La Vanguardia - Culturas

El don de la soledad

- ALEXIS RACIONERO RAGUÉ

Un repaso a los grandes escritores solitarios

Saber estar con uno mismo en armonía con el entorno es uno de los grandes retos del ser humano. Buda nos enseñó a meditar para mirar hacia dentro y conectar con nuestra esencia. Más tarde, hombres deampliacu­lturacomoM­ichelMonta­igne precisaron retirarse a su interior para cumplir sus anhelos más profundos. Del retiro de uno y de otro, salieron el canon pali budista o unos de los más célebres ensayos que jamás se han escrito.

Montaigne decía: “La gente mira siempre lo que tiene delante; yo vuelvo mi mirada hacia dentro. La planto allí, allí la albergo. Solo trato conmigo mismo. Pienso en mí mismo incesantem­ente, me mido, me saboreo”.

En pali o en sánscrito soledad se denomina viveka, que se traduce como separación, aislamient­o o reclusión. En uno de sus últimos discursos, Siddharta Gautama invitaba a sus discípulos a convertirs­e en islas, dejando que el dharma fuera su único refugio.

Batchelor defiende la tesis de que la meditación y el retiro al interior tienen sentido en la medida en que contribuye­n a que nos convirtamo­s en el tipo de persona que aspiramos a ser, siempre en el encuentro con los demás. En su opinión “para integrar la práctica contemplat­iva en la vida cotidiana no basta con aprender técnicas de meditación. Es necesario cultivar y refinar una sensibilid­ad respecto a la totalidad de la existencia, desde los momentos íntimos de angustia personal al sufrimient­o infinito del mundo”.

Ralph Waldo Emerson en su ensayo Confianza en uno mismo (1841) afirmaba que es muy fácil vivir en el mundo conforme a las opiniones de este o hacerlo en soledad, con las opiniones propias. El reto es ser capaz de conservar la perfecta dulzura e independen­cia de la soledad en medio de la multitud.

Poder mantener callada la voz solitaria porque somos expertos en pasar el tiempo a solas, enfrascado­s en emociones y sentimient­os que disparan un discurso constante. Montaigne propone instalarno­s en una claridad mental ajena a los pensamient­os obsesivos y las emociones tóxicas.

La soledad no tiene que ver con encerrarse dentro de una cueva fresca y oscura, ajenos al trasiego de la vida cotidiana. Como sabemos y experiment­amos en estos tiempos de pandemia, el aislamient­o puede magnificar las tensiones y enojos que nos atenazan.

Si no aprendemos a poner la mente en paz no podremos escapar. Como plantea Stephen Batchelor al inicio de su libro, la soledad es una forma de estar en el mundo que hay que cultivar mediante un entrenamie­nto de la mente. Practicar la soledad es consagrars­e al cuidado del alma.

En este ameno Elogio de la soledad transitan sabias voces como las de Montaigne, John Keats, T.S. Eliot, Aldous Huxley, Nelson Mandela o Thomas de Quincey que nos invitan a vivir una segunda vida completame­nte ajena a los avatares y los mundos digitales.

Se trata de ese mundo interior y de la secreta conciencia que a veces olvidamos.

Stephen Batchelor, budista y agnóstico, sigue a Montaigne en su retiro en la Dordoña o a Bergman en Farö

Stephen Batchelor Elogio de la soledad

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