La inmersión digital en el arte alza el vuelo
Arriba, exposición digital interactiva de TeamLab Borderless en el Mori Building Digital Art Museum de Tokio
Cuando se habla de la experiencia inmersiva continuamente se escucha un juicio que la pondera: es un efecto más de la revolución digital. Esta sentencia resulta clave para propiciar todo tipo de investigaciones sobre la denominada Museografía 4.0. Las razones que se dan son, en primer lugar, que el siglo XXI exige una nueva manera de presentar al público las obras de arte. Lo que los museos nacidos en el siglo XVIII proponían al crear salas de tendencias artísticas como “los pintores italianos del Renacimiento” se propone ahora de manera más eficiente con el recurso a la digitalización, sea permitiendo acceder a un museo desde casa, sea convirtiendo al visitante en protagonista activo de las obras de arte que visita.
Los antiguos modos de exponer el arte cambian para dar entrada a la digitalización. Es lo que lleva proponiendo desde hace años el espacio Artechouse al norte de Greenvich Village, en Nueva York, que anuncia para el 1 de marzo la apertura de una nueva exposición, Geometric Properties de Julius Horsthuis, después de haber realizado durante todo el año de la pandemia (2020) una inmersión en el color azul como una experiencia catártica para encontrar la armonía en el binomio de este terrible año que se ha vivido entre la tiranía del placer y la tiranía del dolor.
Iniciativas semejantes se han instalado en el distrito XI de París, en la proximidad del cementerio Père-Lachaise, en el llamado Atelier des Lumières, un centro de arte digital situado en una antigua fundición, donde se suele rendir homenaje a los grandes nombres de la historia del arte, los últimos fueron Klimt, Dalí y Klee, con proyecciones en el suelo y en las paredes de diez metros de altura en el hall del Taller. El resultado es muy innovador pues sustituye la imaginación personal por la inmersión digital. En esa línea se anuncia
El siglo XXI y la pandemia exigen otra forma de presentar las obras artísticas, sea accediendo al museo desde casa, sea haciendo al espectador protagonista activo de las obras que visita
para junio, en Burdeos, una exposición sobre Monet, Renoir y Chagall bajo el epígrafe Voyages en la Méditerranée.
Más cerca de casa: en Les Baux de Provence, los Carrières des Lumières proponen para estos días una exploración de un universo sin límites a través de la obra de Cézanne que verifica su aserto de que “la pintura es óptica primero. El material de nuestro arte está ahí, en lo que piensan nuestros ojos”.
Y aun más cerca, en la propia Barcelona, gracias a la iniciativa del muy innovador centro dedicado a las artes digitales llamado Ideal, podemos ver en estos días la exposición Barcelona memoria fotográfica, en realidad una inmersión en la fotografía catalana a través del tiempo asentada en piezas de gran formato a 360º, en una realidad virtual y en algunas imaginativas propuestas interactivas a través de la inteligencia artificial que sigue la estela del neoyorkino Artechouse; como también la sigue la exposición Joanie Lemercier. Paisajes de luz que, en la Fundación Telefónica de Madrid, realiza un recorrido del universo creativo de este innovador artista a través de siete instalaciones audiovisuales que fusionan la programación digital y la visión poética de la naturaleza, donde, a la velocidad de la luz, se pasa al arte de la más rabiosa actualidad.
La inmersión en lo digital es por otro lado una forma de ajustar cuentas con las metanarrativas que a lo largo del siglo XX se han preguntado sobre el efecto social de las obras de arte sometidas a un concepto de museo heredado directamente de los viejos gabinetes de curiosidades humanísticos. Hay que dar un paso hacia adelante: ir a un concepto de museo no solo poscolonial como dice la antropóloga Saloni Marthur, sino también interactivo, que estimule la relación arte-público a la altura de nuestro tiempo. Primero en la relación a los sentidos con los que se aprecia el arte, pues en la inmersión no se tienen en cuenta solo la vista, también el oído (es un audiovisual), el tacto (se siente artificialmente que se toca), el gusto (se saborea un cuadro, una escultura, o un objeto) y, por supuesto, el olfato. ¿Acaso el efecto digital no extrae su validez de ofrecer nuevas perspectivas sobre la obra de arte colgada en las paredes de los museos, e incluso de la información erudita presente en las cartelas?
La inmersión digital es el desafío del siglo XXI que no solo afecta al imparable proceso de digitalizar las colecciones y difundirlas online para animar, desde el cuarto de estar, a un público renuente a ver el arte, a ir a los museos como parte agradable de su existencia; también propone otra mirada a las obras de arte, incluso una implicación personal como si se tratase de uno de esos juegos que atrapan a las nuevas generaciones.
En suma, la experiencia inmersiva es hoy la solución más eficaz para hacer del arte un elemento imprescindible de la cultura del siglo XXI. Aunque eso nos conduzca a una narcosis, que diría Freud, a la sensación de que la realidad es a fin de cuentas una narración mediante imágenes digitales.
A la derecha, la exposición multimedia ‘Leonardo-RafaelMiguel Ángel. Gigantes del Renacimiento’, del Italian Immersive Art Factory, en el Kunstkraftwerk de Leipzig
Imagen del centro de arte Ideal en Barcelona, donde se puede ver actualmente la exposición ‘Barcelona. Memoria fotográfica’
Imagen de la exposición ‘Paul Klee: painting music’ que inauguró el centro de arte digital Bassins de Lumières de Burdeos
Imagen de la exposición ‘Joanie Lemercier. Paisajes de luz’, del artista francés, que se puede ver en la Fundación Telefónica en Madrid
La inmersión en lo digital debe superar un concepto museístico caducado y estimular la relación arte-público
Nueva York, Shanghai, París, la Provenza, Barcelona o Madrid han acogido ya experiencias en esta nueva línea