La Francia de Valls
Cuenta Manuel Valls que cuando está en París le gusta salir a correr a primera hora de la mañana. En su itinerario que arranca en la Rive Gauche, se suceden el pont des Arts con vistas a Nôtre-Dame, la Cour Carrée del Louvre y las Tullerías, y pasando por allí le vuelven “los recuerdos de infancia y adolescencia, intactos”. El barco de vela y el guiñol infantil, los partidos de fútbol con los amigos, y, de la mano de su padre, el Jeu de Paume y la Orangerie antes de que existiera el Museo de Orsay. En el primero descubría a los grandes impresionistas, en la Orangerie a las figuras vivas. En el 2009, cuando Valls ya era un protagonista de la política francesa, este espacio dedicó una exposición a los “hijos modelos”: modelos para sus padres los artistas, un conjunto de cuadros que permitía abismarse en el entorno familiar de la creación visual. Aparecían en ella los vástagos de Matisse, Picasso, Monet, Morisot, plasmados por sus progenitores. Podía contemplarse una imagen de Claude LéviStrauss, elaborada por Raymond LéviStraus; a Jean-Paul Belmondo, hijo del escultor Paul Belmondo; al escritor Jean-Marie Rouart, hijo de Augustin Rouart... Y figuraba también el retrato del hijo del pintor catalán afincado en la capital francesa Xavier Valls. Quince años, camisa blanca, manos cruzadas: largas horas de pose, porque “mi padre exigía una inmovilidad absoluta”.
Lo escribe en su libro recién publicado, Pas une goutte de sang français (Grasset), recibido en Francia como el anuncio del retorno a la primera línea política del país. Valls manifestó hace unas semanas que no volvería a concurrir a las elecciones por la alcaldía barcelonesa. En la añorada época de Pasqual Maragall una figura como esta –un ex primer ministro francés, nada menos– hubiera sido aprovechada mucho más por la ciudad, pese a lo ajustado de sus resultados electorales (aunque contribuyeron decisivamente a que la alcaldesa actual ocupe su puesto). En la época de Pasqual Maragall le hubieran nombrado embajador extraordinario de la metrópolis, o asesor de alto nivel, o tal vez hubieran creado para él algún puesto a su medida en la primera fila municipal desde el que pudiera aportar el valor de su energía y sus contactos internacionales. No vivimos en la época de Pasqual Maragall, eso está claro.
En el libro que publica, aunque da por bueno su periplo y los años de residencia reciente en su ciudad natal, el barcelonés educado en el país vecino confiesa que “la France me manque, elle me travaille, elle me taraude”. Es un texto a caballo entre el ensayo de ideas y el testimonio autobiográfico. Junto a una reflexión política con referencias a Mitterrand, Hollande –que le llevó al palacio de Matignon– o Macron –de quien destaca su doblez–, Valls evoca los atentados de Charlie Hebdo y Bataclan, trágicas referencias de la Francia reciente, y airea los valores que le han movido: socialismo rocardiano, universalismo republicano, escuela pública, municipalismo, laicismo, lucha contra el terrorismo islámico y el antisemitismo. Con una alusión recurrente a la cultura –“objeto de primera necesidad”– y a esa historia que le hace “vibrar”. La lectura: Camus, cuyo nombre puso a una mediateca en Evry; Martin
En el libro recién publicado, que marca su retorno al país, la cultura francesa tiene un papel protagonista
du Gard; grandes clásicos como Ronsard, Rabelais o Chateaubriand; aventureros como Kessel y Romain Gary –a quien debe el título de la obra–, y tantos otros; el recuerdo de las emisiones literarias por televisión, era Pivot; la amistad con Vargas Llosa y Kundera; el cine –un perfil de Depardieu–, el pop de Sardou y France Gall, y la chanson de Vianney. El modelo político-cultural de Clemenceau, y hoy del matrimonio Badinter. Y la pintura, siempre de la mano de ese padre por quien confiesa una y otra vez su admiración
Me alegró el premio Llibres Anagrama para Pol Guasch (Tarragona, 1997). Vivimos en un mundo con premios y, puestos a escoger, prefiero los que descubren, indican, subrayan, a los que son un traje a medida para un win-win de autores y editores. Napalm al cor no decepciona en absoluto las buenas expectativas. Guasch forma parte de una nueva hornada de autores (junto a Alícia Kopf e Irene Solà), que tienen un pie en la literatura teórica y el otro en el arte contemporáneo, con dimensión internacional. Ha participado en el programa de Estudios Independientes del Macba y actualmente investiga teoría y literatura contemporáneas en elKing’sCollegedeLondres.Hastaahora había publicado dos libros de poemas.
