El don de la soledad
Un repaso a los grandes escritores solitarios
Saber estar con uno mismo en armonía con el entorno es uno de los grandes retos del ser humano. Buda nos enseñó a meditar para mirar hacia dentro y conectar con nuestra esencia. Más tarde, hombres deampliaculturacomoMichelMontaigne precisaron retirarse a su interior para cumplir sus anhelos más profundos. Del retiro de uno y de otro, salieron el canon pali budista o unos de los más célebres ensayos que jamás se han escrito.
Montaigne decía: “La gente mira siempre lo que tiene delante; yo vuelvo mi mirada hacia dentro. La planto allí, allí la albergo. Solo trato conmigo mismo. Pienso en mí mismo incesantemente, me mido, me saboreo”.
En pali o en sánscrito soledad se denomina viveka, que se traduce como separación, aislamiento o reclusión. En uno de sus últimos discursos, Siddharta Gautama invitaba a sus discípulos a convertirse en islas, dejando que el dharma fuera su único refugio.
Batchelor defiende la tesis de que la meditación y el retiro al interior tienen sentido en la medida en que contribuyen a que nos convirtamos en el tipo de persona que aspiramos a ser, siempre en el encuentro con los demás. En su opinión “para integrar la práctica contemplativa en la vida cotidiana no basta con aprender técnicas de meditación. Es necesario cultivar y refinar una sensibilidad respecto a la totalidad de la existencia, desde los momentos íntimos de angustia personal al sufrimiento infinito del mundo”.
Ralph Waldo Emerson en su ensayo Confianza en uno mismo (1841) afirmaba que es muy fácil vivir en el mundo conforme a las opiniones de este o hacerlo en soledad, con las opiniones propias. El reto es ser capaz de conservar la perfecta dulzura e independencia de la soledad en medio de la multitud.
Poder mantener callada la voz solitaria porque somos expertos en pasar el tiempo a solas, enfrascados en emociones y sentimientos que disparan un discurso constante. Montaigne propone instalarnos en una claridad mental ajena a los pensamientos obsesivos y las emociones tóxicas.
La soledad no tiene que ver con encerrarse dentro de una cueva fresca y oscura, ajenos al trasiego de la vida cotidiana. Como sabemos y experimentamos en estos tiempos de pandemia, el aislamiento puede magnificar las tensiones y enojos que nos atenazan.
Si no aprendemos a poner la mente en paz no podremos escapar. Como plantea Stephen Batchelor al inicio de su libro, la soledad es una forma de estar en el mundo que hay que cultivar mediante un entrenamiento de la mente. Practicar la soledad es consagrarse al cuidado del alma.
En este ameno Elogio de la soledad transitan sabias voces como las de Montaigne, John Keats, T.S. Eliot, Aldous Huxley, Nelson Mandela o Thomas de Quincey que nos invitan a vivir una segunda vida completamente ajena a los avatares y los mundos digitales.
Se trata de ese mundo interior y de la secreta conciencia que a veces olvidamos.
Stephen Batchelor, budista y agnóstico, sigue a Montaigne en su retiro en la Dordoña o a Bergman en Farö
Stephen Batchelor Elogio de la soledad