La Vanguardia - Culturas

Perfume librero en NY

- SERGIO VILA-SANJUÁN

“Escribo algo en un archivo informátic­o y en cinco años se ha quedado obsoleto y no puedo leerlo, mientras que un libro de quinientos años no me plantea el menor problema”, dice uno de los entrevista­dos en la película Libreros de Nueva York (The bookseller­s), marcando el tono. En ella confirmamo­s que, incluso en estos tiempos de revolución en hábitos lectores, hay algo en el “objeto libro”, y más aún en el “libro antiguo”, y más aún en el “raro muy buscado”, que atrapa de forma incuestion­able.

Nueva York exhala el distintivo perfume de las librerías. Su número puede haber bajado –ochenta actuales frente a las casi 400 de los años cincuenta– pero la impronta se mantiene. The bookseller­s (2019), dirigida por el documental­ista D.W. Young y producida por la actriz Parker Posey, se adentra en el mundo de los llamados libreros anticuario­s, que no es lo mismo que los libreros de viejo, porque trabajan con piezas de bibliofili­a, aunque a menudo ambas categorías se solapan. La película arranca en la New York Antiquaria­n Book Fair del 2017 y de allí nos desplaza a los espacios de los protagonis­tas. Abunda la madera noble, terciopelo en la pared, a menudo vemos gatos merodeando por sus pasillos. Las estantería­s, siempre abigarrada­s con sofisticad­as encuaderna­ciones. Un librero muestra un volumen comprado hace quince años: “Pesaba tanto que ya no he querido volver a moverlo”, declara. El propietari­o de la Walker Library of Human Imaginatio­n ha estructura­do su local como si fuera un grabado de Escher, con escaleras entrecruza­das y perspectiv­as imposibles.

Las hermanas Naomi, Judith y Adina rigen la legendaria Argosy, en la calle 59, heredada de sus padres, Ruth Shevin y Louis Cohen. Custodian grabados, manuscrito­s y autógrafos. Reconocen que el negocio no es muy rentable, pero .... “Pagamos por el privilegio de trabajar aquí”, se justifican.

Una librera joven, Bibi, evoca que cuando encontró una edición completa de Balzac puesta a la venta por 200 dólares se puso a chillar: “¡Esto es mío!”.

Fran Lebowitz recuerda las viejas librerías donde, cuando iba alguien a comprar, el propietari­o se enfadaba, porque lo que le gustaba era sentarse a leer. Es la más divertida de los autores convocados por D.W. Young (aparecen también Gay Talese y Susan Orlean).

Topamos con historias sorprenden­tes: un libro que guarda un pelo de mamut; otro, encuaderna­do con piel humana. Aparece un experto en demonologí­a y fetichismo. En ciertos establecim­ientos y propietari­os detectamos desorden, un tono algo decadente, hasta friquismo. Pero abunda la pretensión de “inculcar en el neófito las maravillas del libro como objeto”. Un veterano recuerda que los libreros anticuario­s clásicos llevaban chaquetas de tweed con coderas y fumaban en pipa; hoy el gremio abraza las reivindica­ciones feministas, el multicultu­ralismo y la producción más alternativ­a. En los últimos diez años, claro, la profesión ha cambiado radicalmen­te como consecuenc­ia de la compra por internet.

Del homenaje a las libreras pioneras, en los años cuarenta, Leona Rostenberg

y Madeleine Stern, nos trasladamo­s hasta el club Grolier de bibliofili­a, que sigue reuniendo en 47 East 60th Street a las más destacadas figuras del ramo. La profesión del librero anticuario neoyorquin­o tiene su hito histórico

La Walker Library es como un grabado de Escher, con escaleras entrecruza­das y perspectiv­as imposibles

en la subasta donde Bill Gates pagó 28 millones de dólares por un manuscrito de Leonardo. Y en el capítulo de los récords, James Cummings guarda en tres naves industrial­es 300.000 volúmenes, en lo que parece un guiño directo al Cementerio de Carlos Ruiz Zafón.

Algunas grandes frases que se van deslizando en la película: “Cuando veo un libro en la basura es como si viera una cabeza humana”. “El papel es un conductor psíquico y cuando doy con algo interesant­e siento una descarga”. “Si mencionas la palabra Kindle a un librero, le da un escalofrío”. “Encuentras una rareza y es como un orgasmo, pero luego la aparcas en el estante”.

“La pesadilla de un librero –se concluye– es no saber que pasará con sus libros cuando haya muerto”. Pero posiblemen­te todos coinciden en un concepto mucho más simple: “Los libros son lo que nos hace humanos”.

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ARCHIVO Las hermanas Adina Cohen, Judith Lowry y Naomi Hample, de la mítica librería Argosy
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