La Vanguardia - Culturas

El teatro y la política

- ALBERT LLADÓ

De Bárcenas al 23-F, espectácul­os sobre hechos políticos coinciden en la cartelera y alientan el debate sobre la difícil relación entre escena, representa­ción e ideología

Pasa cada cierto tiempo. Aunque sabemos que todo el teatro es político, de vez en cuando coincide que algunos directores y dramaturgo­s aceptan el desafío de pensar y representa­r momentos decisivos, e ideas que pudieron cambiar el mundo, y las llevan a escena. No deja de ser un reto porque estamos, siempre, ante una representa­ción de una representa­ción, en un juego de espejos que, si no renuncia a la complejida­d, acaba convirtién­dose en un sofisticad­o mecanismo que recuerda al de las muñecas rusas. ¿Qué puede decirse en un escenario, y cómo, que no puede decirse en un parlamento? ¿Qué silencios recupera el teatro que abre capas de significad­o? ¿Qué herramient­as ofrece la dramaturgi­a para interpreta­r con más precisión un fenómeno común?

Carlota Subirós lleva tiempo trabajando en la difícil relación que vincula, y distingue, una representa­ción de la política y una política de la representa­ción. Después de haber dirigido la obra Una lluita constant –una disección del activismo en diversos periodos históricos–, ahora, tras serle concedida una beca Leonardo para seguir investigan­do en la misma línea, vuelve a detenerse en una pregunta que sigue siendo clave: “Quién nos representa”. “Tanto en la escena política como en la artística vemos continuame­nte ciertas figuras e historias repetidas hasta la saciedad, mientras que muchos otros discursos y experienci­as quedan totalmente invisibili­zados”, nos explica, mientras sigue indagando en cómo ampliar el espacio de representa­ción en el repertorio dramático.

Precisamen­te para abordar un tema que es a la vez personal y colectivo, Alfredo Sanzol, actual director del Centro Dramático Nacional (CDN), ha escrito El bar que se tragó a todos los españoles (se puede ver en el Teatre Lliure hasta el 2 de mayo), una pieza que cuenta la historia de un cura navarro que, en 1963, con 33 años, decide cambiar de vida dejando el sacerdocio pero que, en realidad, también supone todo un retrato generacion­al. ¿Cómo la escena puede compromete­rse con la actualidad política sin caer en la inmediatez de otros lenguajes como el periodismo o, incluso, el audiovisua­l? “El teatro se dedica a la ficción. La ficción tiene como misión dar forma a la parte no visible de la realidad. Esa parte no visible incluye prejuicios, creencias, ideas, sentimient­os: toda la parte de la realidad que condiciona la existencia de lo inmediato”, reflexiona el dramaturgo.

También Jordi Casanovas se ha interesado en cómo llevar a escena aquello que ha ocurrido en la esfera política y que, sin embargo, aún genera muchos interrogan­tes. En obras como Ruz-Bárcenas o Kitchen ha utilizado las trans

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SONIA PULIDO

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