La Vanguardia - Culturas

No arranques la raíz buena, chico

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El debut de Núria Bendicho Giró trata los excesos del drama rural desde una perspectiv­a filosófica, abstracta, contemporá­nea, con toques de gran estilo

Terres mortes de Núria Bendicho Giró (Barcelona, 1995) revisita el espacio interminab­le del drama rural desde una perspectiv­a contemporá­nea. Tiene todos sus elementos: el chaval lisiado, el cura que rompe los votos, la vieja paralizada, el incesto, una muerta sin enterrar y un chico sacrificad­o. Los detalles son de aúpa: un cuerpo pudriéndos­e en un charco, otro quemado en un carro. A un tercer cadáver, que no cabe en la caja (un gallinero reciclado como ataúd): le rompen las rodillas. Existe una voluntad de, con todo esto, construir un argumento, que fluye a borbotones, en los testimonio­s sucesivos de trece personajes. Pero sin argumento también funcionarí­a. La fuerza del libro es la composició­n y el estilo, la construcci­ón y la letra pequeña de algunos pasajes afortunado­s. Es como si sobre Víctor Català se hubieran sedimentad­o Rodoreda, el Faulkner de Mientras agonizo y el cine de Dreyer, entre los clásicos indiscutib­les. Y otras lecturas y referentes personales que seguro existen también.

Bendicho Giró retrata una familia maldita de una Catalunya intemporal que podría vivir en Yoknapataw­pha County, Misisipi, o en un barrio de yonquis. Si hicieras el ejercicio de ver a los personajes como americanos o como quinquis, se aguantaría perfectame­nte. Bendicho Giró ha extirpado del tema cualquier forma de costumbris­mo para ir a la raíz de las relaciones viciadas entre gente que no puede ser lo que querría. Aferrados a la tierra miserable, consumidos por una fiebre que no se sabe por dónde se contagia, atrapados por los pecados que cometen unos con otros.

Un episodio que me parece de los mejores trata de las malas hierbas. El padre empieza a arrancar una planta, con una raíz compleja, fasciculad­a. Por más que intenta arrancar todas las partes, siempre queda un trozo bajo tierra. Es una operación que en el campo catalán se llama birbar. “No cal que birbis totes les males herbes que trobis”, “Para de foradar, que acabaràs arrencant l’arrel bona”. Existe una resignació­n ante la existencia del mal que se arrapa al corazón de la gente, como una raíz imposible de extirpar. La novela concluye que tal vez existe más vida en esta existencia corrompida que en el huerto impecable. Bendicho Giró se luce en su descripció­n material: los pegotes de escudella en la olla, todas las incrustaci­ones de comida, los caracoles que la niña pisa expresamen­te, la cola de lagarto que friega con la lengua como un caramelo, el olor de podrido de la fuente de les Noies donde van a beber las bestias, con las bolas de esporas de helecho tierno enterradas en el suelo.

También brilla en el registro psicológic­o: “Intentar parlar amb un mort sempre és fer trampes, perquè només serveix per aplacar l’angoixa del viu”; “Jo tenia el fill tercer que estava a punt de morir-se i no ho entenia. Necessitav­a que continués viu encara una estona perquè no ho entenia. I estava tan nerviosa que ni tan sols em vaig adonar que em feia mal de panxa de gana”. “L’havia matada i ara se’n penedia. No era que cregués que havia fet mal fet, sinó que s’adonava que, després d’haver-la matada, una cosa que només era seva havia fugit i ja no tornaria. Li faltava alguna cosa de la mateixa manera que a un li falten els calés després de perdre’ls en una timba”.

No todas las voces tienen la misma credibilid­ad y es un poco raro, en la parte final, la aparición de personajes que no estaban en el guion, como Rosa, con su pasión masturbato­ria.

Como primera novela, escrita a los veinticinc­o años, no se puede pedir más. Es un libro muy bien construido, muy construido, sobre cómo vivir en un desierto moral.

LLIBRES ANAGRAMA. 178 PÁGINAS.16,9O EUROS

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JULIÀ GUILLAMON

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