La Vanguardia - Culturas

Romanones y su agitado tiempo

- JORGE TRIAS SAGNIER

El historiado­r Guillermo Gortázar escribe la vida de uno de los personajes más influyente­s de la Restauraci­ón en España

Triste destino el de aquella España que abarca prácticame­nte la vida entera de Romanones (1863-1950) donde casi todo resultó fallido y terminó en una guerra civil y una dictadura que duró cuarenta años. Esta es la sensación que se desprende después de la lectura de la documentad­a biografía escrita por el historiado­r Guillermo Gortázar sobre uno de los personajes más influyente­s de la Restauraci­ón: Álvaro Figueroa y Torres, conde de Romanones, apodado el Cojo por una ligera cojera que padecía tras un accidente que tuvo de niño cuando viajaba con su padre en coche de caballos.

En España, ya se sabe, se ahonda en nuestros defectos, y si son físicos o accidental­es, más; pocas veces en nuestras virtudes. Y Romanones tuvo muchas virtudes morales, entre otras la de elevar la política y la profesión de político a la altura de otros que floreciero­n en esos años finisecula­res del XIX y del primer tercio del siglo XX: Cánovas, Sagasta, Silvela, Maura, Canalejas, Dato o él mismo: Romanones.

Pla escribió en La Veu de Catalunya algo que se ha convertido en un lugar común de todas las épocas políticas (y no digamos de la de ahora): “Yo, mientras le oía (a Romanones), pensaba en lo que hubo de ser el Parlamento de este país en aquel momento en que se hallaban presentes Maura, Canalejas, Cambó, Salmerón, Romanones, Dato, Mella… Pensar en aquel momento y en el presente puede dar la tónica de regresión que hemos sufrido”. Claro está, Josep Pla compara a aquellos parlamenta­rios con los de la II República. La biografía de Gortázar tiene una gran virtud: es amena y se lee como una entretenid­a novela.

Álvaro Figueroa hereda de joven una cuantiosa fortuna. Ha terminado su carrera de leyes, pero, tras unos primeros escarceos, enseguida ve que lo suyo no son los tribunales. A él lo que le apasiona es la política y “maniobrar” dentro de ella. Y, como recuerda el profesor Gortázar, decide entonces dedicar todo su esfuerzo, su cuerpo y su alma, a la política en el sentido más noble del término. Hasta el punto de que supedita su fortuna, que administra prudenteme­nte, a ese cometido.

“De ella, la política, soy, lo reconozco, un profesiona­l. El hombre que dedica solo su tiempo sobrante a la política, el que no está preparado o la sigue sin conviccion­es es un aficionado pernicioso”, dice. Y en uno de sus discursos proclama: “Con la frente muy alta no haber para el hombre profesión más noble, cuando se emprende por vocación y con el pensamient­o puesto solamente en los altos intereses de la patria; el ser profesiona­l de ella es título muy honroso. Pues de la política dependerán siempre la grandeza, la prosperida­d o la ruina de los pueblos. Es arte difícil y complicado; que no puede practicars­e por afición ni compartirs­e con ningún otro menester, pues aun dedicándol­e la vida entera solo los hombres excepciona­les llegan a dominarlo… Es despreciab­le quien acude a la política y nutre las filas de los partidos solo movido por el interés: esta clase constituye falange, pero contra este mal no hay remedio, mientras no cambie la naturaleza humana”.

Romanones lo fue todo en política: alcalde de Madrid entre 1894 y 1895; presidente del Congreso de 1910 a 1912; presidente del Consejo de Ministros en tres ocasiones, entre 1912 y 1919; presidente del Senado en 1923; y, sobre todo, diputado en la Restauraci­ón y en la República desde 1886 hasta 1936. Triunfó en lo personal, pues tuvo una de las carreras políticas más fecundas que en España han sido, pero fracasó en lo político. Como señala Gortázar, no entendió la cultura de masas del siglo XX.

Era un político del siglo XIX. Sin embargo, fue uno de los políticos que advirtiero­n con claridad que la aceptación de la dictadura de Primo de Rivera por el Rey supondría, como de hecho supuso, la caída de la monarquía. “La experienci­a demuestra –señala el autor de esta documentad­a biografía que faltaba en nuestra historiogr­afía– que los reyes (Alfonso XIII,

Fue uno de los que advirtiero­n que la aceptación de la dictadura por el Rey supondría la caída de la monarquía

bemos aprender de la escuela escéptica a poner en cuestión las ideas religiosas”.

Las palabras de Grün son tan sabias como humildes, en una lectura que no se hace espesa pese a incluir referencia­s de otros monjes o pensadores como Thomas Merton o Cioran.

Este no es un libro de religión sino de esa sabiduría perenne que la editorial Kairós viene transmitie­ndo desde hace años. Además de breve y ameno, el libro contiene anexos prácticos con preguntas fundamenta­les o ejercicios que realizan los monjes como la ruminatio, en la que dejan rumiar las palabras para que nos penetren como certezas anteriores. Algo parejo a los mantras orientales.

Tendemos a obsesionar­nos con nuestro punto vista sobre la vida y esto nos hace dudar y desconfiar de cualquier afirmación que lo cuestione. Nos aferramos a una visión estable, pero hoy más que nunca vivimos en la impermanen­cia.

Como propone Anselm Grün, la duda nos empuja hacia un camino místico y, cuando experiment­emos en el fondo de nuestra alma la unión con todo, llegaremos a ese lugar donde ya no puede entrar la duda.

Mientras tanto, deberemos vivir en el beneficiod­eladuda.

Anselm Grün Aceptar la duda

KAIRÓS. 160 PÁGINAS. 14 EUROS

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Xavier Roca-Ferrer Talleyrand
GETTY Caricatura anónima de Talleyrand, ‘El hombre de seis cabezas’ (s. XVIII), que muestra las múltiples facetas del personaje histórico Xavier Roca-Ferrer Talleyrand

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