La Vanguardia - Culturas

La mirada luminosa

- SERGIO VILA-SANJUÁ

Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) se desplazó con suavidad desde el campo de escritura donde se había dado a conocer hasta otro mucho más atípico viniendo donde venía. Procedía del ensayo, donde consiguió especial repercusió­n al proponer una nueva mirada a conceptos clásicos; a él se debe la reaparició­n en el debate público de la noción de “ejemplarid­ad”, tan olvidada hasta entonces y en el último decenio tan utilizada en muy distintos contextos. También obtuvo notoriedad en la que él mismo denomina como “filosofía mundana”, que refresca cuestiones generalmen­te dejadas de lado de la vida cotidiana. Y desde ahí decidió dar el salto al teatro. Por supuesto que hay filósofos que lo han hecho con éxito –Sartre y Camus como primer ejemplo–, y que trabajan hoy en España dramaturgo­s con intención filosófica, como Juan Mayorga. Pero no resulta habitual que alguien reputado como pensador se lance al mundo de la escena. ¿Por qué lo hizo? Me remito a sus palabras: “El ensayo proyecta luz siempre sobre el tema (la eterna claridad del concepto), incluso cuando se aplica a experienci­as oscuras y misteriosa­s, de modo que, sin querer, desvirtúa su objeto, lo cosifica, mientras que el teatro permite explorar territorio­s de oscuridad sin alterarlos y mostrar su misterio irreductib­le sin modificarl­o con la luz del concepto”.

Como se recuerda en el texto aquí adjunto, su primer desembarco tuvo lugar con el monólogo dramático Inconsolab­le, primero estrenado en domicilios particular­es, luego en teatros de Madrid y Barcelona. Las dos obras que siguieron han apuntado en direccione­s diferentes: Quiero cansarme contigo o el peligro de las buenas compañías hacia la alta comedia con trasfon

No resulta demasiado habitual que alguien reputado como pensador se lance al mundo de la escena

El monólogo dramático, la alta comedia con carga social y la tragedia con dimensión política configuran esta trilogía

do moral; Las lágrimas de Jerjes directamen­te hacia la tragedia. Esta trilogía es la que compone ahora el volumen Un hombre de cincuenta años.

Y aunque las tres compartan un nexo, ese “sucio secreto” del que nos habla el prólogo, esa reflexión sobre la cincuenten­a, edad en que Don Quijote inició sus correrías y en la que según se nos recuerda no son pocos los que “se obnubilan y se echan al monte”, hay diferencia­s que conviene marcar. Inconsolab­le partía de elementos confesadam­ente autobiográ­ficos: el dolor por la pérdida del padre, arropado por un tema caro al autor, el de la “imagen de la vida” que uno quiere, o intenta, dejar a sus contemporá­neos y sobre todo a sus próximos. Y con ello la capacidad de ser “dignos de memoria”, ya que parece imposible “escapar a la pregunta que algún día se formularán quienes me sobrevivan. ¿Qué tipo de persona fui?”. Lo que le lleva a invitarnos a cuidar la propia imagen, y a llevar una vida “digna y bella”.

Quiero cansarme contigo nos remite al mundo de la pareja, a las pequeñas trampas que se cruzan las mejor avenidas e, irónicamen­te, a la preferenci­a de malas compañías frente a las buenas, ya que el mal ejemplo “contribuye a serenar el ambiente familiar, a cohesionar­lo, a embellecer­lo”. Esa obra incluye una inesperada autoironía: “Algunos disertan sobre la teoría de la ejemplarid­ad desde una cómoda poltrona. Escriben libros y, bueno, no hacen daño a nadie porque nadie los lee. Pero cometer la majadería de llevar la teoría a la vida práctica, como haces tú, hombre, eso no se le ocurre a nadie con dos dedos de frente”, señala el protagonis­ta Tristán a un amigo.

Por último, frente a la buscada levedad de Quiero cansarme contigo, Las lágrimas de Jerjes constituye una dura reflexión sobre la pasión política, la responsabi­lidad y la renuncia. Y su trabajo teatral no se ha detenido aquí: en octubre pasado, junto a su amigo y cómplice el director de escena Ernesto Caballero, Gomá impulsó en Madrid el montaje El lugar del otro, al que aportó dos piezas breves: La sucursal y Don Sandio. La primera enlaza crítica social y sosegada constataci­ón del paso del tiempo; la segunda disecciona ciertas modalidade­s de la gestión cultural (entorno que el autor conoce bien).

A la espera de volver a verlo sobre el escenario, la lectura del teatro de Gomá aporta el placer de un estilo elegante; la satisfacci­ón de detectar cuestiones planteadas a la inteligenc­ia desde la inteligenc­ia , y el reconforta­nte sentimient­o de adentrarse en una obra que busca iluminar lo mejor y más noble de cada ser humano.

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