El vuelo del Gatopardo
Lucas Villavecchia pertenece a una familia de letraheridos. Sus abuelos, Javier Villavecchia y Marta Obregón, fueron siempre gente enamorada de las letras y entre sus amigos se contaron Juan Benet, José Donoso, Rosa Regàs García Márquez. Lucas, impelido por esa necesidad de juventud de soltar amarras, en vez de tomar el camino de las letras tomó un vuelo barato a Londres para estudiar Políticas y Filosofía. Mientras tanto en Barcelona, de una manera impremeditada, nació Ediciones Gatopardo en el 2015. Fue en una sobremesa animada en que los Villavecchia se lamentaban de que algunos libros de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa (el autor de El gatopardo) no estuvieran disponibles en castellano o catalán. El matrimonio decidió, a sus más de noventa años, crear en un piso de la rambla Catalunya de Barcelona una pequeña editorial para que libros valiosos no se perdieran, bajo la dirección editorial de Mónica Monteys. Cuando fui a visitarla hace cinco años para esta misma sección, me explicó que la consigna era “calidad literaria y recuperación de obras de la literatura universal no publicadas en castellano o descatalogadas”.
El nieto de los fundadores, Lucas Villavecchia, que se había ido al Reino Unido a estudiar Filosofía y Políticas, fue víctima de las piruetas del azar. Acabó en
oLondres trabajando para el potente sello editorial Dorling Kindersley especializado en libros ilustrados divulgativos, bajo el paraguas de Penguin Random House, como jefe de ventas para el Sudeste Asiático. “Allí hice el máster de edición que nunca estudié”, me cuenta. En el 2018, estando en Vietnam, le llamó la atención en el quiosco del aeropuerto de Da Nang un pequeño libro de Jon Swain donde explicaba sus experiencias en el Mekong. Y supo que era un libro para Gatopardo. Se publicó como El río del tiempo. Y, de alguna manera, fue su billete de vuelta.
Desde la acogedora sala de trabajo de la rambla Catalunya me dice: “He pasado de un transatlántico a una chalupa”. Lo hace sonriendo, pero también con orgullo de esa editorial artesanal y cuidada en todos sus detalles que es Gatopardo.
Mónica Monteys sigue vinculada editorialmente y el joven Villavecchia no quiere que se pierda el hilo con el que nació: ser una editorial literaria, revisar las traducciones a fondo, cuidar obsesivamente cada detalle de la edición. “Hemos
cambiado el énfasis del principio en rescates de libros olvidados o descatalogados. Me propuse cambiar el foco a la ficción contemporánea de autores extranjeros”. Es consciente de la dificultad de competir en ese terreno con editoriales más poderosas: “Me paso el día rastreando libros que se han publicado en otros países como un sabueso. La única manera de competir con las grandes es ir muy rápido, leer el libro antes que suban las expectativas. ¡Y claro que te pasas la mitad del tiempo perdiendo libros! Pero hay autores extranjeros que, aunque seamos una editorial pequeña, confían en nosotros al ver el catálogo de autores donde van a estar y valoran que su obra sea tratada como un libro único”.
También se ha zambullido en el ensayo buscando “un punto medio entre la divulgación efímera y los libros excesivamente académicos. Que sean libros que se hagan eco de aspectos del mundo contemporáneo que nos preocupan”. Está contento con la buena respuesta que está teniendo Estado del malestar de la noruega Nina Lykke, que nos muestra que dentro de la bata de doctora de cabecera infalible hay una persona en ebullición. Acaban de publicar Cuánto oro esconden estas colinas de C. Pam Zhang, un western alternativo protagonizado por las peripecias de las hijas huérfanas de emigrantes chinos atraídos a América por la fiebre del oro. En el segundo semestre llegará Los inquietos, donde la escritora Linn Ullmann dibuja su infancia con unos padres como Liv Ullmann e Ingmar Bergman.
Le pregunto si no se arrepiente de haber dejado un coloso editorial por una chalupa: “Estar al mando de una editorial literaria, por pequeña que sea, publicar libros con los que uno se siente plenamente identificado, no tiene precio. Tiene sus altibajos y sus frustraciones, también sus servidumbres… irónicamente, ¡uno está siempre pendiente de la calculadora! Pero al menos son el resultado de una apuesta y de un compromiso personal. Los fracasos son más duros, pero los éxitos son infinitamente más gratos”.
El matrimonio Villavecchia tenía noventa años cuando creó la editorial en un piso de la rambla Catalunya
Hoy Stephen Batchelor (Dundee, Escocia, 1953), reputado budista agnóstico y autor de libros como Budismo sin creencias (1997) o Después del budismo (2015), nos propone recogernos en la riqueza que otorga el don de la soledad. Lo hace con un libro polifacético y pluridisciplinar de estructura ordenadamente libre, partiendo del retiro solitario de Montaigne a la torre de su castillo en la Dordoña donde acabaría sus días. Desde ahí vamos conociendo experiencias íntimas del autor vinculadas al contacto con el peyote o las drogas visionarias, sus retiros zen y de meditación vipasana, intercalándose de forma orgánica con pasajes sobre pintores de la soledad como Vermeer o el pensamiento de quienes transitaron este camino del solitario conocimiento. Gentes como el maestro Ingmar Bergman, que se retiraba a la isla de Farö para planificar sus películas y escribir sus guiones, reconociendo que allí, en su soledad, albergaba demasiada humanidad.
URANO, TRADUCCIÓN: VICTORIA E. HORRILLO LEDESMA. 224 PÁGINAS, 16 EUROS
yo cuarto capítulo clavó ante la pequeña pantalla a veinte millones de italianos y provocó un debate sobre la educación a escala nacional. De nuevo bajo la influencia de Freinet, De Seta ideó otro dispositivo experimental, a caballo entre la ficción y la realidad. Introdujo un actor (Bruno Cirino) a modo de profesor en una clase con alumnos muy reales de la periferia romana. Desafiando la pasividad de la dirección del instituto, el nuevo profesor decide ir a buscar a sus casas a los alumnos, eternos repetidores que nunca acuden a clase, y les animará a volver, logrando implicarles en las actividades que propone, que desembocan en la creación de un periódico escolar, en el que recogen todos los testimonios familiares sobre la Segunda Guerra Mundial.
Algo similar ocurría en la reciente La profesora de historia, protagonizada por Ariane Ascaride. Pero el ciclo Xcèntric no viene a recordarnos que Sidney Poitier o Glenn Ford fueron maestros pioneros en la gran pantalla, o que Robin Williams citaba a Walt Whitman en la película de Peter Weir, ni tampoco la película anual con la que el cine francés radiografía su sistema educativo. Propone una historia secreta del cine como parte activa del proceso pedagógico, en la que sin embargo también acaba emergiendo la clásica tensión entre el maestro imaginativo y la rigidez de las instituciones. En Lehrer im Wandel (Profesores en transición), un corto de 1963, el influyente Alexander Kluge, que entonces apenas era un cineasta debutante, evoca tres maestros idealistas que tuvieron que lidiar con la historia. El primero acabó colgado por los nazis, el segundo escapó con los únicos dos alumnos que sobrevivieron al ataque de los rusos, y el tercero, una mujer, termina abandonando su puesto porque las autoridades de la RDA no la dejan enseñar como ella quisiera.
Filmar la escuela
1, 4, 24 Y 25 DE ABRIL
En muchos de los filmes emerge la clásica tensión entre el maestro imaginativo y la rigidez de las instituciones
Cine y pedagogía. Escuelas, maestros y alumnos