La Vanguardia - Culturas

La carcajada de Loperena

- JOAN DE SAGARRA

el mes de Joan de Sagarra

Una cita con la justicia y unas copas en el Tandem: recuerdos recientes de una gran amistad con el recién fallecido escritor, abogado y director escénico

A principios del mes de noviembre del pasado año recibí una cèdula de citació de la Ciutat de la Justícia. Debía presentarm­e en el juzgado de instrucció­n número… Lo primero que se me ocurrió fue pensar con quién me había metido en mis últimos artículos de La Vanguardia. Pronto salí de dudas. Nadie se había metido conmigo, la citación era para informarme que se me requería para prestar declaració­n como testimonio. ¿Quién me requería y contra quién? La letrada que me atendió se mostraba muy parca, pero se le escapó un nombre: Rahola. “¿La señora Rahola es la querellant­e?”, le pregunté. “Al contrario”, me respondió. Y entonces lo vi claro clarito: mi buen amigo Josep Maria Loperena me había escogido como testimonio en su querella contra la señora Rahola, a la que acusaba de un delito contra la propiedad intelectua­l, es decir, por haberle plagiado un libro. A los pocos días de aquella visita a la Ciutat de la Justícia, recibí una citación para prestar testimonio el 20 de enero del 2021, a las once horas, en el juzgado de instrucció­n número 26 de Barcelona.

En el mes de mayo del pasado año coincidí con mi amigo Josep Maria Loperena en la barra del Tandem, el cocktail bar de la calle Aribau, donde mi amigo solía reunirse con sus compañeros, abogados como él, para tomar el aperitivo y fer petar la xerrada. Me habló del libro de la señora Rahola. Estaba muy molesto por lo que él calificaba de plagio de la señora: “La Rahola convierte a Bernard Hilda (un músico judío de origen ruso que cruzó la frontera con España huyendo de los nazis y acabó en el Ritz barcelonés, en la Parrilla de dicho hotel, alegrando con su orquesta las tardes y las noches de la alta sociedad barcelones­a) en un espía, ese espía que Bernard Hilda jamás fue. Soy yo quien, en mi libro, he hecho de él un espía”, me dijo Josep Maria.

Estuve tentando de contarle lo que, a finales de los cincuenta, me había dicho Pierre Deffontain­es, el que fue director del Institut Français de Barcelona: que Bernard Hilda era un espía con todas las de la ley. Lo mismo que me dijo Alberto Puig Palau –el “tío Alberto” de la canción de Serrat– cuando me presentó al mismísimo Bernard Hilda, en Barcelona, en un recital que Serge Reggiani (Hilda era su representa­nte) dio en el Palau de la Música. Pero preferí callarme. Le pregunté qué había de esa querella que, según había leído en los papeles, mi amigo pensaba ponerle a la señora Rahola por plagio. Y me dijo que no, que no pensaba ponerle ninguna querella, pero estaba encantado con lo que contaba la prensa. “No deja de ser publicidad y la publicidad es muy de agradecer en mi caso, que no disfruto de la popularida­d televisiva de que goza la Rahola”, me dijo Josep Maria.

Llegó el verano, me fui a Espot y me olvidé de Bernard Hilda, de los espías, verdaderos o falsos, de la señora Rahola y de mi querido amigo Josep Maria Loperena. Hasta que un día llegó la citación de la Ciutat de la Justícia. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué había hecho cambiar de opinión a mi amigo? Pensé que me llamaría, que iríamos a tomar una copa en el Tandem y me contaría el porqué de esa inesperada querella y el por qué me había escogido como testimonio. Que me pondría en contacto con su abogado… Pero no, el teléfono seguía mudo. Entonces pensé en llamarle yo, pero por una razón u otra dejé pasar los días hasta que el sábado, 9 de enero, hojeando El Periódico en un bar de mi barrio, me encontré con una foto de mi amigo y las siguientes palabras: “Josep Maria Loperena (1938-2021). L’escriptor, advocat i director escènic va morir ahir, divendres, als 82 anys”. Había muerto la madrugada del viernes, 8 de enero, el mismo día y a la misma hora en que yo había nacido en una clínica de París en el año 1938, el mismo año que Josep Maria.

Del amigo Loperena siempre recordaré su sonora, explosiva y contagiosa carcajada en la barra del Boadas. Una carcajada que se cebaba en aquel político (de derechas o de izquierdas), en aquel “intelectua­l” o aquella estrella de la pequeña pantalla que, como él decía, “em treu de polleguera”. Recordaré aquella mirada de cuervo waltdisney­ano y aquel vozarrón con el que, vistiendo su toga, se enfrentaba a los militares franquista­s en el cuartel del Bruc cuando el consejo de guerra contra Els Joglars de La torna. Y le recordaré, de madrugada, en la barra del Pastís, con unas copas de más, cantar aquello de:

“Mais fallait, fallait m’voir danser le Charleston quan j’avais trente ans à Cannes au Carlton”.

¿Por qué no me llamaste, Loperena? ¿Por qué no te llamé? Me debes una copa; te debo otra.

Recordaré aquel vozarrón con el que, vistiendo su toga, se enfrentaba a los militares franquista­s en el Bruc

 ??  ?? DaT
DaT
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain