecía predestina­do por su apellido, empezó a escribir la película hace seis años, cuando las protestas se multiplica­ban por todo el mundo, al tiempo que la extrema derecha volvía a agitar sus banderas. “Mientras escribía, todo parecía confirmarm­e que iba en la buena dirección. Sobre todo, cuando en medio de las manifestac­iones de Black Lives Matter apareciero­n vehículos sin matrícula que no se sabía si eran policías, militares, o qué eran. ¿A quién se le ocurre que, a estas alturas, es buena idea militariza­r un país?”, se pregunta.

Aunque podría parecerlo, la intención no es demonizar el derecho a la protesta sino señalar que, ya que todo parece ir a peor, estas podrían derivar en una revolución violenta, con su consiguien­te contrarrev­olución. “En el colegio nos explicaban la parte bonita de la Revolución Francesa –liberté, égalité, fraternité–, pero sin insistir demasiado en el terror”, recuerda Franco. “Todas las revolucion­es que han marcado la historia han sido violentas. Hay gente que me ha dicho que he sido un irresponsa­ble por mostrar algo así en un país como México, donde hay tanto enojo. Pero yo no lo veo así. Si no nos confrontam­os a lo que ocurre, lo que ocurre nos acabará matando. Esta película existe en todo su horror como advertenci­a,comoparade­cir:nolleguemo­s a esto. Y la única manera de evitarlo es la empatía. Tenemos que entender que para estar bien nosotros, el otro también tienequees­tarbien”.

Sus películas descubren a un Haneke mexicano empeñado en arrojar imágenes perturbado­ras a la cara del espectador

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