El napalm es un combustible muy inflamable que se ha utilizado como explosivo y que normalmente se asocia con la guerra de Vietnam: Whisky amb napalm se titulaba un libro de Víctor Mora. Colocado en la cubierta de la novela de Pol Guasch, introduce una historia arrebatada y turbulenta, una prosa incendiaria y el sentimiento de vivir fuera de tiempo.
Napalm al cor combina una serie de escenarios distópicos: un accidente en una fábrica, el equivalente de una central nuclear, unas familias que quedan atrapadas en la zona muerta, un régimen militarizado, con unos cabezas rapadas que traen las pensiones a los reclusos. Está descrito de una manera precisa pero ambigua: la fábrica, por ejemplo, tiene una puerta secreta en el bosque, por donde entran unas filas infrahumanas. Es central nuclear y horno crematorio: concentra una doble devastación natural y humana, física y moral. Auschwitz, Sarajevo y Chernóbil. Aunque Napalm al cor es una novela muy seria, como corresponde a unos veinte años responsables, en un momento dado Pol Guasch describe los peces del río con tres ojos, y tienes la sensación de que este paisaje devastado podría ser también el paisaje de los Simpson: las emanaciones de la fábrica, la proximidad imposible entre la gran ciudad y el bosque salvaje, las montañas rocosas. Llama la atención el nombre del río : la Tet (el río que nace en Carlit y pasa por Perpinyà), que nos traslada al mundo distópico de Joan-Lluís Lluís en El dia de l’os. La idea de la extinción cultural está presente aquí: los cabezas rapadas del ejército hablan una lengua dominadora, diferente de la del narrador y de los supervivientes de la zona cero.
Cada lector proyectará en esta ficción imágenes y lecturas: se diría que forma parte del plan del autor. En la tradición catalana, Guasch conecta con la Rodoreda más terrible y con Miquel de Palol, que en Ígur Neblí presentaba una ciudad rodeada de unos perales espinosos: una imagen sacada de un cómic underground. En la novela de Pol Guasch encontramos unos frutales con pinchos como las concertinas de la valla de Melilla. Los temporeros, que son esclavos, recolectan las frutas heladas, mezcladas con sangre. Otra imagen de alto voltaje es la piscifactoría, con los peces ordenados porcalibres,quecomencarne.Lamanera como describe la devastación del mundo vegetal y animal, y la presencia expectante de zorros y lobos que ocupan el valle, es uno de los aciertos del libro. La imagen de los cadáveres del abuelo y de la madre despiezados, el primero repartido por el campo como un Osiris de drama rural, la otra, en un coche abollado, como un Mientras agonizo ciberpunk, impresiona.
A esta devastación exterior le corresponde un vacío interior. Napalm al cor es un libro sobre el duelo familiar, sobre la pasión y el amor entre hombres. Sobre la necesidad de amor, que lleva al protagonista a explorar vertiginosamente el fondodesímismo.
Pol Guasch Napalm al cor
ANAGRAMA. 230 PÁGINAS. 18,90 EUROS
El autor habla de una doble devastación natural y humana, física y moral: Auschwitz, Sarajevo y Chernóbil