Charles Baudelaire, el primer contracultural
Cuando se cumplen doscientos años de su nacimiento, el autor de ‘Las flores del mal’ sigue siendo el gran poeta de la modernidad
“La posteridad me concierne”, escribió Baudelaire a sus 24 años, cuando apenas había publicado un poema y un artículo. Tenía un destino que se iba a cumplir “de modo glorioso”, creyó, antes de haber publicado ni un solo libro. Rafael Chirbes evocó en una de sus novelas a Baudelaire como el icono de la contracultura de los sesenta y los setenta. “El primer vidente”, “un verdadero Dios”, lo llamó Rimbaud. Era el “pater familias” para Roberto Bolaño. Al artista que descubrió la función de la poesía en la era moderna, la posteridad le había reservado un sitio en el único altar que permanece: el de las figuras que acompañan a quienes se empeñan en vivir, en no dimitir de la vida.
El poeta bohemio que se bate en las calles con una escopeta de dos cañones y una cartuchera al cinto suscita una fascinación que se torna en estremecimiento por la grandeza o el horror de sus versos: “¡Oh, Satán, ten piedad de mi larga miseria!”. Era un muchacho elegantísimo, enamorado de la belleza y llamado al triunfo que se opone a su época pero se entrega fervorosamente a ella, se convierte en el primer poeta de Francia y muere alcoholizado, opiómano, sifilítico, pobre, hemipléjico y afásico. Vapuleado; derrotado. Y alcanza la alta posteridad en el capitalismo triunfante.
Nacido en París el 9 de abril de 1821, Baudelaire murió 46 años después, el 31 de agosto de 1867, en su ciudad natal.
Procedente de una clase social privilegiada, relacionada con la nobleza, se negó rotundamente a asistir a la universidad y a comprometerse en cualquier profesión, oficio o trabajo útil: con una soberanía sin límites, dedicó su vida laboral a leer y escribir solo lo que le pidiera su insaciable curiosidad. “Baudelaire escribía sobre lo que le daba la gana”, anotó Téophile Gautier.
Después de las frustraciones políticas y de la afrenta que sufrió su libro Las flores del mal, decomisado y expurgado por la policía francesa, militó contra el progreso, el progresismo y “la estúpida burguesía”, apuntando a la cabeza de Victor Hugo. En sus últimos años se convirtió en un solitario profeta que predicaba
(El Spleen de París)
“Es necesario estar siempre ebrio, de vino, de virtud o poesía, pero siempre ebrio”
(‘Cohetes’, en ‘Mi corazón al desnudo y otros papeles íntimos’)
“Pido a todo hombre que intente mostrarme lo que subsiste de la vida”
(Mi corazón al desnudo)
“Todo en este mundo suda crimen: el periódico, la muralla y el rostro del hombre”