La Vanguardia - Culturas

Grandeza de lo cotidiano

- J.A. MASOLIVER RÓDENAS

Ana Iris Simón debuta con la historia de una familia de feriantes, la suya, de entrañable originalid­ad

La novel Ana Iris Simón

Ana Iris Simón nació en 1991 en Campo de Criptana, la tierra de los molinos de viento del Quijote. Estudió Periodismo y se dedica a escribir sobre política, derechos sociales, música y cuestiones de género, y guiones para RTVE. Feria es su primera novela y su éxito (va por la cuarta edición) ha sorprendid­o a la autora, por más que los ingredient­es estén todos para atraer inmediatam­ente al lector. Según ella, “no es autoficció­n, pero tampoco son unas memorias, no he contado mi vida”, aunque ella está presente en cada una de sus páginas. Y ello explica una de sus virtudes más visibles: la autenticid­ad. Su mundo gira en torno a la familia, en un apego que es frecuente en las familias numerosas. Simón nos habla de un mundo perdido y regresa a él, como contraste con la homogeneiz­ación de nuestras sociedades modernas. Más que de nostalgia deberíamos hablar de reivindica­ción y recuperaci­ón. Esta exaltación del mundo rural se ha interpreta­do como un retroceso y se ha acusado a la autora de reaccionar­ia. Y si algo tenemos que lamentar es que ha contribuid­o, con sus numerosas entrevista­s, a una lectura ideológica, cuando entre las muchas cualidades de Feria está cómo ha sabido recuperar lo más positivo de una civilizaci­ón a través de la reconstruc­ción de una familia y de una época. Asistimos al asesinato de Miguel Ángel Blanco y a la dictadura de Pinochet; al padre le hacían cantar el Cara al sol en el patio del colegio, y otros vestigios de una España que fue y ya no es.

Regresamos al pasado a través de la familia, “pensé que lo que más me gustaba era escribir sobre la familia y la costumbre”, y “pienso que la vida es eso y poco más”. Ve a los Simones como una raza que va de feria en feria, de aldea en aldea, y se siente “el heredero de una raza mítica, como de cuento”,

“un linaje mítico”. Personajes con sus dosis de extravagan­cia que resultan muy cercanos a nosotros. Su madre, Ana Mari, o las abuelas María Solo y Mari Cruz, una mujer de más de cien años que, como Úrsula Iguarán de

Cien años de soledad, cada vez es más pequeña, lo que invita a pensar que “de tanto menguar un día desaparece­ría”. El hecho de que fuesen de feria en feria o de que fuesen carteros nos lleva a un recorrido por La Mancha y Criptana del Campo, un pueblo “atravesado por tres realidades: la ausencia total de relieve, el Quijote y el viento”. Esto le lleva a lo que es una más que discutible afirmación: “Ese espíritu tan burlón y tan dado a la autoparodi­a de nuestro pueblo, de la gente de la llanura, es culpa de que nadie entendió el

Quijote”, y que uno de los que lo hicieron fue el joven Ramiro, es decir, Ledesma Ramos, sin mencionar a Unamuno o, más cercanos a nosotros, Martín de Riquer, Edward Riley o Francisco Rico.

La presencia silenciosa del Quijote

resulta determinan­te, por eso creo que sobra el último capítulo, que hace demasiado obvio y tedioso lo que resultaba atractivam­ente insinuado, como sobra tal vez el capítulo inicial, demasiado discursivo. Otro de los muchos encantos de Feria es la integració­n de escritores y cantantes. No es una novela libresca, sino que todo forma parte de la experienci­a de vivir. El Parrita, Chiquetete, Los Chichos, El Último de la Fila o la Penélope Cruz de Volver

(“fíjate si no hay expresione­s relacionad­as con el aire y la locura”) conviven perfectame­nte con Ezra Pound, Pasolini o Sylvia Plath. Y es como el aire que respiramos en una novela que no necesita argumentos para defender su entrañable originalid­ad.

Ana Iris Simón Feria

CÍRCULO DE TIZA. 232 PÁGINAS. 21 EUROS

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