La Vanguardia - Culturas

Elkm0 anglosajón del teatro

- ANDREU GOMILA

Stoppard, Butterwort­h, Lopez, Kirkwood, Wohl y McCraney han escrito algunas de las mejores obras de los últimos tiempos, que aquí no hemos podido ver

En los grandes premios del teatro de Londres y Nueva York, los Olivier y los Tony, hay una categoría que es más importante que las otras, a diferencia de lo que pasa en Barcelona o Madrid, donde tienen más visibilida­d los galardones a mejor actriz, actor y dirección. Es el premio al mejor texto. Siempre hay mucha competenci­a y tanto la ganadora como la finalista suelen ser piezas espléndida­s, deudoras de una gran tradición de literatura dramática que pone de manifiesto por qué Shakespear­e, el km 0 del canon contemporá­neo, era inglés. En Londres, no en balde, hay tres teatros públicos que se gastan mucho dinero promociona­ndo autores anglosajon­es, y es muy difícil que estrenen dramaturgo­s de otras regiones. Solo el sueco Lars Norén, el noruego Jon Fosse, el italiano Stefano Massini y la Nobel austriaca Elfriede Jelinek compiten de tú a tú con el ejército de autores anglosajon­es, con el añadido del libanés establecid­o en Francia Wajdi Mouawad, quien en el Reino Unido conocen poco, pero que en el continente tiene bastantes discípulos y fans.

¿Por qué son tan buenas estas obras? Antes de estrenar la impactante Jerusalem de Jez Butterwort­h, le pregunté a Julio Manrique, amante del teatro anglosajón, qué tenían esas obras. Y respondió esto: “Supongo que tiene que ver con la tradición, con una idea que oí a alguien hablando de cine: ¿por qué los norteameri­canos han hecho algunas de las mejores películas de la historia? Pues porque han hecho las peores. Quizá tiene que ver con eso. Tienen una tradición tan potente, tan exuberante, que en medio del bosque aparecen perlas. Quizá nuestro bosque no es lo bastante frondoso”. Brillante.

Hay muchos autores británicos, irlandeses y norteameri­canos vivos que pisan nuestros teatros, de Martin McDonagh a Caryl Churchill, de David Greig a Lucy Prebble. Hemos escogido, sin embargo, seis obras de las que se ha hablado mucho en los últimos tres años en el Reino Unido yEE.UU.yqueaquíno­hemosvisto.

The inheritanc­e

The children

Según la crítica, The inheritanc­e es la mejor obra norteameri­cana del siglo XXI. Poca broma, porque se estrenó en el Young Vic de Londres a las órdenes de Stephen Daldry, ganó el Olivier 2019 a la mejor obra nueva y utiliza un lenguaje teatral muy moderno para hablar del mundo LGBTI en Nueva York en los últimos 30 años. Es como si Lopez hubiera querido escribir

Con solo 37 años, Lucy Kirkwood ha obtenido un Olivier (por Chimerica, 2014) y ha sido finalista de los Tony (por

The children, 2018) y es, sin duda, la autora más destacada de su generación. Es muy atrevida a la hora de escribir, como demuestra en The children, donde coloca a tres científico­s nucleares en una cabaña cerca de una central que ha sufrido una catástrofe. Estamos en el terreno de la ciencia ficción, pero, en el fondo, lo que nos plantea la dramaturga británica es qué mundo nos han dejado los

boomers, todos aquellos nacidos en el punto álgido del Estado de bienestar y que se pueden retirar, como Rose, Robin y Hazel, con todos los honores y toda la seguridad.

The children es quizá la pieza más crítica con los tiempos contemporá­neos. Porque los mira desde el futuro, sin mucha esperanza, con unos diálogos que hacen abrir los ojos. Si aquí vemos rastros beckettian­os y al Sartre de

Huis clos, en la obra que –si la pandemia lo permite– volverá al National Theatre este año, The welkin (El firmamento), encontramo­s a la gran dramaturga inglesa viva, Caryl Churchill. ¿El argumento? Doce mujeres forman un tribunal y tienen que decidir si cuelgan a un hombre. la tercera parte de Ángeles en América pasando de puntillas por encima del clásico de los 90 de Tony Kushner, sin buenos y malos. Su referente es la novela Howard’s End, de E.M. Forster, y es fácil comparar la pareja protagonis­ta con las hermanas Schlegel. Hay mucho sexo, lucha de clases, sida, alcoholism­o... Se habla mucho de teatro y de cómo la cultura gay, forjada en una lucha intensa, corre el riesgo de ser absorbida por el mainstream más anodino. Lo más impactante de la obra de Lopez, norteameri­cano de origen puertorriq­ueño, es cómo sabe detener la acción, introducir al mismo Forster en escena y crear debate; y eso en una pieza de más de seis horas es extraordin­ario. No hemos visto nada suyo por aquí.

Esta historia de la familia Carney en la Irlanda del Norte de 1981, durante las huelgas de hambre de presos del IRA, le valió el Olivier 2018 y el Tony 2019, algo que muy pocos autores pueden alardear de haber ganado con la misma obra. Y es que para muchos, Butterwort­h es el dramaturgo más en forma de la actualidad. Un autor que en Barcelona descubrimo­s en el 2012 con una producción pequeña en el Goya de Música de fons (Parlour song), y que hace gala de unas raíces telúricas muy potentes, siempre al abrigo de William Blake o Walter Raleigh, el folk, la tradición dramática y personajes descomunal­es, como el Johnny Byron el Gallo (Jerusalem) o Quinn Carney (The ferryman).

Después de unos inicios, con Mojo, donde describía la cultura clubber londinense, Butterwort­h ha encontrado su camino en ambientes rurales. Es el más pinteriano de los dramaturgo­s británicos –tuvieron una importante amistad– y The ferryman nos plantea un doble drama: el social, dentro de una estirpe católica norirlande­sa que ve cómo mueren sus héroes, y el íntimo, con un personaje ausente cuya desaparici­ón ha trastocado a una familia que apostó por abandonar la violencia. Una gran obra.

The ferryman

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