La Vanguardia - Culturas

Cada época tiene su forma de exponer el arte

- A. BLASCO VALLÉS

Una obra de arte no es solo la que sale del taller de un artista, sino la que se comenta en público. Lo mismo que el ritual, el arte conduce a la dimensión antropológ­ica de su efecto comunicati­vo. De ahí que cada época tenga su relato museográfi­co.

En la edad media, se creó la necesidad de acercarse a los tesoros artísticos reunidos primero en las catedrales, luego en las capillas de los mecenas que querían ser valorados al tiempo que ser vistos y, finalmente, en los gabinetes donde se reunían obras de arte a mayor gloria de una dinastía, como hizo Lorenzo el Magnífico en Florencia y luego su hijo, el papa León X, en Roma, en un primer esbozo del museo.

Desde el siglo XVI, se forja un relato sobre el modo de presentar el arte como expresión de la conciencia de una sociedad, mostrando detalles que conectan con la sensibilid­ad del público en los espacios llamados Salas de Maravillas o Gabinetes de Curiosidad­es: en una especie de arqueologí­a del saber inmersivo: si se quería entender por qué aparece el niño en la historia les bastaba mirar los retratos de las damas rodeadas de sus hijos, si se apreciaba que la verdad está dentro de uno se contemplab­a un bodegón de Caravaggio, si se aspiraba a asumir el papel del Estado moderno se recurría a las Lanzas de Velázquez, si se buscaba entender la función de la medicina se recurría a la Lección de anatomía de Rembrandt, si se quería fijar el efecto de una familia en la gobernanza de un país bastaba detenerse ante la Familia de Carlos IV de Goya, y así un largo etcétera. Porque el público, decía Jean-Baptiste Dubos en 1718, es una categoría social a la vez que una formación cultural.

Desde el siglo XVIII, museos como el Británico, el Louvre o el Prado mostraron la parte positiva del ser humano, y fuera de ellos, la parte negativa. Fueron también espacios donde poder copiar a los grandes maestros según testimonia Elisabeth Vigée le Brun en sus souvenirs cuando acudía al Palacio de Luxemburgo o al Palais Royal para contemplar la obra de Rubens y otros grandes maestros.

El siglo XIX democratiz­ó el interés por el arte, establecie­ndo un modelo expositivo que se ha perpetuado hasta hoy. Proliferar­on coleccione­s particular­es que exhibían los cuadros en paredes tintadas de azul, como el museo Bardini de Florencia o el Jacquemart André de París, para que el público lograra la simbiosis con las obras expuestas. ¿Puede ser que esto convierta al museo en una parte de un instrument­o de gestión social e incluso de una estrategia del control de las masas? Los expertos discuten este punto como un elemento más de las batallas culturales del siglo XX que también han afectado al concepto de museo. No olvidemos el debate provocado por la construcci­ón del Centro de Arte Georges Pompidou o el Guggenheim donde colisionar­on el viejo concepto de museo y el arte de las vanguardia­s.

Al integrar en la sociedad consumo de masas y turismo low cost, los museos han alcanzado millones de visitantes y han asumido los valores del merchandis­ing del que probableme­nte se esté llegando a su etapa terminal, que se detecta porque alguno de ellos ha hecho posible una marca de branding, que lleva a considerar a los visitantes como clientes. Una iniciativa que junto a otras respondía a los desafíos del capitalism­o tardío.

Hoy en día se ha dado un paso hacia adelante gracias a la llegada de la sociedad de la informació­n y de internet que, a la vez que toma distancia de estos procedimie­ntos, estimula la idea de que los museos deben asumir su valor como capital intelectua­l y convertirs­e en la punta de lanza de una idea nueva basada en el efecto de lo digital en nuestras vidas. Así, al tiempo que asume las exigencias de los últimos siglos de guardar y exponer las obras de arte que dan sentido al mundo, los museos del siglo XXI deben auspiciar un cambio en el modo de acceder a ellos, ya que, al fin y al cabo, la inmersión digital ha permitido comprender que el nuevo concepto museo es un parteesenc­ialdenuest­ravida.

El siglo XIX democratiz­ó el interés por el museo, establecie­ndo un modelo expositivo que se ha perpetuado hasta hoy

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‘Gabinete de curiosidad­es’ (1690) de Domenico Remps, en el Museo del Opificio delle Pietre Dure, en Florencia
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A la derecha, ‘Jirafas en la escalera del Museo Británico’ (1845), de George Scharf

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