Las raíces de la crisis
Víctor Lapuente propone trascendencia como remedio a la mala política
Como el catedrático Víctor Lapuente (Chalamera, Huesca, 1976) va cosiendo este ensayo tan atractivo dialogando con algunos grandes pensadores del presente, hay una afirmación que podría pasar inadvertida al lector pero que de repente revela las consecuencias de la crisis política sobre la realidad del momento que vivimos. Se refiere al éxito de los Juegos Olímpicos de 1992. Parte de ese éxito fue posible por el alineamiento de las instituciones públicas con un proyecto que posicionaba el país en el mundo al tiempo que posibilitaba la transformación de la ciudad. La polarización en la que vivimos difícilmente permitiría un ejemplo de colaboración porque acordar, cuando la política se vive como una cruzada contra el otro, es visto como una claudicación. Al mismo tiempo la otra cara de ese éxito, que fueron los pactos de la administración con empresas privadas para que esa transformación sea más eficiente, sería visto con suspicacia y la izquierda no vería con buenos ojos el beneficio del empresario porque lo asociaría a una forma de corrupción más que a una fórmula operativa de progreso liderado desde la política. Este es el clima enrarecido donde vivimos, es causa de la parálisis y con ella de la degradación de la democracia liberal. ¿Cuál es la raíz profunda de esta situación? Dar respuesta a esta pregunta, interpelando al sujeto concreto y más allá de la ideología, es el tema del Decálogo del buen ciudadano.
Lapuente es un experto que brilla en la conversación pública por sus razonamientos cartesianos. Sabe explicar con evidencias por qué las sociedades polarizadas han gestionado peor la crisis del coronavirus o cuáles son los mecanismos de evaluación de políticas públicas que permitirían paliar la corrupción. En sus artículos académicos puede comparar por qué una administración es más eficiente que otra o sintetizar en algunos clarificadores puntos concretos qué debería hacer un gobierno para contratar a mejores profesionales. Lo que es menos conocido de este politólogo es que esos estudios comparativos pueden servirle para ensayar una explicación más profunda, digamos de filosofía y ética aplicada, sobre el mal de nuestro tiempo que es el de la progresiva pérdida de esperanza en la democracia. En este libro, desde la óptica de un liberal no militante y sin prejuicios para explorar las virtualidades del conservadurismo, este profesor de la Universidad de Göteborg propone una interpretación no convencional y convincente sobre los vacíos civilizatorios que tienen como consecuencia más evidente la mala política. Y, como hacía en parte el Snyder de Sobre la tiranía, propone un modelo de conducta ajustada a los tiempos para sanar dicho mal. Algo así como un breviario estoico para mejorar nuestro país.
El núcleo que propone para esa regeneración del yo al país es una “trascendencia impersonal” que sanaría la polis. Frente a la pulsión narcisista típicamente posmoderna, Lapuente postula con datos y sobre todo con optimista fe civil que “las sociedades avanzan cuando sus individuos supeditan su interés individual a un ente impersonal y abstracto”. Ese ente tradicionalmente había sido la religión –sobre la que escribe páginas magníficas– y después la patria, pero la primera ha acabado siendo abandonada por la derecha y la segunda por la izquierda. Y ha sido así, rompiendo el consenso de posguerra, desde finales de la década de los sesenta cuando el neoliberalismo situó la ganancia individual como meta y cuando la nueva izquierda no puso lo común en el horizonte. ¿Tiene sentido trabajar para actuar en función de esa trascendencia que nos una para mejorar? Lapuente nos da una lista de ejemplos que certifican que vivimos mejor si actuamos en función de esa trascendencia. Y así convence.
PENÍNSULA. 269 PÁGINAS. 18,90 EUROS